"Purgatorio" capítulos 7 y 8.

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7. Exceso de testosterona.

Benditos sean los fines de semana, alabé al despegar los parpados. Era sábado. Vicente se encontraba abajo en la cocina, preparando el desayuno, me llevaría al trabajo y más tarde pasaría por mí para traerme de vuelta aquí a su casa. Ya teníamos plantes para todo el fin de semana. Por la noche, cenaríamos en casa, iba a ser una noche de pizza, amigos y películas. Lucas, que estaba intentando aprender a cocinar, iba a probar sus aptitudes de maestro pizzero, amasando y horneando. Primero, para eso, debíamos ir al supermercado, para lo cual me pidió ayuda, me agradó la idea de pasar un rato a solas con él, por regla general siempre que nos veíamos yo estaba con Vicente, de modo que el cambio nos vendría bien. El motivo real de nuestro encuentro nocturno era que Lucas quería estrenar su nueva maquina de reproductor de películas de alta definición. Ya había comprado un par de películas y había ordenado su cuarto para que pudiésemos mirarlas allí (de hecho era ahí dónde estaba el único televisor que había en toda la casa).

El domingo, bueno… no tenía muy en claro que era exactamente lo que íbamos a hacer el domingo, Vicente y Lucas tenían preparada una sorpresa para mí. Con mi historial, oír hablar de sorpresas me ponía los pelos de punta. Intenté sonsacarles algo, no dio resultado, no logré soltarles la lengua. No me quedaría más remedio que esperar para saber.

- ¿Lista para desayunar?- Vicente abrió la puerta, con una sola mano cargaba la enorme bandeja repleta de comida y un detalle, un florero con

un ramillete de pequeñas florcitas de un tono blanco rosado muy tenue-. Buen día.

- Buenos días- le desee sentándome-. Mejor será que retome mi rutina de ejercidos, si sigo comiendo en esta forma voy a tener que cambiar todo mi guardarropa y odio tener que salir a comprar ropa- dije dándome golpecitos sobre la panza.

Me dio un rápido beso sobre los labios y rodeó la cama para sentarse junto a mí.

- Estas perfectamente bien- comentó, le brillaban la mirada.

Puse los ojos en blanco. - Mientes, pero gracias, de todos modos. No, hablando en serio, creo que lo necesito, antes ejercitaba al menos cinco veces por semana. Siento que me estoy oxidando de no hacer nada. Me vendría bien hacer algo de ejercicio- dije al mismo tiempo que me tendía una taza de café.

No soltó la taza y se quedó mudo mirándome.

- Te aclaro que lo que dije fue sin segundas intenciones. Yo me ejercitaba mucho, por lo general dos horas al día y ahora no hago otra cosa que comer y dormir y estar tirada contigo en algún sofá.

- No creí que te molestase tanto estar “tirada” conmigo en algún sofá.

- ¿No va a molestarte que gane cincuenta kilos?- lo desafié-, podría aplastarte.

Se sonrió. - No hay problema, podría levantarte incluso si engordaras cien kilos más. Lucas no es el único que puede voltear camionetas- respondió imitando mi tono de desafío, solo que de sus labios sonaba mucho más tentador, incluso sensual.

- Sí, muy gracioso. Mientras yo no esté dentro…- sorbí un poco de café, era fuerte y perfumado. Uno de los cambios más significativos desde “aquella” noche era que Vicente había permitido que yo introdujera en nuestras conversaciones, parte de los sucesos que nos habían unido. Si bien para mí no era fácil pensar en todas esas cosas, creía que con cuanta más soltura y naturalidad las discutiésemos, más temprano terminaría yo por aceptarlas y sobreponerme a ellas. Solíamos hablar sobre situaciones tan bizarras, como las de la camioneta, soltando bromas, yo le había dado pie para esto, y si bien él al principio ponía mala cara ya no lo se molestaba tanto, incluso se arriesgaba a hacer alguno que otro juego de palabras, siempre tanteando mis reacciones, procurando pescar en el aire algún síntoma de tristeza o dolor que yo venía consiguiendo mantener a raya. Las referencias a su fuerza sobrenatural, a su incapacidad por sentir apetito, a su perfume y al vaho que soltaba cuando se enojaba, eran cosas de todos los días. Su condición y la mía eran algo de lo cual no nos olvidábamos, algo que teníamos muy presente, y que ya ninguno de los dos intentaba ocultar. La palabra demonio no era más un tabú para nosotros y si bien todavía no había vuelto a su trabajo discutíamos qué haríamos cuando tuviese que viajar.

"Purgatorio" (segunda parte de "Todos mis demonios".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora