Me giré y entonces la vi... La chica del ascensor...
- ¡Perdone! Creo que me he equivocado -dijo con timidez mientras yo la miraba embobado.
- No, lo siento, sí, soy Elver. Supongo que tú debes ser la chica nueva -estaba actuando de una manera tan insegura.
- Sí, me llamo Mireia. Un placer conocerle- me regaló una sonrisa-. Pero... Creo que me suenas de algo...
- Yo también...- no podía creer que era yo el que estaba siendo tan reservado, normalmente suelo ser muy abierto y de los típicos que hacen muchas bromas, no sé que me pasaba.
- ¿No nos vimos ayer en el ascensor?
- Es verdad, ¡me acaba de venir a la mente!- mentí. Me acordaba perfectamente, pero no quería parecer una especie de acosador si decía lo contrario.
- Pues parece que vivimos en el mismo bloque.
- Sí, qué casualidad, ¿no?
- Ya te digo.
- Bueno, voy a enseñarte las instalaciones, que si no mi, digo, nuestro jefe nos pilla de charla puede bajarnos el sueldo.
- Mmmh... ¡Claro!- me sonrió de una forma tan natural que me entraron ganas de morrearle en toda esa boca tan apetecible que tenía.
Mientras paseábamos y le mostraba dónde estaba cada cosa empecé a sentirme más seguro de mí mismo, así que le conté algunos de mis más exitosos chistes,a los que ella respondía con carcajadas.
-Ay, Elver, ¡qué gracioso eres! -dijo entre risas.
-Gracias, princesa, esa es mi intención. Me encanta hacer reír a las bellas damiselas como vos -dije poniendo voz de pito.
-¡JAJAJAJAJA! ¡Para, por favor! ¡Me duele el estómago de tanto reír!
Y así fueron pasando los días. Mireia se pasaba el día pegada a mí como una lapa. No voy a mentir, me gustaba, y agradecía su compañía.
Al cabo de una semana...
-Oye Elver, ¿quieres cenar conmigo hoy? Me han dicho que hay un restaurante de comida italiana por aquí y quiero ir, pero sola sería muy aburrido. ¿Me acompañas? -me preguntó poniendo cara de perrita triste.
《Tú sí que me pones to perraco》
-Ah, sí... claro... por qué no... jijiji... -balbuceé. Mi cara de subnormal debía ser tremenda.
Me apuntó en un papel la dirección del sitio y decidimos quedar a las nueve. Me fui a casa más feliz que una perdiz y al llegar escuché esa voz... no, la Harpía no por favor.
-¡ELVERCITOOOOO! ¡Ya tienes la comidaaaaaaa!
¡SE ME HABÍA OLVIDADO POR COMPLETO!
《¡¡¡QUE ESTOY CASADO CON UNA LOCA CONTROLADORA!!!》, pensé.
Iba a ser imposible salir esa noche sin que ella se diese cuenta. Tenía que inventarme una excusa creíble.
Fui a la cocina, me senté en frente suyo y empezamos a comer.
Esta señora podía ser la más mala del mundo, pero sus comidas estaban riquísimas.
No sabía cómo enfrentarme a la situación, así que simplemente le dije:
-Oye, esta noche voy a salir así que vas a cenar sola.
-¿¡QUÉ!? ¿CÓMO NO ME HAS DICHO NADA ANTES? ¿CON QUIÉN VAS? ¿DÓNDE VAS? ¿QUÉ HARAS? No habrás quedado con ninguna chica, ¿verdad?
《Joder, qué pesada la loca esta》
-Pues... -tenía que decirle algo que sonara creíble- Antonio me ha llamado. Dice que la relación jefe-empleado se está enfriando y quiere ser mi amigo -a ver si colaba.
-HMMMMM... Vale, vale. Pero no vuelvas más tarde de la una. ¡QUE YO LO VEO TODO, EH!
Buffff... qué alivio (y qué miedo).
A veces parece que sea mi madre y no mi esposa. En fin, qué se le va a hacer. Es lo que hay.
A las seis comencé a prepararme. Me duché por primera vez después de dos meses sin hacerlo, y me vestí bastante elegante, con el traje de mi boda (que era el único que tenía).
La Harpía al verme se enfadó mucho:
-¡OYE ELVER, ERES UN CABRÓN, UN SINVERGÜENZA Y UN MAL MARIDO! Cuando salimos de cena romántica no te arreglas una mierda, y ahora que quedas con tu jefe sí. ¡ESTO ES INACEPTABLE! ¡YA TE VALE! ¡TE ODIO! -rompió a llorar y se fue a la habitación con Adriansito.
-Oye, que sí, lo que tú digas. Pero que no se suba el perro a la cama -respondí con indiferencia.
-¡GILIPOLLAS! ¡INSENSIBLE! -y pegó un portazo.
Qué raras son las mujeres, no hay quien las entienda.
A los pocos minutos cogí las llaves, la cartera y el móvil y salí de casa. Cogí el coche y fui al restaurante donde habíamos quedado.
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El Capitán Aguaplast🔥💦
Tiểu Thuyết ChungHola, me llamo Elver Gaso y soy un triste empleado cincuentón de la Renfe. Estoy casado con una mujer extremadamente pesada que se llama María Unpajote, que por cierto también trabaja en la misma empresa que yo. No sé ni cómo pude acabar con ella...