Capitulo 3

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Respiramos

ERA BUENA IDEA CONOCER LA CIUDAD recorriéndola a pie. Caminar me traía a la mente pensamientos olvidados y me hacía dirigir la atención hacia lo que existía a mi alrededor. Avanzar, colocar un pie delante del otro, era como leer un libro. Había senderos boscosos y mercados de estrechos callejones donde gente que no me conocía hablaba entre sí, se pedía ayuda y se llamaba.

En cuanto descubrí un camino hasta la universidad que bordeaba el túnel, me gustó ir a clase andando. Un día fui a parar otra vez a ese túnel. No sabiendo cómo rodearlo, miré por todas partes y descubrí una escalera que subía por un costado. La tomé, y cuando llegué arriba divisé un camino que conducía a una pequeña aldea asentada sobre el túnel. El camino, estrecho y tortuoso, ascendía por la colina y cruzaba la aldea, flanqueada por viejas casas con techos recubiertos de tejas. La universidad se hallaba a solo dos minutos en autobús, mientras que si tomaba el camino que transcurría sobre el túnel tardaba por lo menos veinte minutos. Cuando eché a andar por él, encontré más escaleras.

En la aldea tropecé con escenas que no había visto nunca en la ciudad. Sobre una vieja chimenea de ladrillo rojo aparecían, pintadas con enormes letras blancas, las palabras «Casa de baños». Hogares que vendían vasijas de barro de todos los tamaños tenían sus puertas abiertas de par en par, y hasta vi un letrero que rezaba: BIBLIOTECA DE CIENCIAS SOCIALES. En un solar vacío se alzaba un árbol de Júpiter como el plantado junto a la tumba de mi madre, si bien debía de ser bastante más viejo porque la base del tronco era mucho más ancha y las ramas llegaban mucho más lejos. El camino terminaba y daba paso a un sendero tan estrecho que tuve que hacerme a un lado cuando dos chicas cargadas con mochilas y riendo bajito pasaron por mi lado en sentido contrario. La gente de aquí vivía a un ritmo más lento, ajena a los habitantes de debajo del túnel. Me asomé a un muro que me llegaba por el hombro y vi rodajas de rábanos blancos secándose en una bandeja de mimbre. Ajíes rojos colgaban de enredaderas plantadas en hileras regulares en un recipiente de plástico azul. Delante de algunas casas había macetas con crisantemos prematuros. En un callejón tropecé incluso con una larga plataforma de madera asentada entre dos casas sobre la que unas mujeres mayores estaban haciendo masa y troceando lo que parecía calabaza. Cuando pasé por su lado, detuvieron la labor y me miraron como si perteneciera a otra especie. La primera vez que crucé la aldea lo hice muy despacio para poder absorberlo todo, pero no tardé en conocerla tan bien que podía atravesarla en diez minutos. Más adelante, cuando no me hallaba en ese camino, el camino estaba conmigo. Si llovía me descubría preguntándome si alguien habría guardado la bandeja de mimbre que descansaba sobre el muro. Hasta disfrutaba del pequeño placer de intercambiar saludos con las chicas que pasaban por mi lado. Bajaba la cabeza cuando veía a un hombre mezclando hormigón. Se había quitado la camisa y sudaba profusamente; la marca de la camiseta en el torso me recordaba lo duro de su trabajo. Descubrí que si me desviaba solo cinco minutos durante la vuelta de la universidad a mi casa, podía pasar por una calle donde las librerías de segunda mano se alineaban unas junto a otras. Para llegar hasta allí tenía que tomar un paso subterráneo y rodear un estadio de béisbol, pero lo hacía de todos modos. Me paseaba mirando los libros de segunda mano amontonados en grandes pilas y me agachaba para leer los títulos de abajo del todo. Cuando descubrí esa calle, las emociones que había experimentado la primera vez que recorrí a pie la ciudad, cuando sentía que había huido de casa y no tenía adónde ir, finalmente empezaron a diluirse.

Durante las casi tres semanas que pasé explorando las diferentes rutas hasta la universidad no vi a Mi-ru. Tampoco veía a Myeong-seo salvo en la clase del profesor Yun. Lo primero que hacía al entrar en el aula era buscarlo, y siempre lo encontraba solo en el lugar donde se había sentado con Mi-ru el primer día. Siempre el mismo. Cuando al terminar la clase me daba la vuelta, ya no estaba. A veces, durante mis caminatas, mis sentimientos hacia él y Mi-ru me distraían tanto que olvidaba por completo dónde estaba.

Primavera Helada - Kyung Sook ShinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora