Perdida

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Katniss

-¿Y bien? ¿Lo has entendido, Katniss? -preguntó Marina, expectante.

-Ni una sola palabra.

¿Cómo pretendía que me creyera todo aquello?

¿Cómo se supone que se debe reaccionar cuando te revelan que eres la 《protagonista》 de un libro de ciencia ficción y que te han extraído de él mediante una máquina con no-sé-cuantas propiedades moleculares?

¿Qué debes pensar cuando te dicen que toda tu vida es una mentira, producto de la imaginación de algún escritor exitoso, cómo si fuera la cosa más natural del mundo?

He visto y vivido cosas increíblemente inverosímiles. Pero aquello ya era demasiado para mí.

-¡Intenta comprenderlo, por favor!

Marina había perdido toda la paciencia que le quedaba y el pánico se podía vislumbrar en su mirada.

Parecía que ella sí se creía lo que estaba diciendo.

La conclusión era obvia: aquella muchacha tenía serios problemas mentales.

Intenté mantener una expresión concentrada, cómo si verdaderamente intentara entender lo que me estaba contando. Aunque lo que realmente estaba haciendo era idear un plan de huída.

-Te lo voy a repetir una vez más... - prosiguió Marina, ajena a mis maquinaciones mentales. - Hace dos meses, acabé mi grandiosa invención: una máquina que permitía extraer personajes ficticios de libros a la vida real.

Mamá, donde quiera que estés, sácame de aquí, por favor.

-Tomé todas aquellas novelas que había leído y cuyos personajes me habían enamorado y me puse manos a la obra. Y es que todos son...-hizo una pausa, me miró y sonrió antes de corregir sus propias palabras. -Sois tan perfectos...

Esbocé una leve sonrisa, intentado simular que le agradecía el cumplido para que no se diese cuenta de cuáles eran mis verdaderas intenciones.

-Pero la máquina tenía un defecto, un pequeño precio que tenía que pagar si quería traeros aquí, conmigo.

Bla. Bla. Bla.

-Todos debíais olvidar vuestra historia y por lo tanto, nada de lo ocurrido en el libro, habría sucedido realmente para vosotros.

De nuevo, interrumpió su perorata, esta vez para tomar un libro que reposaba junto a ella. Lo abrió por la primera página y la releyó, anhelante.
Cuando terminó, devolvió su atención hacia mí.

-Es como si os hubiera extraído justo cuando se relataba la primera línea de la novela de la que procedéis. Excepto en tu caso, claro está. Tú lo recuerdas todo: los juegos, a Peeta, la muerte de tu hermana, de Snow, de Finnick... Todo.

Oír el nombre de mis seres queridos despertó todo mi interés. ¿Cómo sabía aquella psicópata quién era yo, lo que había vivido y lo que había perdido?

-¿Y cómo sabes tú todo eso? -le espeté. -No te había visto en mi vida.

-Lo sé todo sobre ti, Katniss. Está todo aquí, en estas páginas.

Me ofreció el libro que previamente había cogido y lo acepté, con cierta curiosidad. Cuando leí la primera línea me quedé helada: narraba a la perfección mis sentimientos el día de la Cosecha. El día que me presenté voluntaria para salvar a mi hermana.

El día que cambió mi vida radicalmente.

Seguí leyendo a mi propio yo años atrás, preguntándome como alguien podría haber relatado todo aquello, cuando ni siquiera yo podría hacerlo tan a la perfección.

-¿Qu...quién ha escrito esto?- se me entrecortó la voz.

-¿No lo ves Katniss? Lo pone justo aquí.

Seguí con la mirada la dirección que me indicaba hasta que encontré el nombre: Suzanne Collins.

-¿Quién es ella? ¿Una espía del antiguo Capitolio? ¿Un agente de la paz?

-Es una escritora Katniss. Ella jamás ha estado en el distrito 12, ni siquiera en Panem, no físicamente. Ella lo creó en su imaginación, así como al resto de sus habitantes, entre los que te encuentras tú.

Pasé las páginas y pude "leerme" mientras luchaba en los juegos, cuando besaba a Peeta, con Rue muriéndose entre mis brazos, mientras volvía a casa tras la victoria. Todo era tan extraño y al mismo tiempo tan aterrador que casi me desmayo.

Quizá Marina no estuviera tan loca. Quizá hubiese verdad en sus palabras.

-¿Y dónde están ellos? ¿Dónde está Peeta? ¿Y los niños?

-Tranquila Catnip.-Oir el apodo que Gale había ideado me puso los pelos de punta.-Están aquí, en Blueriver. Pero debes tener en cuenta que para ellos nada ha sucedido. No te recuerdan como lo hacían hasta hace unos días.

Me entraron unas ganas de llorar terribles y un dolor indescriptible se instauró en mi corazón.

-Peeta recuerda el momento en el que os conocisteis por primera vez, en la panadería. Cuando tú estabas bajo la lluvia, muriendote de hambre y él te lanzó un poco de pan.

Recordaba ese momento perfectamente. ¿Cómo no iba a hacerlo? Fue el día que conocí al amor de mi vida.

-¿Solo eso?

-Fue vuestro único encuentro directo antes de la cosecha, y en consecuencia, lo único que recuerda de vuestra relación.

-¿Y mis hijos?

-Eso ya es una cuestión más complicada. Ellos aparecen en el último libro, pero aún así, están aquí.
La máquina les ha hecho creer que son niños huérfanos. No tienen la más remota idea de quiénes son ni de dónde vienen. Por eso te necesito a ti.
Debemos hacer que todos recuerden cuál es su historia, debemos hacerles ver quiénes son realmente.

-¿Y cómo haremos eso?

-Ven conmigo, te lo mostraré.

Me levanté y seguí a Marina por su apartamento. Cuando llegamos a una puerta normal y corriente (o eso parecía, ya me esperaba cualquier cosa.) se detuvo.

-Bien. Te mostraré cómo lo haremos.

Sacó una llave de su bolsillo izquierdo y abrió la puerta. A continuación entró en la habitación. Yo la imité y cerré la puerta tras de mí.

La habitación estába completamente a oscuras y en silencio, y me entraron unas ganas terribles de salir de allí corriendo.

Hasta que de repente la luz inundó la habitación y pude ver con claridad lo que había dentro.

Cientos y cientos de libros ocupaban la sala, formando altas torres que casi rozaban el techo. Me quedé atónita ante semejante escenario y no fui capaz de decir una sola palabra.

-Ésta es la única opción que existe. Debemos mostrarles su historia y hacer que se la crean, deben ver cuál es su verdadero ser. Y cuando lo hagan, recordarán.

Todavía confundida y asombrada por la cantidad de información recibida en las últimas horas, asentí y logré articular, entre dientes:

-Manos a la obra.


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