Era un día bastante soleado en la Ciudad Libre de Braavos; todo estaba más en harmonía, las mujeres cantaban alegremente sus ofertas de fruta medio podrida, los niños jugaban sin cansarse, los hombres se sentaban todos juntos, miembros de una conversación; ella echaba de menos a Gata de los Canales, una chica que se dedicaba a vender sus almejas y ostras de la que ya nadie sabe de ella. Era una niña buena y trabajadora, pero ahora Jeyne está aquí. Se limitó a hacer el trabajo de siempre; el vestido de esta vez era una larga túnica de color rosa pálido que resaltaba el color de sus mejillas, con los hombros descubiertos y las mangas caídas, con un broche de oro y zafiros pequeños que su Mitem le había regalado por el compromiso. Nada podría ir mejor a la bella Jeyne.
Aún así, su corazón iba un poco inquieto ante la visita del herrero. ¿Qué pasa si la descubre? Si fuera así, ¿tendría que matarlo? Los Dioses quieran que no. Fue amigo de Arya Stark, y nadie puede matar a los amigos de Arya Stark.
—Buenos días, muchacho —saludó Mitem con un palmada fuerte en la espalda de Gendry, que para Jeyne le hubiese partido la espalda, al joven herrero sólo le hizo percatarse de que alguien estaba ahí—.
Gendry, como siempre estuvo y Arya recordaba, estaba semidesnudo con su pecho al aire empapado de sudor como pequeños ríos que recorren su cuerpo. Fue una sensación muy nostálgica al verlo así de nuevo, pero también sintió otra cosa; a pesar del calor, sus ojos azules podrían congelar a cualquiera con su expresión de estar siempre esforzándose en pensar, su cabello, corto de nuevo tras la liberación de ser esclavo, estaba pegado a su nuca y frente, lo que le hacía tremendamente atractivo. Ya era prácticamente un hombre, con nueve y diez años calcula Arya, y su cuerpo lo delataba; ya no era aquel muchacho de pelo espeso y músculos exagerados para su edad y adecuados para su trabajo. Sus músculos también estaban en harmonía, haciendo un baile en todo su cuerpo para desprender tal furia con el hierro, a quien sorprendentemente le trataba como un amante. Si me quedo mirando mucho tiempo, se dará cuenta. Pero esto no debería estar en su cabeza ahora. Tenía que ser Jeyne.
—Hola, Mitem —su rostro, como siempre, frívolo—. ¿Qué necesitas de la herrería?
—Directo al grano, ¿eh? Me gusta ese tipo de hombres —Mitem le echó una ojeada a la herrería, inspeccionando y sus ojos marrones, como jueces, investigando todo tipo de detalle que a una persona ordinaria lo pasaría por alto. Empezó a caminar por la habitación—. Mis amigos presumen todos de tener varias armas, y a pesar de que tengo espadas y cuchillos que podrían hacer un puente de aquí a Poniente, no tengo ni una sola gran espada. ¿Se sigue haciendo con acero valyrio?
—No señor, se dejó de fabricar en siglos, aunque mi maestro sí me enseñó el arte a moldear acero valyrio en el caso de que encuentre uno—.
—Oh, qué pena —una breve mueca pasó a su cara hasta convertirse en sonrisa—. Entonces miraré lo que tienes en la herrería —empezó a ser de nuevo ese juez impasible recorriendo todas las esquinas del lugar—.
Eso dejó a la dulce Jeyne y al sudado herrero solos. Gendry pudo haber seguido esculpiendo y moldeando e ignorar la prometida de su amigo, pero al parecer quería algo de ella y no sabía cómo pedirlo; volvía a fruncir el ceño como siempre, como si le costase pensar. Al rato de estar harta de tantas miradas y tanto silencio, decidió hablar con él para que no se vuelva más incómodo.
—Siempre me ha gustado coger un mazo y ponerme a esculpir el hierro como si fuera una joya de arte —empezó informalmente—, pero mi padre nunca me dejaría. 'Debes crecer para ser una mujer bella y deseable, no una mujer con atributos de hombre—.
Gendry miró brevemente sus manos y luego miró hacia otro lado como si así no se diese cuenta.
—¿Con esas manos? Si son más suaves y pequeñas que las manos de una doncella —sonrió brevemente y luego se puso muy serio—.
—¿Algo pasa, Gendry? —Jeyne preguntó con una tímida sonrisa—.
