2

116 7 0
                                    

Cinco de la tarde.

Llevo puesto mis audífonos y escucho una canción que me hace recordarla. "Y yo puedo jurar que voy a estar cuando el tiempo llegue al final y aquí vas a encontrar todo lo que estás buscando". La canción de Don Tetto sigue sonando y tengo que apagar el iPod para no seguir torturándome.

He llegado al parque que está a la vuelta de mi casa. Tomo asiento en una banca mientras pienso. Tengo sentimientos encontrados y un pesar enorme.

Entierro la mirada y no me percato cuando alguien toma un lugar a mi lado.

Me vuelvo hacía la persona que acaba de llegar. Es una señora de tez clara, cabello liso, elegantemente vestida. De unos 40 años más o menos.

–Hola, jovencito.

–Hola...

–Disculpa que me haya sentado aquí, es que espero que mi esposo salga de la oficina y me recoja.

Dice esto último mientras me regala una sonrisa transparente, casi maternal.

–La entiendo. Este lugar es lindo para tener una cita romántica.—sonrío.

Ella me observa como estudiando cada uno de mis movimientos al hablar. Sonríe ligeramente mientras oyó lo de la cita con su esposo. Tal vez se haya imaginado a él organizándole un picnic ahí en el césped, con manteles de cuadraditos y una canasta repleta de comida.

–Jaja, es una buena idea, hijo, ¿Estás esperando a tu cita romántica?

Curiosa señora, no parece de esas estiradas que abundan en esta ciudad. Que tienen un poco de dinero y se sienten inalcanzables. A ella la clase le desborda, pero es sencilla y está teniendo una conversación con un chico de 20 años que ocupó esa misma banca un poco antes que ella.

La pregunta fue directa, justo al grano. Me arrepentí de haberle bromeado sobre la cita perfecta que saldría en ese parque.

Agacho la cabeza.

–Yo no tendré más una cita así...

Ella tiene una mirada muy dulce, una mirada transparente y me mira fijamente.

– ¿Por eso estabas sentado y triste aquí?

Sus preguntas son muy directas.

Una persona que no conozco, que podría ser mi madre y espera a que su esposo salga de la oficina para llevarla a quién sabe dónde me pregunta cosas como si me conociera.

Resoplo y miro hacia la derecha.

–Es una historia muy larga...

Siempre que me preguntan sobre mi pasado (más precisamente sobre ella) suelo salir rápido de ese momento argumentando que es una larga historia, la otra persona se da cuenta de mi incomodidad y dejamos el tema ahí. Espero que con ella se repita esa rutina.

–Cuéntamela, soy muy buena escuchando y creo que te haría bien hablar de eso.

La miro fijamente, no sé qué se trae esta señora, pero me inspira confianza o tal vez sea el hecho de que no la conozco en absoluto y sé que no podría juzgarme.

Empiezo a contarle todo, de cómo la conocí por accidente, de la vez que le escribí una carta de amor a los 11 años, de las veces que íbamos por helado a la salida del colegio.

La observo y la señora parece muy interesada en mi relato, no deja de mirarme y de asentir con la cabeza. Hago una pausa necesaria.

–Mi nombre es Adam, por cierto, mucho gusto.

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora