"Me llamo Jim, no tengo apellidos porque soy un gato, y estoy jodido. Hace dos horas que entramos en este sitio, y no creo que vallamos a salir, así que dejo constancia en esta grabadora de que lo hemos intentado. Si alguien encuentra esta cinta, que sepa que no se les puede parar. Ni el veneno, ni los explosivos, ni nuestro equipamiento más avanzado puede con ellos. Los patos han ganado la batalla, y también la guerra."
-¿Eso es todo lo que vas a decir? -Me dijo el gilipollas de Mike -Por lo menos a mi no me llamaban Micifú -Dije con todo el desprecio que me quedaba. Estaban encima de nosotros, y no tenía pensado que mis últimas palabras fueran insultos a nadie, pero no me quedó otra opción.
-Ya están aquí... -Murmuró Chris, con un volumen casi imperceptible.
Estábamos en un garaje de una casa junto a un lago, estaba oscuro, hacía frío, y apestaba a mierda de pato, pero era mejor que intentar parar a esas criaturas biónicas; mitad patos, mitad culturista americano tipo Terminator; que estaban destrozando una puerta de acero a puñetazos.
Golpe a golpe, la puerta fué cediendo, hasta que callo desplomada y en su lugar había unos patos con brazos cromados y brillantes, y un visor rojo en su ojo izquierdo. Reconocí a uno de ellos, lleno de sangre, y con el cromado desgastado por la explosión de ese barril de gasolina. -Ese cabrón es inmortal -Pensé.
-Ha llegado vuestra hora, escuadrón garra. ¿No queréis decir unas palabras en nombre de Albert? -Dijo en tono burlón el Doctor Pato. Estábamos ardientes de ira, pero no dijimos una palabra, porque solo alargaría lo inevitable. -Entonces, seréis como ovillos de lana para mis amigos patodroides. -Tras reírse unos segundos como todo buen villano (si se podía llamara así a un pato) dijo una sola palabra en tono autoritario: Atacad.
Como no, nuestro amigo Von Duck (el que se quedó sin cromado), se adelantó con gesto amistoso, mientras se le tensaban todas las venas del cuerpo y su enorme brazo mecánico ardía en deseos de estrangularnos.
En ese momento se oyó un disparo. Despues de asegurarme de que no estaba muerto, miré a mi alrededor para comprobar a quien de nosotros le habian dado el privilegio de saltarse la tortura de Von Duck, pero el único que yacía muerto era el propio patodroide harapiento, que esta en el suelo con un gran agujero de bala en la cabeza.
-¿Quien ha disparado ese arma? -Me pregunté -Dudo que haya sido un humano, y ninguno de los aquí presentes puede empuñar una. -Entonces ví a uno de los otros dos patodroides, con un revolver en la mano, apuntando hacia donde hacia un segundo estaba nuestro ex-ejecutor.
¿¡Que te pasa!? -Dijo el Doctor Pato, mientras le miraba con cara asustada. -¿¡Que has hecho!? -Pero la única respuesta que recibió del cyborg fueron otros dos disparos, y esta vez sobre el.
Detrás de el, apareció Albert con su pequeña PDA y una sonrisa en la cara, mientras miraba a su leal y hackeado droide.
¡¡ALBERT!! -Dijimos casi al mismo tiempo, mientras corríamos hacia el. Después de habernos contado (y exagerado, propio de el) como había escapado de esa explosión por un conducto del aire acondicionado, le dio la orden al patodroide para disparar al ultimo de los que allí quedaban, y por último, a si mismo.
Por fin algo sale bien.