1. Trajes de Pingüino

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― ¡Castiel, ya mueve el culo que se nos hace tarde! ―gritaba el rubio desde la sala, justo después de colgar el teléfono. Revisó los bolsillos del traje de etiqueta, en busca de que todo estuviera en orden y no se le quedasen las llaves o la billetera.

― ¡No sé cómo acomodar esta cosa! ―le replicó Castiel también con un grito, éste desde el cuarto que compartían.

Nathaniel se dirigió impaciente hacia la habitación, abrió la puerta de un golpe y se encontró con que su novio estaba perfectamente vestido con su traje negro ajustándosele con maestría al cuerpo. Nunca le había visto de traje y vaya que le quedaba bien, eso sin contar el hecho de que el cabello estaba peinado hacia atrás con una precisión indigna de él; un diminuto broche recogía por detrás los mechones que antes tapaban los laterales del rostro, el cual ahora se descubría en su totalidad junto con las perforaciones que tenía en las orejas. El único error allí era la corbata negra que no encontraba forma de acomodarse con la camisa de seda roja.

― ¿Qué crees que estás haciendo? ―dijo Nathaniel desde la puerta, cuando vio que Castiel ataba la corbata en un nudo corriente con forma de ahorcado y luego trataba de pasar la cabeza a través del agujero.

― La ropa formal y yo no somos amigos ―confesó el pelirrojo, volviendo a desatar el trozo de tela.

― A ver, dame eso.

Nathaniel se acercó y le arrebató la corbata de las manos, la acomodó en el cuello de la camisa y se dispuso a hacer el nudo correspondiente que ya conocía de memoria. Se tomó su tiempo recomponiendo los pliegues del cuello y alisando la tela que se había arrugado de tanto atar y desatar. En cuanto alzó la mirada supo que Castiel lo había estado observando todo ese tiempo con morbosas intenciones, delatadas por esa típica cara de seriedad cortada por una pequeña sonrisa.

― ¿Qué? ―preguntó al ver que Castiel no se había movido un centímetro incluso cuando ya había terminado de amarrar la corbata.

― Achinas los ojos cuando estás concentrado.

― Eres un payaso. Ya vamos ―bufó el rubio, girándose hacia la puerta de no ser por las manos de Castiel que lo acercaron de nuevo, esta vez pegándolo por completo hasta el punto que sus torsos se tocaban.

― Si sabias que te iba a arrancar el traje con los dientes y a hacer que tu lindo peinado se arruinara cuando te hiciera sudar y revolcarte en esa cama, ¿para qué te esforzaste en arreglarte tanto?

Las palabras de Castiel lo hicieron temblar en anticipación, además de las manos en su trasero y la lengua bajando del lóbulo de su oreja hasta el borde de su clavícula, que no ayudaban mucho a su auto-control. Cuando notó una mano deshaciéndose de los botones del esmóquin, recordó que ese no era el momento para eso, y conociendo a su novio, sabía que no le bastaría con un "Para, Castiel", porque eso lo encendía más; "No te hagas el difícil", le respondería. Y sí, en todo ese tiempo juntos había aprendido sobre cómo domar a la bestia, analizando sus movimientos cada que Castiel no ponía atención. Se abrió paso entre los muslos del pelirrojo, el cual lo tomó como una aceptación hasta que sintió un rodillazo en la entrepierna, no muy fuerte pero sí lo suficiente para hacerlo doblarse y matar su apetito sexual.

― ¿Y ahora qué hice? ―se quejó con una vocecita aguda.

― ¿No puedes pensar en otra cosa que no sea hacer eso a toda hora? ―le regañó el rubio, reacomodando los botones en los ojales―. Es la fiesta de graduación y no vamos a faltar porque te dio un calentón de momento.

― ¿El ex-señor delegado ya no me quiere? ―dijo con un puchero y ojos de perrito que no provocaron más que risa en el rubio.

― Ya habrá tiempo para eso. ―Le tomó la mano y le dio un corto beso al estúpido puchero de Castiel―. Tenemos que irnos, el taxi ya debe estar abajo.

Adiós al Instituto [Corazón de Melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora