Vladimir abandonó la serena discoteca sin llamar la atención apartando a los borrachos con patadas en la boca. A uno que estaba bebiendo una garrafa de cocoroco le incrustó el recipiente en el cráneo. Años después, este individuo acabaría siendo el alma de las fiestas por su sudor de alta graduación y por ser la primera persona a la que le trasplantaban hígados de usar y tirar.
No tenía tiempo. Si su amada no recibía atención en menos de 3 horas, moriría. No es que sufriera ninguna enfermedad mortal, pero alguien tenía que escuchar sus batallitas y consolarla, aunque luego lo agradeciese riéndose de las cosas que le gustaban. Era parte de la personalidad que le volvía loco. Aunque se sentía amenazado. Era lógico que con una chica así tuviera mucha competencia. Él se fiaba de ella, ya que eran novios y no tenía nada que temer, pero le preocupaba cada vez que ignoraba sus llamadas y aparecía con una cascada de fluidos seminales brotando por sus piernas, apenas contenida por un tanga de hilo. Por suerte, ella le tranquilizaba aclarando que se había tropezado con el vecino y este sin querer la penetró en repetidas ocasiones al caer al suelo, tras lo que lo acompañó a su casa para calmarle el dolor que sufría en el pene por la caída. Era algo que le ocurría frecuentemente. Incluso en una ocasión Vladimir pudo observar como tropezó con el cuerpo completo de bomberos, varios días seguidos, con las mismas consecuencias.
Vladimir se arrepentía de haberse permitido relajarse, aunque fuera un día. Debía saber que su compromiso debía ser absoluto y que su único descanso estaría en la tumba, cuando fuera enterrado en el ataúd junto a su novia. Vladimir no sabía por dónde buscarla, pero comenzó dirigiéndose a la urbanización de zombis ninjas, donde posiblemente ella hubiera ido a recuperar las bragas con la que le escribió su mensaje de despedida. Eran una reliquia familiar que había pasado de generación en generación. Su valor era especialmente sentimental, aunque los restos fecales que habían sustituido con el paso de los siglos las fibras de esparto daban una idea de la dieta de su familia en la edad de bronce, por lo que su valor científico sí era considerable.
Tras bajar el monte en el que se situaba la discoteca, rodeó la ciudad y se adentró en el bosque que se anteponía a la urbanización. Necesitaba sigilo. No podía permitirse ser descubierto al pisar una ramita o asustar a un animal. Así que, usando una técnica secreta de detectives-abogados, conjuró un lanzallamas. Gritando como si fuera el mismísimo Rambo, hizo arder todo elemento capaz de producir ruido. A su vez, consiguió abrir un claro con el que acortó camino.
Allí estaba ese barrio zombi-ninja. No se veía a nadie, pero se notaba que seguían allí. El olor a putrefacción era indescriptible. Las casas parecían pagodas, pero la madera se caía a trozos. Los jardines estaban llenos de bonsais con ojos que miraban fijamente a Vladimir. Uno se atrevió a tirarle un guisante, pero su fortaleza le permitió resistir el impacto.
Al final, la encontró entre los matorrales de un templo, acosando a unos tentáculos. Estaba tan bella como siempre. Había recuperado la figura de cuanto su peso se medía con solo tres cifras. Su único ojo, estrábico, lanzaba destellos con la luz de la Luna. Aún llevaba la media de rejilla y el top que tan solo le cubrían los pezones. La falda-cinturón de poliestireno dejaban ver sus muslos rechonchos con sus varices y tejido necrótico. Pero cuando Vladimir fue cautivado de nuevo fue cuando, con su voz ronca y grave por fumar y por el ensanchamiento accidental de su garganta producido por las mencionadas caídas, dijo: "Has tardado demasiado. Creo que no me quieres. Necesitamos tiempo para nosotros. Estaré en la estación de bomberos, pero no me busques".
De entre las sombras, surgió una figura misteriosa con las facciones adecuadamente ocultas por la falta de luz para añadir misterio. "Yo le traje la salvación", rompió el silencio.

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Las bolas de cebra
HumorSe dicen muchas cosas del amor, generalmente buenas. Si es tu único objetivo en la vida, no obtenerlo se considera una derrota. Pero Vladimir, un joven estudiante de secundaria de 25 años, tendrá que aprender que no puede ponerlo como única meta en...