Capítulo 6

6.4K 368 46
                                    

–Necesito un collar de perlas –dijo aquel cliente con los codos apoyados sobre el mostrador–. El mejor que tenga.

Claudinne observó a aquel hombre con cierta desconfianza. Era muy alto, atractivo, de cabello negro y penetrantes ojos oscuros. Iba muy arreglado. Su impecable traje azul marino no dejaba dudas acerca del poder adquisitivo de aquel joven de expresión atormentada.

Y, es que, aquel chico parecía estar a punto de echarse a llorar en su hombro. Tanto le llamó la atención a Claudinne que hizo lo que normalmente hubiese considerado una grosería: preguntarle si se encontraba bien.

       –No se preocupe madmoiselle… –sonrió él lastimosamente–. Es sólo que mi madre está a punto de fallecer y la ilusión de su vida siempre fue tener el collar de perlas de mi abuela… Pero se perdió cuando vaciaron la casa… Y ahora me gustaría regalarle uno.

Claudinne posó su mano sobre el antebrazo de aquel hombre que parecía estar tan deshecho como una tortilla española deconstruida.

       –Lo siento mucho –murmuró ella–. Veré qué puedo hacer.

       –Disculpe señorita –dijo él, que parecía haber reaccionado ante las palabras de la dependienta con cierto apuro–. No quería preocuparla, es sólo que a veces las cosas son tan duras que es difícil estar en silencio.

       –Esté tranquilo. Si puede hacerme el favor de esperar un minuto, voy a intentar dar con su collar de perlas –respondió ella con una sonrisa tierna.

 “Al menos él tiene a su madre cerca y podrá disfrutarla hasta el último minuto de vida”, pensó ella a modo de consuelo mientras caminaba hacia el almacén. Buscó a Roger, quien le indicó donde podía encontrar las perlas que buscaba.

Claudinne escogió cuatro modelos de collar de perlas y, guardados con mimo en sus respectivos estuches aterciopelados, los llevó hasta el mostrador para enseñárselos a aquel hombre.

Abrió los cuatro estuches y le explicó las características de las perlas de cada joya al cliente.

       –Desde luego, son todas maravillosas… No sé cuál elegir –comentó él con aspecto distraído–. Usted… ¿Con cuál se quedaría?

A Claudinne se le escapó una sonrisa escéptica.

       –No creo que yo pueda permitirme ninguno de ellos, señor… –hizo una pausa–. Pero si pudiera elegir, me quedaría con el que tiene un zafiro en forma de gota que sobresale entre la blancura de las perlas. Aunque supongo que no me lo pondría nunca porque no asisto a eventos que lo merezcan.

En realidad, a Claudinne no le gustaba utilizar joyas. Para verlas, eran bonitas, pero para llevarlas encima, molestas. Los collares se enganchaban con su pelo, los pendientes le pesaban en las orejas y los anillos no le permitían escribir bien con la mano derecha y se enganchaban en la ropa al vestirse.

Pero eso no iba a confesárselo al triste caballero que iba a regalarle un precioso collar de perlas a su madre moribunda. A Claudinne no dejaba de parecerle un extraño regalo para una mujer que se encontraba en la frontera con la muerte. Ella siempre había supuesto que una persona muy enferma lo único que necesitaba de sus seres queridos era su presencia y amor. “Porque las joyas no va a llevárselas a ninguna parte cuando se muera”, reflexionó ella.

Pero eso tampoco se lo iba a comentar al misterioso y apenado hombre de las perlas.

       –Una buena elección, tiene un cuello precioso… ¿Claudinne? Disculpe que la llame por su nombre, lo he leído en la solapa –dijo él–. Yo soy Philippe.

[En pausa] Estás aquí © Cristina González 2014Donde viven las historias. Descúbrelo ahora