Esta vez había ido sin la camioneta. No quería que su tío pasase por allí y la volviese a pillar. Pero tenía que volver al bosque.
Se había dado cuenta demasiado tarde de que se había dejado la pala y la manta de su abuela en el bosque. La pala le daba igual, aunque en casa la echarían en falta, pero tenía que recuperar la manta. Su abuela la había tejido con trozos de ropa que se le iba quedando pequeña a Halley mientras crecía.
Necesitaba esa manta.
Y aunque era una completa estupidez volver al bosque después de ser casi asesinada por un lobo, esta vez había venido un poco preparada.
Con un cuchillo de carnicero en mano como única defensa, Halley se sentía más segura en territorio hostil. La nieve crujía bajo sus pisadas y cada vez que miraba el afilado cuchillo, le daba un escalofrió al pensar que podría cortarse o clavárselo a si misma por accidente.
—Vamos, abuelita, ¿Dónde estás? —susurró al aire.
No estaba muy segura de cual era el camino. Había huido tan rápido la tarde anterior que no se había fijado en el paisaje alrededor, así que su único mapa ahora era la intuición.
Al fin, por un golpe de suerte, llegó al claro donde estaba plantado el árbol de su abuela. Estaba intacto: las piedras aún marcaban su ubicación y no parecía que ningún animal hubiese revuelto la tierra alrededor. Suspiró aliviada.
Pero el sosiego se esfumó cuando comprobó que ni la pala ni la manta estaban allí.
—No, no, no... —empezó a mirar por todas partes agobiada—. Tiene que estar por aquí, no puede haber desaparecido.
Se paralizó unos momentos después al ver la manta bien doblada y colgada de la rama baja de un árbol. Se acercó indecisa y poniéndose de puntillas tiró de la manta para recuperarla. Cuando la abandonó la tarde anterior, estaba manchada de la tierra de la pala. Ahora estaba limpia y olía a jabón. Mirando hacia los lados, abrazó la manta y sintió miedo. Alguien había lavado su manta. ¿Pero quién? Justo cuando sus pensamientos divagaban sobre quien podría haberlo hecho, sintió una presencia a sus espaldas.
Una presencia que le resultaba familiar.
Abrazó con mas fuerza el trozo de tela y se dio la vuelta lentamente, con el miedo reflejado en su cara.
Ahí estaba su lobo. No sabía por qué estaba tan segura de que era el mismo, pero lo era.
Dando un traspiés, su espalda chocó contra el tronco del árbol en el que minutos antes colgaba la manta. Las lágrimas amenazaron derramarse sobre sus mejillas. Era estúpida. Una vez podría haber sobrevivido al lobo, ¿pero dos? Eso era tentar a la suerte. Agarrando el mango del cuchillo con fuerza, apuntó al lobo con él. Este gruñó enfadado y fue un sonido tan escalofriante, que Halley, presa del pánico, se apretó más contra el tronco del árbol y cerró los ojos mirando a otro lado.
Su corazón latía desenfrenado y y sus ojos se negaban a mirar al lobo. Igual si no lo miraba, le dejaría en paz.
Eso fue antes de ver un destello de luz a través de sus parpados.
Asombrada, miró hacía donde se suponía que debería estar el lobo y encontró una escena sobrecogedora. El lobo se convirtió en una explosión de color tan hermosa que la dejó sin aliento.
Dejó caer el cuchillo al suelo cuando ante ella apareció un chico en cuclillas, que se levantó para mirarla a los ojos. Verdes como los del lobo.
—¿Qué eres? —preguntó el desconocido con un tono de voz amenazante. Todo él gritaba peligro.
—Es-estás desnudo —tartamudeó Halley con los ojos como platos, mirando al muchacho de arriba a abajo, deteniéndose en cierta parte que colgaba entre sus piernas.
Después se desmayó.
***
—Me cago en... —masculló Geri al ver como la chica se desplomaba en el suelo. En un momento le miraba como si tuviese tres cabezas y al otro se desmayaba.
No había esperado volver a encontrársela, pero una pequeña parte de él, la parte que había lavado la manta y la había dejado colgada de un árbol, esperaba que ella volviese para recuperarla.
Y había vuelto cuando él la estaba esperando. La había oído llegar desde lejos, ya que no era muy sigilosa, y se había escondido y esperado a que llegase al claro. Tardó lo suyo. La chica era aburridamente lenta y no tenía muy buena orientación, como pudo comprobar, pero al fin llegó a su destino. Cuando la vio entrar apartando una rama de un árbol con delicadeza, algo se agitó dentro de él. Expectante, la persona que había dentro del lobo sonrió cuando los ojos de la chica se iluminaron al ver que había llegado al claro.
Después había visto la manta y todo se había torcido. Geri salió de su escondrijo pretendiendo hablar con ella, pero la chica le había amenazado con un cuchillo, y aunque se lo podía quitar de las manos en un abrir y cerrar de ojos, le gruño enfadado. Una amenaza era una amenaza. Pero cuando ella cerró los ojos con miedo se dio cuenta de que a lo que ella temía era el lobo y que si tal vez hablaba con la persona sería más fácil. Así que se había transformado.
No había salido como se esperaba.
¿Y ahora que hacía? No podía dejarla tirada en mitad del bosque, pero tampoco podía llevarla al pueblo. Podría suponer una amenaza...
La casa del árbol .
La había construido cuando tenia siete años y estaba casi a los límites de su territorio como para que alguien pasase por ahí. Era el sitio perfecto.
Geri agarró el cuchillo y lo clavó en el tronco del árbol hasta el mango. Así nadie correría el riesgo de cortarse por accidente.
Luego miró a la chica. Parecía tan vulnerable. Ni siquiera con el cuchillo suponía algún peligro. Con su cabellera rubia esparcida en la nieve y el mismo abrigo rojo que llevaba el día anterior, desentonaba con el bosque por completo.
Geri se agachó para apartarle el pelo de la cara. Estaba cogiendo frío.
—Hey, despierta —la zarandeó para ver si recuperaba la consciencia, pero, aunque su respiración era estable, no se despertó.
Sus labios empezaron a volverse de un tono morado y Geri le quitó la manta de los brazos y la envolvió en ella con cuidado antes de cogerla en brazos. La miró. Su tez blanca parecía suave y pequeñas pequitas recorrían su nariz de manera adorable. La punta estaba enrojecida y, preocupado, Geri pegó el cuerpo de ella al suyo para que entrará en calor.
Después empezó a andar.
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Beware Of The Girl In Red
WerwolfSi algo sabían los humanos era que no debían adentrarse en los bosques. Si algo sabían los monstruos era que no debían salir de ellos. Y si algo tenían ambos por seguro, era que las leyendas eran solo eso, leyendas. Reglas no escritas. Cuando se ro...