Capítulo 2: ¡Purpurina!

640 77 33
                                    

Jueves, 13 de agosto.

Esta mañana por poco sufro un desmayo.
Mi hermano Marco, también denominado:

Mandril
Abominable
Rociado
Con
Orina

Nunca en su vida ha leído un libro.

Cuando lo vi de cerca, me confundió todavía más: Era de tapa roja cubierta de terciopelo, con un grosor más grande que mi cabeza y unas hojas finas y con un leve olor a nuevo.
Lo que pasó después de eso no me sorprendió para nada... Resulta que el libro era sólo para disimular que estaba viendo una revista de chicas en bañador.

—¡Mamá, Marco tiene algo inapropiado para su edad! —grité desde el salón en tono de reproche.

—Marco, ¿es eso cierto? —preguntó aproximándose hasta él con mirada seria.

—¡No, mamá! Se lo está inventando, estaba disfrutando de un rato de lectura —mintió, para luego mirarme a mí con desprecio—. Hasta que apareció Lirya para molestarme.

—Lirya, deja a tu hermano en paz —me regañó frunciendo el ceño.

—¡¿Vas a creerlo a él?! —exclamé totalmente enfadada—. ¡Pero si tiene el libro al revés!

—No es mi culpa sufrir dislexia —fingió sollozar con mucho dramatismo.

—Cariño, tú no tienes dislexia —respondió mi madre haciendo una mueca de: “Te pillé”.

—¿A-Ah, no? ¡Qué bien! —salió corriendo hasta su escondite, tropezando en el camino.

—Los adolescentes de hoy en día... —suspiró y se giró cruzando su mirada asesina con la mía—. ¿Qué haces ahí parada? ¡A organizar tu habitación, de inmediato!

—Vale, mamá —subí las escaleras sin ninguna gana, de manera que me arrastré.

—Deja de hacer eso, ensuciarás el suelo —me ordenó un poco más tranquila.

—En esta casa no se puede hacer nada —murmuré molesta.

—¿Perdona, qué has dicho? —en ese instante subí los escalones corriendo.

—¡Nada! —chillé desde mi cuarto, cerrando de un portazo—. Por poco... —solté todo el aire que retenía y me lancé a la cama totalmente agotada.

Después de eso lo siguiente que recuerdo es que me quedé frita y al despertar, por alguna extraña razón, tenía algo viscoso en el pelo.

—¿Pero qué...? —dije tocando aquella sustancia pegajosa que tenía en el cabello—. ¡MAMÁAAAAA!

—¡¿En esta casa no se puede estar tranquila o qué?! —di un brinco al verla de un momento a otro en la puerta. ¿Desde cuándo estaba allí?

—Por favor, dime que lo que tengo pegado en la cabeza no es moco —supliqué con asco.

—¿Purpurina? —de pronto un aura tenebrosa brotó de mi querida madre—. ¡¿Cómo se te ocurre...?!

—¡Yo no fui! —logré avisarla antes de recibir la riña.

Al final, resultó ser que mi padre necesitaba un sacapuntas; y como no quería despertarme, buscó entre los cajones lanzando todo lo que se encontraba hacia mi cama. Poco más y me clava las tijeras en el ojo.

LeshugaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora