ESTRELLAS

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Escucho un ruido sordo y noto un vacío a mi lado. Después el grito de Ruth. Medio dormida me asomo por el lado de mi cama y la pregunto:

-¿Estas bien?

-Perfectamente.- Dice de mala manera.

-Eso te pasa por no dormir en tu cama.-La digo chichándola un poquito más.

Ella simplemente me lanza una almohada que se encuentra a su lado tirada en el suelo y que me da en toda la cara.

-Ay.

-Te aguantas.

Suspiro y me tumbo en la cama mientras Ruth se levanta echando pestes por la boca y se vuelve a tumbar.

-Buenos días, niñas.- Dice mi madre entrando a la habitación.

-Cinco minutos más.-Dice Ruth entre sueños.

-Mi madre está haciendo tortitas.- Y antes de que le dé a mi madre tiempo de terminar. Ruth ya está saliendo disparada hacia la cocina.

-Dios, esta chica tiene un problema.-Dice mi madre poniendo los ojos en blanco. Me empiezo a reír y oigo a Ruth gritar.

-Lo he oído.- Entonces es cuando mi madre y yo estallamos en carcajadas.

–Será mejor bajar antes de que limpie el plato.

En la cocina ya se encuentran todos, solo faltamos mi madre y yo. Ella se sienta junto a mi padre y yo entre medias de Ruth y Teo. Estos dos solo se mandan miradas de odio cada vez que alguno coge una tortita.

-Jimena, le puedes decir a tu amiga que deje mis tortitas.

-No son tuyas, enano.

-No me llames enano.

-Eres un enano.

Ay Dios ya empezamos.

-Mido un metro y veinte centímetros, el médico dice que para un niño de mi edad es mucho.

-Yo a tu edad te sacaba una cabeza mínimo.

-Niños, niños, parad ya hay tortitas de sobra para los dos.-Los interrumpe mi abuela.

-Ha empezado ella.- Dice mi hermano a la vez que Ruth dice.

-Ha empezado el.

El resto del desayuno Teo le manda miradas furiosas a Ruth y ésta a él. Pero no vuelven a regañar.

Ruth se va como a eso de las seis de la tarde y yo subo a mi habitación a terminar mis deberes.

Después de dos interminables horas por fin termino.

¡Santa María madre de Dios, esto es más difícil que hacer el puente de Brooklyn!

Cuando termino decido bajar a la cocina para comer algo, estar toda la tarde estudiando con la tripa vacía no es nada agradable.

Una vez me he alimentado vuelvo a mi habitación, pero a medio camino encuentro la puerta de la terraza del techo abierta, es muy raro papa siempre la cierra.

Subo para investigar y me encuentro a mi abuela mirando el cielo. Está tan absorta en sus pensamientos que no se da cuenta de mi presencia hasta que estoy a su lado.

-¿Qué haces aquí? Hace mucho frío.

-¿Ves eso?- Dice y me señala una estrella que brilla sola y con una intensidad que no tienen las demás.

-¿Una estrella?-La digo sin entender del todo donde quiere llegar.

Ella me mira con ternura y sonríe.

-No es una estrella cualquiera. Mírala allí en lo alto, una sola estrella alejadas de todas las demás pero con una intensidad que ninguna otra tiene. Debes fijarte bien, porque a veces esas estrellas pueden ser más importantes de lo que crees.

-Abuela no te entiendo.

-Mira cariño, una estrella no es solo una bola de fuego que adorna el cielo. Es un tesoro escondido en lo más profundo de un océano lleno de ladrones intentado averiguar la forma de encontrarlo. Pero no pueden, solo la persona indicada, la que ella elija puede llegar a averiguar que esconde.

Ahora su mirada es de desesperación pero sigo sin saber a qué se refiere. Tengo el presentimiento de que los chicos que vi la otra noche tienen mucho que ver en esto.

-¿Has visto algo raro últimamente?

-¿Qué? No ¿Por qué?

-Nada, yo... Solo ten cuidado ¿vale?

-Si claro no te preocupes.

Que días llevo. Entre ayer con la mujer de la biblioteca, el libro y los tíos raros de por la noche creí que tendría para una eternidad, pero parece que mi abuela ha decidido sumarse a la lista que cosas extrañas.

Finalmente mi abuela vuelve en sí y empezamos a hablar de cosas triviales. Después de una hora contándole a mi abuela lo bruja que es Carlota vuelvo a mi habitación.

Pero cuando intento abrir la puerta, esta no se mueve. Qué raro, si no cerré. Por suerte tengo una llave detrás de un cuadro que hay en el pasillo, odio a la mujer de ese cuadro; los ojos te siguen allá donde vayas, cojo la llave rápidamente y abro. Esta vez la puerta se mueve y me quedo helada con la imagen que tengo ante mis ojos.

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PANDEMIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora