Epílogo

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Primavera helada

¿Quién puede decirmehacia dónde va mi vida?

¿Todavía deambulo en la tormenta?

¿Me he convertido en una onda del estanque?

¿O sigo siendo un pálido abedul congeladobajo la escarcha de la primavera?

RAINER MARIA RILKE,

Mi vida

—Voy a hablaros de Cristóbal.

Me ajusté las gafas y miré a la clase. Sus brillantes ojos estaban clavados en mí. Durante el tiempo de capilla disponía de quince minutos para compartir una historia con las alumnas. Me quité las gafas y las dejé en la mesa. Los ojos chispeantes se volvieron ligeramente borrosos. Las chicas de la última fila quedaron reducidas a siluetas. La pregunta «¿Quién es Cristóbal?» se abría paso entre ellas, igual que lo había hecho cuando el profesor Yun se detuvo frente a sus estudiantes, entre los que estábamos Myeong-seo y yo. Me fijé en sus caras de perplejidad y sonreí para mis adentros. Cada vez que la gente joven se me antojaba adorable, me daba cuenta de que me estaba haciendo mayor. Hacerse mayor no estaba mal. Después de todo, otro síntoma de hacerse mayor era que la envidia silenciosa que te producen quienes pasan su juventud sin percances, y la sensación de pérdida que se extiende como ondas hacia quienes parecen brillar por mucho que te frotes los ojos, comienza a amainar y ya solo queda la esperanza de que nada los coarte mientras paso a paso forjan libremente su camino.

—¿Quién ha oído alguna vez el nombre de Cristóbal?

Cogí las gafas y volví a ponérmelas. En cuanto hice eso, los ojos centelleantes de las estudiantes volvieron a invadir mi campo de visión.

Cuando me telefoneó después de ocho años para hablarme del profesor Yun, aún tardé tres días en ir al hospital. Después de atender la llamada y pasarme el resto de la mañana sentada, ordené la mesa y me dispuse a salir hacia el hospital cuando el teléfono sonó de nuevo. Era Fallingwater. Después de la graduación, Fallingwater se había marchado a estudiar arquitectura a una universidad de Pennsylvania, hogar del auténtico Fallingwater, y a su regreso se puso al frente de un estudio de arquitectura situado a un túnel de mi barrio. Probablemente se había enterado del estado del profesor Yun por alguien y me llamaba para informarme. Los teléfonos de todas las personas que habían forjado su amistad en torno al profesor Yun debían de estar sonando. Cuando volví a escuchar la noticia de boca de Fallingwater, finalmente la acepté. Se ofreció a recogerme en coche y llevarme al hospital, pero aunque estaba a punto de salir le dije que tenía un invitado en casa y que iría más tarde. «¿Un invitado? —dijo, y añadió—: Te veré en el hospital.» Colgué y me quedé sentada a la mesa hasta que anocheció. Contemplé un rato el orden de mi mesa y luego abrí la carpeta de documentos de una ONG relacionados con muertes en extrañas circunstancias. Los estudié minuciosamente. Llevaba tiempo reuniendo esos documentos para enviárselos a la hermana mayor de Dan. Resultaba doloroso leer los informes de gente fallecida antes de tiempo, de personas empujadas a una muerte repentina e inexplicable. El siguiente día lo pasé delante de una máquina fotocopiando los documentos pertenecientes a muertes inexplicables en el ejército y se lo envié todo a la hermana de Dan. Mi plan era convencer a la familia de Dan, que no conseguía superar el golpe y el dolor pero se negaba a hablar de ello, de que solicitara por escrito que se reabriera la investigación del accidente.

Primavera Helada - Kyung Sook ShinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora