Capítulo 6. Cielo rojo

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El bosque seguía ardiendo sin intención de parar. Llevaba varias horas caminando hacía delante sin razón alguna, escapando del fuego abrasador y huyendo de las atroces llamas. La piel me ardía cada vez que me rozaba con alguna rama o planta, me escocía a causa de las quemaduras. Jadeaba sin parar, intentando parar mis impulsos de gritar y llorar desconsoladamente, asustado por si alguien me encontrase exhausto a las afueras del bosque. El sonido del agua fluyendo hizo que sacudiera mi cabeza, despejando las lágrimas delos ojos, y que corriese en dirección al gratificante sonido. En cuanto mi chamuscado cuerpo se reflejó en las cristalinas aguas salté en ellas, salpicando los hierbajos que rodeaban el magnífico lago. Me froté suavemente las heridas, mojé mi cabellera oscura y salí apresuradamente del lago, por momentos había olvidado el feroz fuego que se acercaba. Aún mojado trepé sobre el árbol más cercano que tenía, observando cómo no quedaba rastro del precioso claro, ahora tan sólo quedaba un círculo de tierra quemada creciendo poco a poco, a medida que el fuego se propagaba entre la naturaleza. Antes de bajar me dí la vuelta para ver hacía donde me dirigía y, al ver que estaba muy cerca del borde del bosque, suspiré y caminé con ansias hacía lo desconocido.


El cielo era rojo a causa del fuego que quemaba varios kilómetros detrás mío. Cuando mis pies dejaron de pisar la húmeda hierba, me tiré al suelo de rodillas. Había salido. No sabía hacía dónde ni de dónde, pero había salido. Empecé a caminar hacía la derecha,sabía que había estado allí días atrás.


El sol brillaba con fuerza, reflejándose en el pequeño collar que mi madre le había regalado a Sam al cumplir su primer año de vida. El collar brillaba con fuerza, parecía una pequeña estrella sobre un lienzo de tierra oscura. Me acerqué corriendo y lo cogí. Lo apreté contra mi pecho mientras las lágrimas se desbordaban de mis ojos. Me lo coloqué alrededor del cuello sintiendo la fuerza que necesitaba para seguir avanzando.


Los rayos de luz reflejaban una pequeña capa cristalina frente a mis ojos, cómo una pared de papel transparente. Me acerqué a observarla más de cerca. Mis ojos se perdían en la inmensidad de todo lo que había atrás, pero mis manos jugaban con una materia pegajosa que se adhería a mis dedos. Apreté con fuerza, rompiendo el vínculo que unía cada punto de la pared. Dí un paso adelante y crucé la invisible muralla, sintiendo cómo las raíces que me habían protegido desde que había nacido me abandonaban poco a poco.

Caminé rodeando un río, sintiendo la brisa en mi piel, escuchando el canto de pájaros que no sabía ni que existían y pisando plantas y flores de todos los colores. Muy cerca del bosque, de lo que fue mi hogar,quedaban las marcas de algún campamento o fogata. El suelo aún estaba chafado, no hacía mucho que se habían marchado. Habían cajas por todos los lados, bolsas con equipamiento básico y tiendas de campaña aún montadas. Estaba asustado, tenía toda la pinta deque estuvieran aún ahí. Revisé cada rincón dentro de la pequeña muralla de escombros, buscando pistas sobre cualquier cosa.

Me acomodé en una tienda, la más grande de las que quedaban en pie, sintiendo la tensión en el silencioso aire. Revisé las cajas y armarios uno a uno, pero todos estaban vacíos. Encontré ceniza y ropa impermeable, pero nada más. Era una tienda bastante grande, por lo que me costó varias horas levantar cada rincón de suelo. Bajo la cama había una pequeña caja adornada con piedras de zafiro. Me llamó la atención ya que todo lo demás era de la misma tonalidad,de un color marrón triste. Abrí la caja, sacando de ella varios papeles arrugados. Varios de ellos no valían para nada, eran dibujos y bocetos de caminos y equipaje. Pero uno de ellos, uno que se abría y abría cada vez más, me dejó confuso. Era un mapa de una región,lleno de círculos y cruces rojas. Cada círculo tenía un número,especificando más abajo el nombre del sitio o algo parecido. Se veía claramente cómo habían avanzado de oeste a este, por lo que el último marcado debería ser mi pequeña villa. Dejándome guiar ciegamente y con la esperanza en un puño anoté que debería encontrar una ciudad a poco rato de aquí.


Una explosión resonó en la tienda. Salí rápidamente para ver lo que era. El fuego había consumido todo el bosque y ahora se acercaba al límite de él. Cada vez que una pequeña llama o la simple ceniza polvorienta tocaba la invisible pared, hacía varios chasquidos y desaparecía explotando. El humo iba adheriendose a la pared,subiendo para arriba creando un efecto óptico de una verdadera cúpula. La burbuja se había llenado completamente de humo, y desapareció iluminando todo el cielo y cegando a cualquiera que la estuviese mirando. Cuándo me levanté del suelo, atónito y desconcertado, el bosque ya no estaba ahí. No había nada, tan sólo más y más campo verde. Decidí salir corriendo de allí en cuanto pudiese, pero al dar un paso tropecé con algo y caí redondo al suelo.

Allí, en mis pies, estaba el libro. Pasé las yemas de mis dedos sobre él,sintiendo que era real. Era imposible, se quedó en el bosque y tendría que haber ardido junto a todo lo demás.

Lo recogí, si había llegado hasta aquí era por algo.

Me adentré en la pequeña ciudadela abandonada, recogiendo todo lo queme pudiese servir en mi viaje. El crujido de las hojas secas del suelo penetró en mi cabeza. Me escondí bajo unas cajas apiladas,intentando pensar en cómo salir de ahí. No había nadie cerca de mí, así que salí poco a poco gateando, evitando el contacto visual con lo que fuera aquello.


El chasquido de un gatillo me paró en seco. No me dolía, era como un pinchazo en el cuello. Las piernas me fallaban, caí al suelo desplomado. Unos pies se acercaron a mi cabeza, pero antes de que pudiera levantarla y reaccionar todo era blanco.

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⏰ Última actualización: Sep 19, 2019 ⏰

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