7- Segunda Parte

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Hace ademán de marcharse, pero antes de que eche a andar Salix la agarra por el brazo.

—¿Qué? Ni hablar.

—No te estoy pidiendo permiso—dice ella en tono molesto—. Tú puedes hacer lo que quieras. Yo me largo.

Su mellizo se muerde el labio.

—No puedo dejar que te vayas sola.

—Pues entonces tendrás que acompañarme —concluye, desafiante.

Él suspira y baja la mirada con una mano en la sien. Después su vista se alarga hasta las vías del metro. Tras reflexionar un momento, por fin se atreve a hablar.

—Sabes que lo que haya allí afuera puede ser mucho peor que esto, ¿verdad?

—Sí. Y estoy dispuesta a correr el riesgo.

—¿Cuánto tiempo permanecerán los chips desconectados?

—Unos días. No sé a qué velocidad viaja metro o cuánto puede tardar, pero seguramente estaremos en la última ciudad antes de que anochezca —asegura Iris.

—¿Y cuál es la última ciudad? Ni siquiera sabemos eso.

No tienen ni la más remota idea de la geografía del país, en el colegio no se enseña y a los Alfa, los únicos que saben el nombre y dónde se sitúa cada ciudad, no les agrada compartir sus conocimientos. Ni siquiera están seguros de si ellos se encuentran al norte o al sur, al este o al oeste.

—Habrá algo por aquí que lo indique —dice, echando un vistazo en todas las direcciones.

Iris mira por encima del hombro de Salix y se da cuenta de justo detrás, a un lado de los peldaños descendientes se encuentra un panel con el número cuatro. Se acerca casi sin pensárselo y lee lo que está escrito debajo de la cifra: Zona Comercial. Divisa cárteles en el resto de escaleras y los revisa uno por uno. En el tres pone Zona Gubernamental. El dos es la Zona Residencial. Bajo el número uno del primer cartel hay una palabra desconocida: hasta Creyla. Sucede lo mismo con el cinco: "hasta Aster" es lo que dice.

Trata de recordar la conversación que mantuvo con el señor Novus. Se maldice a sí misma por no haberle preguntado sobre el nombre de la última ciudad, por ni siquiera haber caído en ese imprescindible detalle.

Salix se acerca a ella mientras contempla el cartel número cinco.

—¿Cuál es el que tenemos que tomar?

Tras unos segundos con la vista fija en el panel la traslada a los ojos de su hermano, preocupada e indecisa. Su mellizo suspira.

—¿Ni siquiera sabes la dirección a la que hay que ir?

—Sí lo sé —asegura. Más que una mentira elaborada se trata solo de una excusa improvisada que ha surgido de sus labios casi sin pensarlo— Es este —dice señalando el número cinco.

—Antes de irnos prométeme una cosa. Si algo sale mal volvemos a casa.

—Te lo prometo.

Después de todo, lo difícil ya está hecho. ¿Qué puede salir mal?

—Bien. Y ahora, ¿qué hacemos? —pregunta mirando más allá de la barandilla que protege la plataforma—. ¿Nos subimos en eso y ya está?

Ambos se acercan hasta apoyar las manos en la barandilla para contemplar la estación en toda su extensión. La altura les proporciona una visión panorámica de las cinco vías. Cada una está formada por dos raíles, la mayoría de ellos desiertos, y todos separados por andenes. Entonces una voz retumba por la gigantesca cueva subterránea diciendo "Metro Cuatro. Dirección: Zona Comercial" .Iris observa el andén correspondiente: en él hay dos mujeres y un joven sentados en las sillas. Al instante de escuchar el anuncio el muchacho se apresura a levantarse y se dirige a una especie de mástil de no más de un metro. Sobre él se halla un cubo en el que reposa un botón. El chico lo presiona mientras las señoras se levantan de sus asientos para situarse al borde de andén. A los pocos segundos, las vallas metálicas incrustadas a ambos lados de la vía se ocultan bajo el suelo y de la dirección contraria a la que miran Iris y Salix se materializan los asientos sobre los raíles, dispuestos en fila en cada raíl. Algunos ya están ocupados y las tres personas se sientan en los libres.

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