Mientras Christopher dejaba vagar su mirada a lo largo de la blancura del techo de la habitación, tumbado boca arriba sobre un mullido colchón de cuatro estrellas algo más incómodo que el que hubiese compartido con Regina aquella noche de no ser porque había decidido emigrar a otro hotel en busca de una velada tranquila, se preguntó de nuevo por qué demonios había tenido que casarse. Claro que no le había parecido una idea tan precipitada e incoherente hasta que vio aquel lunar en el cuello de una Claudinne de veintocho años, bella, independiente y con ese particular brillo en los ojos que tanto había echado de menos. Sí. Fue en aquel momento en el que cayó en la cuenta del rumbo tan descabellado que había tomado su vida desde que su amiga había desaparecido de ella unos trece años atrás.
Había comenzado por sentirse frustrado –lo cual a los quince años puede suceder incluso sin motivos aparentes–. Después, aquella frustración había dado paso a una profunda tristeza que a los pocos meses dio lugar a una rabia intensa difícil de controlar. Sus padres siempre habían sido distantes con él –su madre se trataba de una mujer fría y su padre vivía absorto en sus negocios–. Entonces, cuando Christopher desembocó en una situación de no retorno debido a todo aquel torrente emocional que había desencadenado la ausencia de Claudinne, lo enviaron a un internado de las afueras de Manchester. Había pasado de ser un adolescente tranquilo, algo solitario y centrado en sus cómics, las matemáticas y la ciencia ficción a convertirse en un rebelde maleducado, irresponsable e inconformista –y en riesgo de caer en el alcoholismo y la drogadicción–. Sus padres, por supuesto, no lo toleraron.
Allí, en Manchester, a pesar de la excelente educación e intensa disciplina, tuvo –efectivamente– la oportunidad de probar las drogas, el alcohol y las malas compañías; con las cuales pagó toda su tristeza, rabia, ira e incomprensión… Para acabar por darse cuenta de que, si seguía por aquel camino, se autodestruiría –y además, seguiría sin volver a verla–. Fue cuando comprendió que ni todos los litros de Whisky disponibles en Gran Bretaña serían capaces de devolver a Claudinne a su vida. Entonces el alcohol le pareció inútil y lo dejó.
Se centró de nuevo en los estudios, para poder regresar con sus padres y hacer algo de provecho con lo que le quedaba de lo que él percibía como penosa existencia. Y poco a poco, con los años, el recuerdo de Claudinne se fue empañando.
Entonces, después de unas cuantas mujeres, fiestas, una carrera universitaria y un sentimiento anodino acerca del sentido de la existencia humana, conoció a Regina y sus padres –los de él tenían dinero y los de ella un título nobiliario– se las arreglaron para propiciar el matrimonio.
Christopher no lo pensó mucho: no tenía nada que ganar, pero tampoco nada que perder. Y tampoco tuvo que esforzarse. Si bien era cierto que el acuerdo matrimonial estaba basado en unos términos arcaicamente medievales (nobleza y dinero), con Regina se lo había pasado bien en la cama y en realidad, era todo lo que él había esperado encontrar en una mujer. Nada más. Ni nada menos.
Christopher resopló, llenando con su aliento toda la habitación, de tal forma que hasta las paredes pudieron percibir la desorientación en la que se encontraba sumido. Después se llevó las manos a la nuca y entrelazó sus dedos bajo ella.
Retomó el hilo de sus pensamientos y tiró de él hasta que Claudinne apareció en su mente, terriblemente preocupada por unos pendientes de rubí y con un moño a medio deshacer que no alcanzaba a tapar ese lunar.
Christopher sonrió amargamente y después cerró los ojos. Ahora no sólo se arrepentía de haberse casado, si no también de todas las demás mujeres, de los porros y de todos los desvaríos por los que se había dejado arrastrar. Ver a Claudinne había hecho brotar de nuevo la conciencia dentro de él. Absurdamente, pensaba que para ser digno de ella, necesitaba adquirir unos valores que había perdido hacía mucho tiempo.
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[En pausa] Estás aquí © Cristina González 2014
RomanceClaudinne y Christopher habían sido amigos íntimos durante el colegio. No obstante sólo se habían besado una vez, a los quince años. Ella había pertenecido a la nobleza británica y él ocupaba un lugar importante en la alta sociedad europea. Sin emba...