Pablo se recostó sobre el pasto fresco, recién cortado y se quedó un rato mirando el árbol desde abajo. Un camino de hormigas subía y otro bajaba por la corteza rugosa. En lo alto, estallaban amarillas las flores del Ybirá-Puitá. Pablo se acordaba de lo que le decía su mamá cuando era chico y se sentaban bajo la sombra del árbol. "Lo plantó tu papá el día en que naciste. Cada vez que lo miremos será como si lo viéramos a él".
Entre las hojas más altas se recortaba el celeste intenso del cielo, y las nubes, arrastradas por el viento, parecían querer llevárselo con ellas.
—Pablo...
La voz de Ana le llegó con claridad pero él no le respondió. Después de llamarlo varias veces ella se acercó y se sentó a su lado.
—Creo que tenemos que hablar —le dijo—. Entiendo lo que debes estar sintiendo, pero...
Pablo se levantó y se dirigió al invernadero sin responderle.
Después abrió el grifo y comenzó a regar las plantas. Oprimió el extremo de la manguera y permaneció un largo rato haciendo que el agua golpeara con furia las flores y las hojas más débiles.
Era casi el mediodía y el sol ya se hacía sentir en esos últimos días de octubre.
Mariana estaba descansando sobre una reposera desvencijada de lona, a la sombra de los plátanos.
—Seguro que te despertó el canto del gallo —le dijo a Mónica, al ver que estaba acercándose.
—Yo no tengo horarios. No lo soportaría. Quiero sentirme viva. Comer cuando tengo apetito, dormir cuando tengo sueño, cantar cuando estoy contenta y llorar cuando me siento triste —le respondió Mónica—. Es bueno no traicionar tu condición humana.
—Pero no es tan fácil. Yo, por ejemplo, hoy no tengo ganas de ir al colegio, pero si falto, quedo libre. Así que tengo que seguir traicionando mi condición humana...
Génica acomodó una bandeja con ensaladas de todas clases y jugo recién exprimido. Sirvió un plato y se lo pasó a Mariana.
—¿Es que nunca vamos a comer en la mesa, con mantel y todo lo que corresponde?
—¿Quién determina qué es lo que corresponde? —le preguntó Mónica.
—No sé, supongo que las buenas costumbres... —Bueno, para mí es una muy buena costumbre comer al aire libre y no tener que preparar la mesa. Imagínate que no ensucias mantel y las migas se las comen las palomas.
—Suena práctico pero me quedan dudas... ¿comer de esta manera responde a nuestra condición humana? —preguntó Mariana con voz irónica.
—Lo llevas al extremo. Cuando hablaba de no traicionar tu condición humana, me refería a tus sentimientos. ¿O te piensas que no me doy cuenta de que te estás reprimiendo de abrir las cartas para castigar a tus viejos?
—No son mis viejos.
—Pero me parece que tienes ganas de verlos, ¿no?
Ella levantó los hombros pero no pudo esconder la mirada.
—Mariana, no necesitas castigarte. Si los extrañas, escríbeles o lee las cartas. Tampoco quisiste atender a tu madre por teléfono y ya no sé qué excusa inventarle.
—Pero me mintieron, ¿entendés? Si me hubieran dicho la verdad desde el principio, no me pasaría lo que me está pasando. No sé si mi mamá verdadera se murió o no me quiso o... ya no sé quién soy, eso es lo más terrible.
—Yo estuve averiguando algo por mi cuenta. -¿Y...?
—Digamos que armaron muy bien la mentira. Tienes partida de nacimiento como si realmente fueras su hija. Va a ser difícil. Los únicos que podrían contarnos la verdadera historia serían ellos.
ESTÁS LEYENDO
Cruzar la Noche
Science FictionA las Madres y Abuelas De Plaza de Mayo. A todas las víctimas del Terrorismo de Estado. A la verdad y a la memoria. Para vivir con un pedazo basta: en un rincón de carne cabe un hombre. Un dedo sólo, Un trozo sólo de ala Alza el vuelo total de Tod...