Como todas las tardes después del colegio, Lucía, con su mochila al hombro, tocó el timbre de su vecina de departamento, la Sra. Pérez.
Tenía 15 años y vivía sola con su madre Verónica, que trabajaba como secretaria en un consultorio. Su padre había muerto en un accidente de auto cuando Lucía tenía 2 años. Era silenciosa, de pocas palabras y no tenía amigos, pues se comportaba como una sombra frente a las demás personas. Debido a su actitud tan solitaria y tímida, su madre le había pedido a su vecina si no podía tenerla en su casa hasta que ella regresara del trabajo, y por esa razón, Lucía tocaba el timbre en ese instante. Una atareada Sra. Pérez le abrió la puerta diciendo:
-Pasá querida, pasá. No te preocupes por las cajas. Estoy limpiando el cuarto de mi hija y tengo mucho para tirar. Ella ya tiene más de 30 años y una vida armada, estas cosas ya no le sirven ni a ella ni a mi ¿Te preparo un café querida? Ponete cómoda, yo ya te libero la mesa- La Sra. Pérez no esperó respuesta alguna de Lucía. Puso las cajas que estaban sobre la mesa en el piso contra la pared y se fue a la cocina a preparar café y servir un abundante plato de una de sus delicias chocolatosas para la muchacha. Lucía se sentó a la mesa sin decir nada, mirando las cajas que la rodeaban por todos lados. Pronto tuvo ante sí un enorme trozo de torta y una humeante taza de café. Tras servírselo, la Sra. Pérez anunció:
-Ya vuelvo, tengo que ir al baño-
Sola, en el comedor repleto de cajas, Lucía alargó el brazo y sacó algo que había llamado su atención: una peluca. De pronto escuchó la puerta del baño abrirse y, sin saber por qué, se guardó apresuradamente la peluca bajo la campera.
Aquella noche, al acostarse y con la puerta de su habitación cerrada, se probó la peluca frente al espejo. El pelo castaño claro quedaba muy diferente en su rostro generalmente enmarcado por cabellos oscuros como la noche. Resultaba difícil reconocerla.
Entonces se le ocurrió una idea. Frente al edificio donde vivía, había una escuela de artes que, entre sus tantas actividades, daba clases de teatro. Siempre le había atraído eso de actuar como alguien que en realidad no era, pero nunca había querido tomar clases allí porque sabía que un compañero suyo del colegio lo hacía. Además, su inseguridad le impedía presentarse y actuar frente a otras personas. Pero ahora tenía un plan.
Al día siguiente le dijo a su madre:
-Mamá, quiero empezar teatro. Acá en frente hay una escuela que da clases dos veces por semana- Su madre se quedó atónita.
-Bueno... eh... tendríamos que ver cómo es la inscripción... no sé qué necesitás para entrar-
-No te preocupes, sólo hay que rellenar una planilla. Pero yo la retiro y la completo, vos la firmás y no tenés que hacer nada- Verónica, asombrada con la decisión que había tomado su hija, aceptó.
Al otro día, al regresar de la escuela, Lucía se puso cuidadosamente la peluca y se dirigió a la cuadra de en frente.
La recibió una secretaria quien, tras darle una planilla, le dijo los días y horarios de las clases y que podía empezar ni bien llevara la planilla completada y firmada.
Lucía estaba entusiasmada. Le dio a su madre los papeles a firmar y luego completó los espacios en blanco. El día que dictaban teatro, cruzó la calle con su peluca puesta, y entregó la planilla a la secretaria, quien, tras examinarla, se levantó de su silla y dijo:
-Muy bien Josefina, pasá por acá- Lucía sonrió para sí. Nadie, ni fuera ni dentro de ese lugar, sabía de su falsa identidad. Su plan ya estaba en curso.
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Encontrando a mi verdadero yo
Kısa HikayeLucía, una muchacha tímida e introvertida, vivía encerrada en su departamento al cuidado de su vecina. Hasta que una peluca la hace salir de su exilio voluntario y encontrar toda la confianza en sí misma, su verdadera pasión y su verdadera identidad.