9-Primera Parte

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   —Espera, espera, espera —escucha Salix decir detrás de su hermana—. Se trata del chico desconocido, que está bajando por la tubería y parece haber escuchado parte de la conversación. —¿Quieres decir que si no estoy en casa esta misma noche me matarán? —pregunta una vez sus pies han tocado el suelo.

En el metro lo había sospechado, pero ahora lo tiene claro, la sencillez de su ropa, su peinado y su piel (sin ningún tatuaje que la adorne) no dejan lugar a dudas: es un Beta. Debe de ser alguien que por alguna razón conocía ese secreto del que él se ha enterado hoy mismo, el de que cuando sientes un dolor profundo y penetrante en la zona en la que tienes alojado el chip, significa que se ha desconectado.

—Sí —responde Salix.

El muchacho suspira y coloca los dedos en la frente.

—Genial. ¿Y ahora qué hago yo? —se dice a sí mismo con aire desgastado.

—Pues intentar huir en metro, como vamos a hacer nosotros —sugiere.

—No vamos a hacer eso —repone Iris—. No podemos.

Iris le explica la razón por la cual no va a ser posible que viajen en metro, la razón por la cual no hay nada que puedan hacer para escapar de la muerte.

Salix se siente engañado, estafado, ofendido, pero sobre todo se siente estúpido, estúpido por haber confiado en el absurdo y descabellado plan de su hermana, por haber creído, aunque sólo fuera por una vez, que la vida sería tan fácil como dirigirse a la estación de metro, viajar a la última ciudad y traspasar la frontera. Siente que todos los pensamientos y emociones reprimidas empiezan a difundirse por su piel y su sangre y no lo puede controlar.

—Pero se me ha ocurrido que quizás... podríamos ir andando —sugiere Iris encogiéndose de hombros.

—¿Andando? Quieres atravesar todo el país andando —recapitula él, muy serio—... Yo es que no sé ni porqué te he hecho caso —es lo más suave que se le ocurre ahora mismo.

Aprieta la mano con fuerza para disolver parte de la rabia y nota un temblor en todo su antebrazo.

—Salix, yo... yo sólo quería ayudar.

—¿¡Ayudarme a qué¡? ¿A morir antes? ¡Pues enhorabuena, lo has conseguido!

Ella no responde, no se enfada, no llora, simplemente permanece mirándole con sus grandes ojos negros, que ahora parecen vacíos y sin vida, da media vuelta y se marcha, primero a paso ligero y después corriendo.

—¡Iris! ¡Iris, espera! —pero su hermana no le hace caso.

Salix trata de tragarse un nudo de culpabilidad y auto-odio, ese que siempre surge cuando sueltas algo que piensas pero no quieres decir, o que quieres decir pero no piensas. En resumen, cuando dices algo porque crees que así te vas a sentir mejor, pero al final ocurre todo lo contrario.

—Te has pasado un poco, ¿no crees? —comenta el chico de identidad desconocida, colocándose a su lado.

—¿Y tú...? —pregunta, con los resquicios de la furia que aún le quedan—. ¿Quién eres tú? —espeta al tiempo que echa a andar.

—Ey, tranquilo, vas a tener que calmarte si quieres que ella te perdone —responde, siguiendo sus pasos.

Al darse cuenta, Salix dice:

—¿Se puede saber por qué me sigues?

—No te sigo, te ayudo a buscar a la chica —explica en un tono amable y cortés.

—Pues gracias, pero puedo apañármelas yo solo.

El chico esboza un sonrisa.

—No lo hago por ti, lo hago por mí. Yo también quiero encontrarla, y cuando lo haga le preguntaré si quiere venirse conmigo.

—¿Irse contigo? —repite Salix, extrañado—. ¿Adónde?

—A intentar escapar a pie. He pensado en lo que ha dicho y creo que es la única posibilidad que me queda.

