7-Primera Parte

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Iris, con el corazón aporreando su pecho y la sensación de que los pulmones se le han subido hasta la garganta, finalmente divisa la boca del metro. Su hermano no podrá alcanzarla. En cierta medida, es consciente de que esto es una locura, pero ¿acaso no es una locura encerrar a los Betas de cada ciudad entre sus límites e implantarles chips que les impidan salir de allí? ¿No es una locura no permitir que ninguno pueda ir a la universidad y condenarles a una vida que no han elegido? ¿Y no es acaso la mayor de las locuras obligarles a casarse con quien ellos decidan y matarles cuando el menor de sus hijos cumpla los dieciocho? Se necesita la locura para romper la locura. Cuando el mundo entero es una demencia solo puedes escapar de él con una locura mayor.

De todas formas, no le importa si muere, si lo peor sucede, el resultado será el mismo, porque en realidad lo peor ya ha sucedido. No podrá convertirse en Alfa de ninguna forma y prefiere que su vida acabe ya a tener que pasar lo que queda de ella realizando trabajos para los que no está capacitada, sin su madre y sin su hermano, y dentro de un año, con un marido y un hijo que ella no habrá elegido tener. En cuanto a Salix, no podrá pagarle la operación para su enfermedad y debido a ésta tiene los días contados.

Llega al metro y se adentra escaleras abajo. Es la primera vez que recorre estos escalones y quizás sea la última. Nunca se le hubiera ocurrido que el tramo pudiera ser tan largo. Muchas veces se ha imaginado a sí misma convirtiéndose en Alfa y sumergiéndose por este camino hasta la libertad, pero en su mente nunca fue tan extenso. Corre en zigzag, esquivando a las personas que descienden sin prisa ninguna y que le impiden el paso. La escalinata termina en una plataforma de aluminio que se bifurca en otras seis escaleras, tres a un lado y tres al otro. Escoge la que queda más derecha –si es que a tomar una dirección aleatoria se le puede llamar escoger- y continúa la marcha.

Cuando visualiza el suelo una vocecilla en su interior le aconseja que no lo haga, que es mejor ser prudente y confiar en que todo se arreglará, en que si se queja alguien la escuchará, y en que el gobierno rectificará su error. «Has estado siendo prudente toda tu vida y mira para lo que te ha servido» le dice otra voz, enfrentándose a la primera. «Tu madre murió, a tu hermano le falta poco y tú pasarás a ser una muerta en vida» La rabia le nubla la mente. Suceda lo que suceda, su único objetivo ahora es pisar ese suelo.

Planta los dos pies casi a la vez el duro suelo y se oyen miles de sirenas por todas partes. Mira a su alrededor, dispuesta a echar a correr. Nadie se fija en ella, ni siquiera los jueces dispuestos a pocos metros. Cuando se concentra más en el sonido se da cuenta de que se trataba de una voz que resuena por toda la estación, anunciando que unos asientos están a punto de llegar, combinada con su agitada imaginación y con el barullo que montan las personas al hablar e ir de un lado a otro.

Sin saber cómo o tener consciencia de haberlo hecho, se encuentra a sí misma arrodillada en el duro y frío suelo, con una mano sobre la boca, temblando en conjunto con sus brazos y piernas. Su corazón corre desbocado mientras que su cerebro se ha paralizado totalmente. Siente que su cuerpo permanecerá inmóvil hasta los engranajes de su mente comiencen a girar y sea capaz de procesar y comprender lo que acaba de ocurrir.

"Liberada" es la palabra que por fin encuentra su mente. Como si acabara de romper unas cadenas invisibles que llevaban toda la vida anclándola a la misma ciudad. Pero poco tarda en darse cuenta de que es una sensación ilusoria. Solo ha venido a comprobar que lo que aseguraba el señor Novus era cierto. No puede marcharse sin su hermano.

A medida que la ilusión se va agotando sus sentidos se agudizan y se da cuenta de que delante de sus ojos. Los asientos incrustados en filas de dos en los raíles de enfrente comienzan a moverse para salir propulsados a toda velocidad y catapultar a quienes se han sentado en ellos a sus destinos escogidos. Por un largo momento siente la imperiosa y egoísta necesidad de montarse en uno para no volver jamás. De todos modos, ya no hay nada que pueda hacer por Salix, aunque se quedara no le serviría de ayuda. Sin embargo, sabe que él nunca lo haría si se intercambiasen los papeles.

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