Capítulo 1: ODIO a los malditos psicólogos.

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Miércoles, 12 de agosto.

Desde luego no sé cómo mi madre puede llegar a ser tan descerebrada de hacerle caso al idiota de mi psicólogo.
Todo comenzó el día que mi madre decidió mandarme a un loquero por la estúpida razón de que su hija Lirya, o sea yo, no es lo que se dice una pre-adolescente de 11 años “normal”; creo que la que sí está mal de de la cabeza, es ella. ¿Desde cuándo hablar sola es raro?

En fin...
Me senté en el sillón y me empezaron a hacer preguntas, algo así como un test.

—¿Cuál es tu animal favorito?—preguntó aquel señor de unos veinte años, con una libreta en sus manos.

—El unicornio —contesté como si fuera típico.

—De acuerdo, ¿cómo describirías a ese ser vivo? —volvió a cuestionar. Realmente me estaba impacientando, quería marcharme cuanto antes.

—Tiene un... ¿cuerno? —dudé por un momento mi respuesta.

—Vale —puso cara de confusión, y prosiguió—: Por casualidad, ¿tienes problemas en tu escuela?

—Uno, lavavajillas, batidora... —empecé a contar con mis dedos—. Muchos —finalicé la frase.

—¿Y cómo los solucionas? ¿Llamas a un adulto o profesor?

—No—me quejé, harta de tanto pedir información.

—¿Entonces qué haces?

—¡Los golpeo, ¿vale?! Por eso estoy aquí —me crucé de brazos totalmente enfadada.

—¿Por qué recurres a la violencia en vez de hablar con ellos?

—Nadie quiere hablar conmigo.

—Voy a hablar un segundo con tu madre, ahora vuelvo.

El tal “Doctor Larry”, no es lo que se dice un buen psicólogo... ¡sobre todo porque el maldito me ha mandado escribir en este diario! Según él su objetivo es: “Suprimir mi violencia utilizando la expresión escrita como medio principal y único recurso”; de verdad, esa excusa es más incoherente que la prueba de las manchas de tinta. Se supone que esos dibujos son simplemente borrones, no tienen por qué significar algo en concreto.

Y sin embargo, por mucho que odie esto lo hago igualmente. ¿Por qué me contradigo tanto a mí misma? No, espera, ya lo recuerdo: Porque sino le tendré que decir “Adiós” a mi queridísima señal WiFi.


¡La vida es tan cruel!

Supongo que algunos pensarán que al ser yo la pequeña de la familia me consienten mucho. Pues no, todo lo contrario: Mi hermano mayor, Marco, es terriblemente caprichoso.
Jamás he visto a mis padres diciéndole que no, por lo cual que yo intente llamar la atención no es nada sorprendente para ellos.
Y esa es la razón por la que no soy precisamente normal. Eso y que nací así, ¿qué le vamos a hacer?

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