A Salix le resulta graciosa la idea, Iris yéndose con un desconocido del cual no sabe ni su nombre a recorrer el país a pie en busca de la última frontera. Aunque, por otra parte, sólo durante el día de hoy su hermana se ha abalanzado sobre su jefe, creído a un viejo demente, robado a su jefa, y corrido hasta la estación de metro arriesgando con ello su vida... Pensándolo mejor, Iris hoy es capaz de cualquier cosa.

—¿Y por qué quieres que te acompañe mi hermana? —cuestiona Salix.

No se le ocurre ninguna razón lógica, porque, ese chico, alto, aparentemente fuerte y resistente, podría ayudar a Iris en su viaje, pero ¿Iris a él? Es delgada, no muy alta, y aparte de correr bastante, no podría hacer mucho por él. Empieza a desconfiar, ya no sólo del desconocido, sino de sus intenciones.

—Bueno, está loca pero... no creo que una persona cuerda me sirviera de mucho ahora. Además, un poco de ayuda nunca viene mal. Tú también puedes venir, claro.

—Tú también debes estar loco si piensas que puedes cruzar las Zonas Mortales y salir con vida.

—¿Ves? Por eso las personas cuerdas no servimos para estas situaciones.

Salix se gira para mirarle y alza una ceja con expectación y los labios apretados

—Pensamos que los caminos lógicos son los únicos que hay que tomar pero, ¿qué hacemos cuando no hay caminos lógicos? —añade.

Después de un rato buscando entre las angostas calles y las bajas y rectangulares casas, Salix escucha un sollozo que proviene de algún lugar cercano. Mira en todas las direcciones pero no ve nada, pronto se da cuenta de que brota justo por encima de su cabeza. Apoyada en una de las paredes, sobresale la parte superior de una melena blanquecina.

—¡Iris! Iris, lo siento —dice mirando hacia el tejado de la casa que tiene enfrente—. No quería decir eso.

—No, si tenías razón —reconoce ella en tono solemne y apagado, pero que no denota que esté llorando.

—No, no la tenía. Puede que seamos capaces de hacerlo.

—No, no podemos. Acabo de verlo claro. Vamos a morir y no podemos hacer nada para evitarlo. Cuantos antes lo asimilemos mejor.

Salix cierra los ojos y suspira profundamente. Esos pensamientos parecen más propios de él que de su hermana. Ella no se rinde, no deja de luchar ni de soñar, por muy difícil que se pongan las cosas. Creía que le irritaba esa faceta suya, pero ahora que parece haber desaparecido la echa de menos. Es como si faltara, no sólo una parte de Iris sino una parte de él mismo, como si detrás de todos sus argumentos negativos o realistas necesitara un soporte de esperanza, alguien que le dijera que hay otras posibilidades y que todo acabará saliendo bien.

Puede que vayan a morir en las Zonas Mortales, pero necesita pasar sus últimas horas de vida con la esperanza (por muy vaga que sea) de que eso no va a ser así.

—Tú no eres así.

—No era así —contrapone ella—. Pero ¿sabes qué? Tenías razón. Cuando decías que era mejor que no me hiciese ilusiones porque podía llevarme una decepción, tenías razón. Cuando decías que los Luctor no te pagarían la operación, tenías razón. Y cuando dijiste no debíamos arriesgarnos a ir en metro, tenías razón. ¡Siempre tuviste razón!

—Entonces puede que también tenga razón en esto, puede que la tenga cuando te digo que hay posibilidad de escapar. Mira, no te voy a engañar, no creo que sea fácil ni rápido, puede que las probabilidades sean una contra un millón... pero yo quiero intentarlo y... sé que es lo que mamá habría querido para nosotros.

Iris no responde, Salix no continúa, y el chico sin nombre no hace ningún comentario, todo lo que queda es un silencio inquietante, apenas acallado por la brisa del viento.

—Ni siquiera tenemos un plan —recuerda ella, y se pone de pie, volviéndose de espaldas para hablarle cara a cara.

—Seguro que tú ya tienes uno. —se aventura a decir Salix.


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