Los duques de Rotheway eran los padres de la misteriosa Claudinne. Regina escuchaba una y otra vez la grabación. Reconocía la voz de Eleanor Lowell. Su suegra.
Se llevaba bien con esa mujer. Sentía que ambas tenían mucho en común. Eran personas prácticas, funcionales. Veían los matrimonios como una inversión y a los hombres como una necesidad biológica irremediable para tener sexo y reproducirse. El dinero era una prioridad y la vida social una exigencia. Y así era su día a día. Y no lo cambiaría por nada, al menos ella. Aunque tenía la corazonada de que Eleanor Lowell tampoco, por eso estaba allí, en París, para controlar a su hijo y evitar que rompiera su matrimonio y armara un escándalo en la familia. Y en eso las dos estaban de acuerdo. Por eso la consideraba una gran aliada.
Pulsó el play de su pequeño Ipod. Lo había comprado exclusivamente para almacenar todas las grabaciones que registrasen los cuatro pequeños micrófonos que había camuflado en la suite, en el coche de su esposo, en cuatro de sus americanas y en el baño de la habitación.
Cerró los ojos y subió el volumen de los auriculares. Cada palabra que salía de la boca de Eleanor era más y más reveladora. Ahora Regina tenía ante sí infinitas posibilidades para alejar a la dependienta de Christopher. Y viendo el poco éxito que Philippe estaba cosechando, iba a necesitar tener otras opciones. Porque no iba a tragar con un divorcio.
Apuntó en un pequeño bloc la información. Claudinne era la heredera del ducado de Rotheway (que gracias a las deudas que había dejado su tío al morir ahora sólo iba a poder heredar el título y ni una libra). Sus padres se habían arruinado y no podían seguir pagando el enorme agujero que Max Rotheway les había dejado a deber antes de volatilizarse.
A Regina le extrañó que jamás encontraran al tal Max. ¿Se habría fugado? ¿Le habrían secuestrado? ¿Su avión privado se habría estrellado? Frunció el ceño.
Después repasó la historia de la dependienta. La esbelta y elegante hija de los Rotheway. Muy refinada e inteligente, admirada en la escuela donde estudiaba por sus desorbitadas calificaciones. Chris siempre había estado enamorado de ella, todos lo sabían excepto él. Sus padres la abandonaron en Blois al cuidado de una mujer que era pariente lejana del mayordomo de la casa, a la cual le pagaron una cantidad de cincuenta mil euros a cambio de que criase a una niña de quince años hasta que se hiciera adulta y pudiese ir a estudiar a la universidad. "La tía Amber".
Después venía la parte interesante. El hombre al que le debían millones y millones de libras. Un tal Z. Regina no sabía quién era aquel todopoderoso que había amenazado con llevarse a la hija de los Rotheway si no devolvían el dinero. Le preguntaría a su padre y si no, investigaría. Quizá, como última opción, si Philippe fracasaba y Christopher se mantenía empeñado en divorciarse para correr a los brazos de su dependienta, podría contactar con Z. Podría hacerle saber a Z dónde estaba la pequeña Rotheway y quitársela de en medio.
Regina apagó el Ipod y se recostó en la cama de la suite. Christopher no había vuelto a dormir y le constaba que Philippe había dejado libre a la pequeña duquesa antes de tiempo. Se mordió el labio y se preguntó a sí misma cuanto tiempo aguantaría antes de ponerse en contacto con el señor Z. Pero entonces pensó en algo que era capaz de agriar los sentimientos de cualquier mujer enamorada y transfomarlos en algo peor que la leche cortada: los celos. Y antes de mancharse las manos con el señor Z, sería interesante comprobar si Claudinne estaba dispuesta a soportar ver a Chris en brazos de otra mujer.
Así que alcanzó su teléfono y marcó el número de Philippe.
***
Olía a madera. A campo. El silencio de aquella mañana anunciaba recuerdos. Una mano masculina reposaba sobre su vientre, que subía y bajaba al compás de su respiración. Claudinne observó aquella expresión de paz que reflejaba el rostro relajado de Christopher. Dormía como un bendito. Extendió su mano y acarició su mejilla con la yema de los dedos. Sintió que la sombra de la barba empezaba a arañar y eso la hizo recordar que aquel hombre no tenía quince años, si no veintiocho. Que ya no era un adolescente inseguro. Y que estaba casado. Con otra mujer.
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[En pausa] Estás aquí © Cristina González 2014
RomanceClaudinne y Christopher habían sido amigos íntimos durante el colegio. No obstante sólo se habían besado una vez, a los quince años. Ella había pertenecido a la nobleza británica y él ocupaba un lugar importante en la alta sociedad europea. Sin emba...