Introducción

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Todo comenzó hace un mes, cuando cerraste tus ojos para siempre, sin siquiera avisarme. Recuerdo que lo único que pronunciaste por tus pálidos y delgados labios antes de irte fue un «No me olvides»

Supieras como lloré y rogué para que no te fueras. Miraba a todos a mí alrededor y nadie hacia nada para revivirte.
Me sentía inútil, no sabía qué hacer, te sostuve entre mis brazos y grité tantas veces para que despertaras, pero no lo hacías. Pedí ayuda, pero nadie me ayudó, nadie quería ayudarnos.

Tus padres estaban tranquilos, apenas unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. ¿Acaso ellos querían que murieras?

No entendía que pasaba, por qué no reaccionabas. Luego comprendí que te habías ido, había llegado tu hora y debías descansar. Estaba siendo un egoísta al no dejarte partir, pero ¡Dios, no quería perderte! No quería dejar ir a mi hermosa guerrera, a la que había luchado tanto para vencer al cáncer.

Al día siguiente fue tu funeral, ni siquiera sabía por qué estaba ahí, no podía creer que de un día a otro no te tendría a mi lado. Supieras lo duro que ha sido todo esto, verte encerrada en ese ataúd sin poder moverte, sin poder respirar, sin poder escuchar tu dulce voz.

Todo fue tan injusto, lo sigue siendo. Pero cariño, quiero que sepas algo, yo nunca te olvidaré, así como tampoco nunca dejaré de amarte. Has sido ese gran amor que nunca tuve y nunca tendré. Eres única para mí.

Le reclamé a Dios por qué me había quitado al gran amor de mi vida, pero aún no he recibido ninguna respuesta.

La vida es tan injusta.

Esa fue la primera vez que me di cuenta lo mucho que te iba a necesitar.

Cartas de amor al cielo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora