Capítulo 10

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Alguien pulsa el botón de su cámara y Regina queda inmortalizada saliendo de uno de los edificios más caros y glamurosos de París. Desde el ventanal de su ático, Philippe la observa caminar ágilmente sobre los adoquines como si los tacones fuesen una parte más de su escultural anatomía.

Depositó su copa de vino encima de una elegante mesita de teléfono y apoyó su musculosa espalda en la pared blanca para perder su mirada entre las gotas de lluvia parisina que se estampaban nerviosas contra el cristal. El diluvio era tan intenso que la ciudad se veía difuminada y de fondo se escuchaba un murmullo similar al de una televisión sin señal causado por los gruesos goterones que caían del cielo.

Suspiró. Tenía una duda. ¿Claudinne sabría la verdadera historia sobre ella misma? Quizá Lowell ya se habría encargado de informarla... O no.

No hubiese sido extraño que los duques de Rotheway hubieran decidido mantener a su hija en la ignorancia. Tenía sentido. Si ella no sabía nada, era más fácil protegerla. No le sería útil a nadie. Ni a Z.

—Mientras no sepa dónde se esconden sus padres, estará a salvo —reflexionó Philippe en voz alta.

***

Mientras se vestía, Claudinne rememoraba el día anterior, tratando de rescatar de su memoria los detalles más importantes para no olvidarlos jamás, sobre todo en lo que concernía a sus padres.

Christopher no había querido contarle demasiado. Sólo sabía que ellos estaban bien, que debían mucho dinero a un hombre con muchos recursos y pocos escrúpulos y que todo lo que habían hecho tenía como objetivo protegerla de aquel asunto tan turbio.

Posó la yema de su dedo índice sobre la sombra de ojos gris y después la esparció uniformemente sobre su párpado. Iba a cenar con Philippe en Montmartre. Christopher conocía esa cita. Habían hablado de ello mientras remaban sobre un lago que había cerca de la casa donde habían pasado dos noches inolvidables.

—No deberías permitir que se te acerque demasiado —le había dicho Christopher—. No es la clase de hombre que ve a las mujeres como personas dignas de respeto.

—De momento no se ha propasado conmigo... Ha sido amable... Aunque un poco... Directo —le había respondido ella—. Mañana va a invitarme a cenar.

Christopher se había puesto serio.

—Supongo que no tengo nada que decir. Yo estoy casado y no puedo exigirte que dejes de ver a otros hombres.

Claudinne lo había mirado fijamente. Sabía que estaba enfadado. La manera de fruncir los labios y de contener los músculos faciales no había cambiado nada en trece años.

—Escucha, Chris... Yo, tú... Todo esto... No sé qué es. No sé si debemos seguir con nuestras vidas por separado o volver a unirlas como estaban antes. Estás casado y sabes que divorciarte será muy difícil y lo peor es que aún no estás seguro de que vaya a merecer la pena. Y yo tampoco.

—Clau... —había tratado él de interrumpirla.

—Déjame hablar —había ordenado Claudinne en tono severo—. No estoy enamorada de Philippe, a duras penas lo conozco. Me he comprometido a cenar con él. Eso no quiere decir nada. Pero tampoco quiere decir que vaya a apartarlo de mí sin dar ninguna explicación. Tal vez no quiera dejar de verle.

—Ese hombre es peligroso —había respondido Christopher—. Y no quiero que te haga daño.

—¿Y tú no me vas a hacer daño? ¿No me lo estás haciendo ya? —había dicho ella cargada de rencor—. Aún no sabemos si esto es un espejismo. Estamos viviendo de las sombras, de los recuerdos. Esto no es real... Todavía. Fingimos conocernos pero realmente lo que significamos el uno para el otro no es otra cosa que la seguridad que da la nostalgia cuando repetimos experiencias que nos han hecho felices. Tú y yo fuimos felices, pero no estoy segura de que seamos ya las mismas personas.

[En pausa] Estás aquí © Cristina González 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora