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Debajo de la manta todo es más fácil, es como una especie de mundo que creas y al que te acoges para no tener que contemplar el verdadero. Debajo de la manta todo es más fácil, la única oscuridad es la que envuelve tu cuerpo. Es como un caparazón que te protege de los pies a la cabeza, como una armadura infranqueable que los problemas no logran penetrar.

«Ojalá todo fuera siempre tan fácil como lo es debajo de la manta», piensa mientras exhala la bocanada de aire que acaba de inhalar.

Abrumada por todos sus pensamientos, exaltada por todas las desgracias que le han ocurrido, pero emocionada por la fortuna que le espera, hace lo único que se le podría ocurrir en un momento como éste: junta sus labios en forma de flor y trata de emitir un sonido similar al de un silbido. Del orificio de su boca sale un aire chirriante y agudo, parecido al que produce el viento cuando se cuela dentro de casa a través de una finísima ranura que deja la ventana al no estar completamente cerrada. Cierra los ojos y nota cómo su corazón va recuperando su ritmo habitual, calmado por una melodía en la que las notas son lo de menos.

—¿Te quieres callar de una vez? —La estruendosa y enfurecida voz de Aedes retumba entre las cuatro finas paredes—. Algunos mañana nos tenemos que levantar pronto para trabajar —señala en tono despectivo.

A ella ya no le molestan ese tipo de frases, está acostumbrada. Aunque le gustaría recordarle que ella también tiene que levantarse pronto para ir a la escuela, y por la tarde estudiar y ayudarles con el trabajo, así que, en comparación, su día estaría mucho más ocupado.

Pero Aedes no lo ve de esa forma, y tratar de convencerle de lo contrario es perder un valioso tiempo que puede emplear en intentar dormirse. O en silbar. ¿Por qué no intentar silbar de nuevo? Pero esta vez más bajo, para que ni siquiera él, tan cercano, y con un agudizado sentido del oído, pueda percatarse. Apenas ha empezado a llenar su cueva particular de aire suave cuando una voz le vuelve a interrumpir.

—Iris —dice Salix metiendo la cabeza debajo de las sabanas—. Será mejor que no sigas haciendo eso —susurra en tono gentil—. O Aedes se va a enfadar aún más.

—Perdón. Es que, es que...

Es que la calma, aplaca los nervios que deambulan de un lado a otro por todo su cuerpo, recordándole lo que la lógica siempre le transmitió: que el triunfo está al alcance de sus manos. Pero no lo puede reconocer, sonaría extraño. Y cuando explicara la razón por la que silbar le tranquiliza nadie lo entendería. Ni siquiera su hermano.

—Ya, lo sé. Mañana te dan las notas y no puedes dormir. Pero lo harás bien —afirma acariciándole la cabeza.

Aunque tienen la misma edad, él siempre se ha sentido el hermano mayor, el responsable de su cuidado y bienestar. Y ahora más, ya que desde hace casi un mes, es el único que realmente se preocupa por ella.

—Eres muy lista, eres la única de la familia que ha conseguido llegar tan lejos y estoy seguro de que mañana te dirán que has sacado en todo nueves y por fin podrás...

Salix se ve obligado a dejar la frase a medias y sacar la cabeza a la superficie gracias a una tos ronca y persistente que casi parece que le vaya a provocar una asfixia. Tan sólo se detiene para coger el aire necesario para seguir respirando.

—Lo que me faltaba ¡Y ahora el otro se pone a toser! —exclama Aedes con exasperación—. ¿Recuerdas lo que te dije el otro día? Pues hoy igual, como no pares de toser en cinco minutos te largas fuera a dormir.

—Pero no es culpa suya —alega Iris con un hilo de voz, asomando la cabeza.

Pero, a menos que hables en susurros, hasta el tono más bajo se puede escuchar cuando entre dos camas hay poco más de un metro de separación.

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