Gendry la observó un largo momento, analizando su rostro, como si intentara encajarlo en sus recuerdos, pero luego fracasó y miró al suelo hasta que su mirada cayó en el mazo. Miró otro buen rato al mazo con esa expresión tan fea de él y se la lanzó a Jeyne en forma de vuelo.
Le pilló desprevenida y no le daba tiempo a esquivar, por lo que su mano izquierda, fuerte se unió con sus reflejos y cogió el pesado mazo al vuelo.
—¿Qué haces? —gritó ella, indignada y asombrada—. ¿Acaso prentendes matarme o qué?
Gendry le miraba de nuevo pero de forma diferente; es así cuando ella se dio cuenta que una chica tan dulce y vulnerable como Jeyne jamás habría sido capaz de coger un mazo así de pesado y al vuelo. Dejó el mazo y se sintió inmensamente tonta. Me ha descubierto. Soy tonta, y él estúpido. Ahora tendré que matarlo por sus estupideces.
—Sé quién eres —empezó él, mirándola con pena y compasión—. Eres la que me diste el casco del toro. Sabías que me pertenecía y me lo querías dar pero sin que te llegara a conocerte, así que saliste a la fuga para dármelo en un sitio más secreto.
—¿Pero qué dices, muchacho? —se hundía más en la mentira que creaba—. Jamás hubiera sido tan valiente de atacar unos chicos así ni de correr tanto.
—Pues me acabas de demostrar lo contrario —Gendry volvió a coger el mazo, resaltando la evidencia—.
Estaba encerrada, pero se negaba a admitirlo.
—¿Y cómo sabías que era yo? Hay muchas otras personas más en Braavos. ¿Por qué una chica indefensa que no sabe nada sobre la lucha? —seguía defendiéndose a pesar de que ya estaba acabada.
—Eres zurda, y no hay muchas personas zurdas por aquí. Te vi cuando cogiste ese palo para pelear contra aquellos chicos, la mano y la postura Además eres rápida respecto a reflejos y has cogido el mazo en forma de lucha, justo como la vez anterior.
—Me sigo sin creer tu historia —Jeyne estaba empezando a molestarse—. ¿Y por qué alguien como yo te ayudaría a recuperar ese casco tuyo? No te he visto en mi vida.
—Pensé una vez que esa chica quien me ayudó era una amiga pequeña a la que había dado por muerta, pero no quería saber nada de ello porque sé que está muerta. En cambio, tú... Te pareces demasiado a ella. No en su rostro, claro está, pero en la forma de cómo hablas, tu forma de moverte, tu edad, tu altura, incluso el mazo me ayudado a verte más como a ella. Creo que es un castigo de los dioses para recordarme lo mal que la cuidé y que está muerta por mi culpa.
Por un momento no sabía qué decir y quería al segundo contarle toda la verdad; su llegada a Braavos, la entrada a la Casa de Blanco y Negro, los Hombres sin Rostro, el destino de Mitem... Podían huir juntos y empezar una vida nueva lejos de aquí. Buscarían a Pastel Caliente y volvería a ser su familia; pero eso era un sueño que saldría de alguna doncella tonta y soñadora como Sansa o la misma Arya. Ella era nadie, y debía de ser así.
—Tú no puedes haberla matado, te veo demasiado bondadoso para hacer semejante crimen. No sé quién era esa niña, pero la tendrías que apreciar mucho —eso es algo que alguien como Jeyne diría—. No sé si los Dioses tienen que ver o no, pero no puedes seguir encerrado en tu pasado. Ella murió en el pasado, y tú debes de seguir viviendo el presente.
Unas risas se oían de fondo y los pasos incrementaban su música. Mitem había llegado, cortando la tensión entre ellos. Viéndolos así de raros, preguntó sin saber nada del tema.
—¿Es que os acaban de robar? —Mitem rió—.
Nadie respondió y Mitem, con una mezcla entre extraño y descontento en su rostro, cogió a su prometida por la cintura y se despidió gélidamente del herrero.
—Volveremos a vernos, Gendry.
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Años Perdidos
FanfictionElla intenta adaptarse a su nueva vida en Braavos tras incidencias que pasaron recientemente, pero un fantasma en su pasado ha vuelto y revolucionará sus sentimientos como un huracán, sin saber cómo meterlo en su nueva vida. Un shortfic de Gendrya...