Capítulo V

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22 de julio.

Era un día extraño: el sol brillaba con intensidad y el cielo lucía de un azul profundo, pero, curiosamente, nada parecía tener color; salvo las mejillas de Kai.

El calor sofocante le taladraba la cabeza, le bajaba la presión y lo transformaba en un hombre hostil. Aquel que por naturaleza era encantador, simpático y chispeante se veía sumido en una brisa caliente que resultaba ser como un vapor tóxico, dejando en su boca un sabor metálico.

Se dirigió al centro de la ciudad en busca de su nueva empleada. Al llegar, el auto redujo la velocidad, posicionándose cerca de la joven. Kai se quedó allí unos minutos sin bajar del vehículo. La observó de arriba a abajo mientras ella esperaba en una esquina. Llevaba una camisa azul con pequeños corazones blancos, unos pantalones jeans negros y unas Vans también negras. Kai soltó una carcajada mientras don George negaba con la cabeza, frunciendo los labios.

—Mi madre deseará sacarse los ojos cuando la vea —dijo Kai, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.

La chica subió al auto y emprendieron el viaje hacia Villa Gandas, donde Kai vivía. Durante gran parte del trayecto, contemplaron silenciosamente el paisaje. Cada uno sumido en sus pensamientos: Kai imaginaba el castigo que implementaría contra el Anónimo cuando descubrieran su identidad; debía ser algo ejemplar (para eso él era un experto).

Por otro lado, ella hacía cálculos mentales sobre las ganancias que percibiría ese mes por "La mano". A su vez, leía un libro dorado que Kai le había obsequiado: uno sobre lo básico del protocolo real y su dinastía.

A estas alturas algunos podrían creer—aunque solo unos pocos—que esto es una historia de amor sobre cómo el bien vence al mal. Pero no es así; está muy lejos de esa idea.

Volviendo al punto, ella leía como si estuviera impulsada por el pánico; apenas se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Pasaba las páginas a una velocidad asombrosa y comprendía todo lo que leía. Pero lo curioso era que mientras lo hacía, don George—sentado a un lado de Julia—y Kai—al otro—la observaban anonadados, fascinados por cómo sus ojos danzaban velozmente a través de cada línea impresa.

Pero eso no era nada; la boca se les quedaría abierta al descubrir que, tras leer el libro, había aprendido cada detalle sin que se le escapara uno solo.

A Kai, la inteligencia de Julia le parecía fascinante (y eso que aún no había visto nada). Sin embargo, sentía una intranquilidad particular cada vez que la joven lo miraba a los ojos, como si fuera un mal presagio.

No era para menos; estaba frente a un ser impresionante y majestuoso que, a pesar de necesitar ansiolíticos, era una eminencia.

El vello de su nuca se le erizó cuando ella apartó la vista de las hojas y clavó sus ojos verdes en él. Era como si puñales afilados desgarraran su carne y un baño de realidad inundara su mente.

Por primera vez, Kai comprendió la magnitud de lo que se proponía hacer: presentarle a sus padres a una desconocida solo para mantener una tonta mentira que había dicho meses atrás mientras estaba ebrio.

¿Se había vuelto loco?

No, actuaba por orgullo. Necesitaba callarle la boca a su madre. Presentarle a una mujer... No cualquiera. Una que era odiosa, con impresionantes credenciales académicas, rara y con cero sentido del humor.

Le chispearon los ojos de emoción al imaginar la cara que pondría su madre al conocer a Julia. Visualizaba a esa joven delgada y pálida con zapatos deportivos y camisetas de The Ramones frente a ella, y su impresión cuando supiera que Julia era arquitecta, ingeniera y chef profesional.

MALO HASTA LOS HUESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora