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Sueños extraños. 

A mitad de la noche una pesadilla, dos y tres. No puedo dormir, es como si no estuviera cómodo en mi propia casa, ni con mi cuarto, ni con mi cama, ni con mi vida.

He dormido una hora en total. El timbre de la alarma  indica que es hora de tomar mi clorpromazina, pero hace dos semanas que no lo hago.

Son las ocho de la mañana. Ha pasado una semanas desde mi encuentro casual con Claudia. Busco su tarjeta y decido llamarla.

–Hola, con la doctora Claudia por favor.—digo con voz firme.

–Buenos días. La doctora Del Pozo aún no llega.

Me da unas indicaciones para poder sacar una cita con ella lo más pronto posible. No tomo mucha atención y me despido rápidamente.

Miro el reloj de la pared de la sala, son las 8:15 de la mañana. ¡Dios! En qué estaba pensando para llamar a esta hora a un consultorio. Voy a ducharme, necesito despertar del todo. Odio ser un zombie madrugador.

No sé si fue el repentino duchazo de agua helada que ha roto mi rutina o las pesadillas que ya no me dejan dormir, las que me han hecho decidir que tengo que ver a Claudia.

Abro el clóset buscando que podría ponerme para no desencajar hoy. No se me ocurre nada. Me siento ridículo por estar preocupado por la estas banalidades. ¡Vaya lio!
Se me ocurre una idea, me fijo en la dirección de la tarjeta que me dio cuando nos conocimos.
Generalmente la gente se viste de acuerdo a la ocasión o al lugar a donde va. Sería raro que use vaqueros y camiseta, cuando todos están con traje. Que estúpidas son las reglas de etiqueta y que estúpido me siento por estar siguiéndolas.

"Royal Tower, calle Archipreste de Hita 190". Se encuentra al otro lado de la ciudad y es una zona comercial muy conocida. Grandes empresas, ejecutivos con traje de pingüino en las calles, bonitos restaurantes. En conclusión: un lugar formal.

Me imagino usando traje y que me confunden con un ejecutivo o empleado de una multinacional. Si hay algo que odiaría, sería, terminar trabajando en una de esas empresas en las que tratan a sus empleados como recursos de los que se pueden deshacer y a los que pueden suplantar cuando les apetece.

Busco unos jeans nuevos, una camisa de seda blanca de manga larga, un jersey y unas Vans negras. Por primera vez en mi vida "post escuela" decido peinarme. El cabello rizado, tantas veces alborotado, esta vez luce decente. Mi padre estaría orgulloso de verme con el cabello peinado, sin esas grandes sudaderas y sin esa pinta de vagabundo que odia.

Voy a la cochera y cojo las llaves del Toyota Corolla negro que ha dejado mi padre en la cochera antes de salir del país por un viaje de negocios. No me gusta mucho conducir. Odio esta ciudad con su tráfico espantoso que me vuelve más neurótico de lo que soy. Pongo la radio, suena una canción de Queen. Utilizo la música como relajante para no perder la paciencia por si algún "corredor de F1 frustrado" se cruza por la autopista queriendo adelantarse a todos.

Conduzco tarareando Bohemian Rapshody, con las manos firmes en el volante, moviendo los dedos cada vez que la batería de la banda estremece los parlantes laterales. Cuando me doy cuenta, ya estoy entrando a la calle Archipreste de Hita. Los treinta minutos de camino han pasado volando.

Busco el Royal Tower, en medio de los otros edificios y tiendas. Lo encuentro. Es un enorme edificio (15 pisos) con paredes de cristal y un estacionamiento subterráneo.

Entro para aparcar y un guardia, resguardado en una garita, me recibe.

–Buenos días, caballero.—se quita el gorro—. ¿Es cliente?

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora