8. No descuidar a los chicos bonitos

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No habría que ser muy inteligente para notar que la fiesta en la casa de ese tal Claude no era ni de cerca parecida a la organizada por el Instituto.

Las mayores diferencias eran que se podía beber, que había buena música, que había gente divirtiéndose y que esta era una fiesta digna de recién graduados. Miles de veces mejor que una recepción de porquería donde lo más interesante eran unos chimpancés de papel maché.

Sin siquiera haber entrado, ya se sentía la energía en el ambiente. La potencia del sonido hacia vibrar los vidrios a metros a la redonda en un repiqueteo molesto pero que se quedaba en segundo plano con el ajetreo adolescente en su punto más alto. Nathaniel se quedó viendo cómo algunos arriesgados a sufrir hipotermia jugaban en una fuente de agua a un costado del amplio camino de piedra pulida que daba a la casa. Si no fuera porque la vivienda más cercana estaba a media milla de distancia, los vecinos estarían muy molestos.

Alguien lo jaló de la muñeca, obligándole a entrar a la casa ―más bien mansión―, y una vez adentro se le atoró el oxígeno. En lo que alcanzaba a ver entre la noche y los reflectores intermitentes, era mínimo siete veces la casa de sus padres. No podía dejar de pensar en que ese lugar tenía cierto parecido arquitectónico a los chateâu de las vinícolas de Burdeos. Se guardó los comentarios para sí mismo, lo menos que quería era ser un nerd en una fiesta.

― ¿Qué están haciendo ahí de pie como unos idiotas? ―dijo un chico menudo, apareciendo de quién sabe dónde―. ¡Vayan a divertirse!

― Estábamos observando tu...humilde morada, Claudio ―respondió Castiel.

― Es Claude, de hecho ―corrigió el joven de cabeza a medio rapar antes de examinarlos con la mirada y sonreír con picardía―. Bueno, no sabía que eran swingers.

Castiel parecía confundido con lo que dijo Clarence hasta que notó las manos entrelazadas de Nathaniel y Alexy.

― ¿Qué mierda crees que estás haciendo, Alexy? ―vociferó Castiel.

El peliazul se le quedó viendo con las cejas, sin entender bien a qué se refería.

― ¿De qué...? ―Bajó la mirada hacia donde Castiel observaba con furia y notó que todavía sostenía la mano de Nathaniel de donde lo había arrastrado―. Ah, eso. Ups.

― ¡¿Ups?! ¡Estabas de la mano de mi chico!

― Lo siento ―dijo con una risa reprimida. Era obvio que no lo sentía.

― Te voy a...

― ¡Castiel! ―interrumpió Nathaniel, de pie frente a su novio―. ¡No llevamos ni cinco minutos aquí y ya estás armando un escándalo!

― ¡Pero es que él...! ―quiso excusarse pero fue interrumpido otra vez.

― Eres como un perro rabioso, y te brotan los celos por cualquier tontería. Sabía que no debía venir.

Dando media vuelta, Nathaniel empezó a volver sobre sus pasos hacia la salida y Castiel como el perro guardián que era lo siguió, sólo que esta vez no parecía echar espuma por la boca, sino que lucía como un cachorro con las orejas caídas, desesperado por atención.

― Interesante... ―farfulló Claude, viendo por donde había desaparecido el par y luego girándose hacia los que también observaban―. Si ustedes no van a correr tras ellos, disfruten de la fiesta. Hay bebidas en el otro salón siguiendo el pasillo.

Los dos chicos caminaron hacia donde les habían indicado las bebidas, esquivando la gente que bailaba o charlaba y saludando a los que reconocían hasta que por fin divisaron una mesa con vasos, latas y botellas. Cada uno agarró una lata de cerveza y se sentaron en un amplio sofá pegado a una pared.

Adiós al Instituto [Corazón de Melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora