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Bajo por las escaleras sintiéndome un tanto extraño. Cuando estaba en el segundo piso veo al tipo de corte militar parado cerca de la escalera. Me vuelve a mirar con actitud desafiante. Hago como que no me percato y sigo bajando.

La recepcionista principal del edificio me hace firmar en un folio un documento para que conste mi visita al Royal Tower. Lo firmo sin problemas y pienso qué haré. Decido ir a un McDonals a comer una hamburguesa. No bajo por el coche, quiero ir andando, como esta mañana fui a la cafetería.

1:30. Camino dos cuadras, me interno en el parque frente al edificio de 15 pisos. Los árboles son tan altos que hacen ver a todo más pequeño. Algunos niños aprovechan la salida de la escuela para quedarse un rato a jugar. La pelota de uno de ellos rueda hasta mis pies, se la regreso y sonrío.

Está haciendo buen tiempo. El sol ha salido, el cielo se ve más azul que nunca. Tal vez nuestro estado de ánimo influye en nuestra propia percepción del clima. Si esto fuera cierto, entonces, me siento de putamadre.

El chillido de un auto que frena velozmente hace que voltee hacía mi derecha. Me he puesto un poco nervioso. Un minicooper rojo con el techo descapotable negro. Se abre la ventanilla y oigo la voz de Daniela.

–No me lo puedo creer, ¡Mi escritor!

Sonrío y muevo la cabeza a los lados.

–¿Acaso me has puesto un GPS?

–Pero si no me llamas, tuve que salir a patrullar las calles, buscándote.—hace el gesto de estar usando unos binoculares.

Me gusta la frescura de esta chica.

–Pensé que los diseñadores andaban muy ocupados en sus diseños.—Pongo cara de enfadado.
–Y he estado trabajando, tonto. Iba a ir a almorzar justo ahora.

Me abre la puerta del auto y me hace una señal con el dedo para que suba.

–No creo que comamos juntos, es que voy por una hamburguesa.

Ella sonríe y me habla con la voz más pretenciosa que jamás he oído.

–¿Crees que las princesas no comemos hamburguesas?

Sonrío. Subo al auto. No alcanzo aún a ponerme el cinturón de seguridad cuando ella ya ha metido primera velocidad.

No dice nada. Prende la radio y suena Wonderwall de Oasis. Bailotea un poco la canción y temo por un momento que nos estrellemos. Pero dos cosas quedan claras. 1) Es una excelente conductora; y 2) Tiene buen gusto musical.

Se estaciona y me habla en voz alta.

–¿Quieres que ordene?

–¿El qué?

No me he percatado, pero ya hemos llegado al automac.

–Sorpréndeme.—le digo.

Al segundo me arrepiento de haber dicho esa frase tan cliché.

Estoy a punto de pasarle la tarjeta de crédito, cuando ella ya ha pagado en efectivo.

–Tú pagarás la cena, ¿Recuerdas?

Recibe nuestras hamburguesas y las gaseosas. Le da un sorbo a un vaso.

–Pensarás que no traigo ni un centavo.—le digo.

–¿Los escritores no son bohemios?.—sonríe.

–Bueno, yo no.—Le doy un sorbo a mi cocacola.

–Vale. ¿A dónde quiere ir el caballero?Pone las manos en el volante.

Y no pienso mucho para obtener mi respuesta.

–Quiero ir al malecón.—Respondo.

–Un nostálgico del mar. ¿Y dices que no eres bohemio?—sonríe.

Pone primera. Sube el volumen de nuevo y esta vez no le quito los ojos de encima.

Llegamos en menos de siete minutos. La verdad es que no he sentido el viaje.

Aparca en la calle.

–Ven, a mí también me encanta el mar.

Bajamos del auto con nuestras hamburguesas aún calientes. Nos sentamos en una especie de mirador. No hablamos mucho. Ella come tranquila. Yo me devoro mi hamgurgesa y mi cocacola.

–¿Qué has venido a hacer aquí?—Pregunta.

La miro a los ojos y me parecen mucho más negros que hace horas. Esta vez no le miento.

–Vine a una terapia

Agacha la cabeza y cuando la levanta de nuevo me está sonriendo.

–Bendita terapia.—supira.—Buena excusa para conocernos.

Deja a un lado su hamburguesa, apoya su cabeza en mi hombro y nuestra ojos se pierden en ese inmenso océano delante de nosotros.

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora