Cruzando el agua
DOS HORAS ANTES DE LA PRIMERA CLASE saqué de mi zapatero las zapatillas de deporte. Iría a la universidad andando. Me detuve a contemplar la tierra de la tumba de mi madre que había puesto en la maceta. Mientras bajaba las escaleras me pregunté qué tipo de flores debería plantar en ella. Aunque había mirado la ruta en el plano, el camino entre mi habitación y la universidad era sinuoso y nuevo para mí. En un momento dado la calle se cortaba, por lo que tuve que retroceder y tomar un paso elevado para peatones. Me detuve en medio del paso y observé a mi alrededor con las manos aferradas a la barandilla. Desde allí arriba todo parecía muy diferente. Podía ver los tejados y la parte superior de cosas que no eran visibles desde abajo, así como las callejuelas que salían de la calle principal. Ventanas, coches, cubos de basura, azoteas, semáforos, chimeneas de casas de baño y, a lo lejos, coronillas de peatones yendo de un lado a otro.
Sicomoros y gingkos plantados a lo largo de la calle, tímidos arriates de flores construidos en las aceras, carteleras de cine pintadas a mano; estaba viéndolo todo desde un nuevo ángulo, y me parecía extraño y dinámico, como si lo contemplara por primera vez. Entre las caóticas marañas de cables eléctricos, el cielo se mostraba vasto e infinito. Siempre había mirado el paso elevado desde abajo, nunca había mirado hacia abajo desde el paso elevado. Los techos de los coches eran planos e inofensivos, y desde arriba los árboles se veían repletos de hojas. Las ramas acariciaban las ventanas de los edificios. Seguí mi camino y tropecé con un túnel con el que no contaba. Me detuve y asomé la cabeza. ¿Debería cruzarlo? Quería, pero ignoraba su longitud. No había ningún letrero que indicara que a los peatones les estaba permitido atravesarlo. Escudriñé la oscuridad del túnel, tras lo cual di media vuelta, caminé hasta la parada del autobús y me subí a uno que iba a la facultad.
La universidad seguía igual.
Los actores del departamento de arte dramático parecían seguir esperando a Godot, los estudiantes de fotografía iban de un lado a otro con sus cámaras colgadas del hombro y las alumnas del departamento de música clásica coreana se apelotonaban en el pequeño teatro con sus cítaras o kayagums, las cejas perfiladas, el pelo recogido en un moño y una expresión remilgada en el rostro. El recuerdo de cuando contemplaba el campus desde la verja, donde se respiraba el nerviosismo de una actuación a punto de comenzar, y cuando dudaba entre si cruzarla o no me impulsó a entrar con paso firme. Reconocía pocas caras. Los chicos de mi departamento probablemente se habían marchado al servicio militar. Ni siquiera reconocía a las chicas de mi curso porque se habían hecho la permanente o habían empezado a maquillarse o se habían cubierto de complementos o se habían hecho la cirugía plástica en los ojos. Camino del aula busqué cosas que no hubieran cambiado: la biblioteca, la librería, la oficina de correos de la universidad, los bancos de madera frente al estanque de lotos, sobre cuyos listones solía recostarme. Inspiré profundamente y suspiré aliviada. El olor a gas lacrimógeno también seguía allí.
La primera clase a la que asistí tras mi regreso a la universidad fue la del profesor Yun.
La suerte quiso que fuera en la misma aula que antes. Abrí la puerta, entré y me senté al fondo, donde estaba todo el mundo. Me había propuesto no sentarme delante, pero me incomodaba estar mirando el cogote de un chico sentado a solo unos centímetros de mí, de modo que me trasladé a una mesa junto a la ventana. En la última fila un chico y una chica estaban sentados muy juntos, como si fueran novios. Él parecía mayor que el resto de nosotros. ¿Era un estudiante reincorporado? Aunque era la primera vez que lo veía, su cara me resultaba extrañamente familiar. Era tan alto que parecía estar apretujado bajo la mesa, y prácticamente escudriñaba la cara de la chica mientras hablaban. De pronto se volvió hacia mí. Me froté rápidamente la cara con la mano y me di la vuelta, pero algo me impulsó a mirarlos de nuevo. Bajé la cabeza hasta casi tocar la mesa para intentar verle la cara a la chica. Algo en ella me fascinaba. Pero ni con la mejilla pegada al escritorio pude vérsela. La melena, larga y negra, le caía hacia delante y le tapaba casi todo el rostro. Cada vez que el chico le decía algo, la bajaba un poco más.
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Primavera Helada - Kyung Sook Shin
Roman d'amourEl teléfono suena en casa de Yun. Es Myeong-Seo, su amor de la universidad, de quien no sabe nada desde hace ocho años. Llama para decirle que uno de sus profesores más admirados está a punto de morir. Su voz, los sentimientos que en ella despierta...