Parte 4: A eso de las dos

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Habían pasado 5 años ya de aquella comida y Ángel seguía haciendo sus salidas al monte con Maka, aunque ahora no subía muchas pendientes y evitaba los excesos. Ángel estaba muy bien para su edad y se volvía loco por su nieta. Blanca se había convertido en una niña preciosa, simpática, divertida y le encantaba estar con su abuelo y que éste le contara historias de perros. 

Ángel era mi vecino y una noche de julio a eso de las dos de la mañana oí llegar un ambulancia. Hacía mucho calor, los termómetros marcaban 26ºC en Vitoria-Gasteiz y yo no podía pegar ojo. Al oír la ambulancia me asomé para ver qué pasaba y vi como bajaban a Ángel en una camilla y se lo llevaban a Txagorritxu. Maka estuvo toda la noche llorando hasta la mañana siguiente. Creo que nunca la había oído llorar, pero también creo que Ángel nunca la había dejado una noche sola. Tengo que confesar que me dolía mucho oirle llorar como si se le estuviera rompiendo el alma. Creo que Maka presentía algo y creo que Ángel le avisó. A la mañana siguiente, Mikel debió de venir a buscarla porque no volví a oírla.

A las 48 horas de aquello, en el portal de mi casa habían pegado una hoja. Otra vez reunión, pensé. No me gustan las reuniones de escalera y no suelo ir a ninguna, te tiras toda la tarde hablando y nunca se llega a un consenso de nada. Cuando me acerqué a leerlo me quedé helada, era la esquela de Ángel ¡pobre hombre!

- Debió de darle un infarto el otro día sobre las dos de la mañana.- dijo la vecina del tercero. ¿No oíste la ambulancia?

- Si, creo, si, algo así- balbucee. ¡Qué pena me daba!, era un hombre muy majo, me caía bien y no se metía con nadie. Su hijo, Mikel, había estudiado conmigo en el Instituto, me acuerdo que me gustaba, un chaval muy agradable. Creo que los dos habían sufrido mucho con la muerte de Aurora y el corazón de Ángel desde entonces no estaba para mucho trote. Y es que hay cosas en la vida que cuando ocurren nos rompen algo por dentro que no vuelve a reconstruirse nunca más.

- Unos se van y otros se quedan- dijo la marujona del tercero.

- Es ley de vida- dijo otra.

Como odio las frases hechas. ¿Tan simples somos que no somos capaces ni de construir frases propias que tenemos que tirar de coletillas? Y me largué casi sin decir adiós.

No volví a saber nada más de Maka, el piso sé que lo vendieron a una pareja de colombianos. Hasta que tres meses más tarde vi la foto de Maka en las redes sociales. Siempre suelo ojear la página de Apasos Vitoria y los perros que están en adopción. Era la foto de Maka, pero la habían llamado Lupe. El comentario al pie de la foto decía:

Lupe, pastora vasca de 14 años busca familia. Es muy buena con personas, con niños y con otros perros.

Dios mio ¿era ella? se parecía muchísimo y creo que tendrá más o menos la misma edad. Lo de llamarla de otra manera tampoco significa nada, a saber... Me acordaba del día que se llevaron a Ángel en la ambulancia que la pobre se tiró toda la noche llorando y se me partía el corazón. Desde luego, cómo se puede hacer algo así a un pobre animal que es parte de la familia y que ha estado siempre a tu lado. Yo tenía otro concepto de Mikel, siempre había creído que era un buen chaval. Ojalá se pudra, pensé. ¡Que desengaño!

Pensé en adoptarla, al fin y al cabo yo la conocía desde cachorra, pero no sé si sería buena idea. Volver a traerla al mismo edificio en el que vivía, pero sin su Ángel. Me imaginaba perfectamente la escena, saldríamos de casa y ella iría corriendo hasta su antigua puerta, ladraría y sólo conseguiría que le abrieran un par de colombianos. Sinceramente, creo que no es buena idea.

Y como nos pasa a los comunes de los mortales, pasado el tiempo me olvidé de Maka, de Ángel y de Mikel. Al final la vida que llevamos no nos deja pensar demasiado ¡así nos va!


El ángel de MakaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora