Después del encuentro del colectivo Pablo había vuelto a ver a Mariana todos los días, pero ella seguía sin saludarlo. Nano —que durante el año vivía en la ciudad—, lo volvía loco diciéndole que quería instalarse en la quinta, por el sólo hecho de poder encontrarla lodos los días en el ómnibus.
Pablo y Nano asistían a un colegio estatal mixto, junto con Loli, Gastón y Cris. Los acercaba el hecho de que los cinco pasaban los fines de semana en la Villa o en el pueblo, algunos porque vivían en forma permanente, otros porque tenían casas quintas y Cris, porque siempre estaba invitada a lo de Betiana Arce, que también formaba parte del grupo.
Betiana Arce cursaba cuarto año en un colegio religioso, en el mismo colegio y en el mismo curso donde había comenzado Mariana, cuando se mudara, a fines de julio. Débora iba con ellas, pero en quinto y, por ser prima de Betiana, se unía al grupo los fines de semana y durante las vacaciones. El último domingo Nano vio alas chicas saludarse en la plaza del pueblo y así pudo averiguar que la rubia de ojos grises que lo deslumbrara en el colectivo se llamaba Mariana.
Aún quedaban flotando entre Pablo y Cris los resabios de una historia de amor casi secreta que comenzara durante el viaje de estudios, a mediados de agosto, pero que parecía ir diluyéndose en el olvido, ahora que la magia desaforada del viaje había terminado.
Cris trataba de reavivar el fuego en todo momento y Pablo parecía corresponderle. Sin embargo, desde hacía varios días el rostro de Mariana se le aparecía en medio de las explicaciones sobre la utilidad de la merceología o entremezclado con fórmulas de fracciones y raíz cuadrada, e incluso cuando se ponía a trabajar en el invernadero. Entonces —de acuerdo a las circunstancias en que esto ocurriera— sacudía la cabeza tratando de regresar al aula, o se ponía a remover compulsivamente la turba húmeda, hasta que el cansancio se llevaba las imágenes.
El domingo irían con todo el grupo al río. Esta vez el plan era un almuerzo compartido y un viaje hasta la isla en piragua.
Nano le había dicho que iría Mariana, "la mina que me dio vuelta el mate, la amiga de Betiana" y él ya no pudo quitársela de la mente.
"¿Qué me pasa? Si es una flaca tarada que no tiene nada, ni siquiera en la cabeza, y encima es una forra..." Pero no podía dejar de pensar en ella.
Ana asomó la cabeza llamándolo:
—Pablo... —Estoy acá...
—Anda a llevar estos plantines a Palma Sola, me llamaron recién por teléfono, hay que llevarlos urgente.
—Déjate de joder... si siempre lleva Juan las plantas para esa
quinta...
—Sí, pero después que murió doña Ángela, vino a vivir una de las hijas con una sobrina, la chica debe de tener más o menos tu edad, según me dijeron, y parece que la tía es un poco estrafalaria. Y como se encarga ella del jardín, a Juan lo despidieron. —No me extraña, deben ser bastante rayadas... — ¿Qué, las conoces?
—Un día las vi, casi me pisan con el auto. La más vieja, que debe ser la tía, por lo que me decís, parece una hippie, y la sobrina es una agrandada imbancable. Encima la hippie habla como los gallegos... —Bueno, acá tenes. Lleva todo enseguida. —Ufa, ¡cómo jodés, vieja!
Pablo se fue adentro y demoró más de quince minutos peinándose y cambiándose de ropa.
Cuando Ana lo vio, sonrió para sus adentros. Era grande y fuerte, con músculos desarrollados, mucho más alto que ella. Le vio la sonrisa blanca, de boca grande, que iluminaba su piel mate, cuando pasó a su lado sacándole la lengua a modo de saludo. Lo miró alejarse por el sendero de arena bordeado de llores, y se quedó contemplando la marca de sus enormes zapatillas, recordando las huellas que dejaban sus primeros zapatitos en ese mismo sendero, cuando José le enseñaba a caminar llevándolo de las manos, casi diecisiete años atrás.
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Cruzar la Noche
Science FictionA las Madres y Abuelas De Plaza de Mayo. A todas las víctimas del Terrorismo de Estado. A la verdad y a la memoria. Para vivir con un pedazo basta: en un rincón de carne cabe un hombre. Un dedo sólo, Un trozo sólo de ala Alza el vuelo total de Tod...