Entrar en el bosque estaba prohibido.
Todo el mundo lo sabía.
Aunque la mitad del pueblo se había adentrado alguna vez allí e incluso algún temerario que otro había pasado la noche en una tienda de campaña, era un bosque virgen, intacto y con toda una naturaleza inexplorada. El bosque era inmensamente grande y nadie se había atrevido a adentrarse poco más de un kilómetro. Lo desconocido era aterrador, pero era aún más terrorífica la multa de seiscientos dolares que te imponía el sheriff si te pillaba entrando o saliendo del bosque. Era territorio protegido.
Y ahí estaba Halley, incumpliendo las normas y dirigiéndose al corazón de aquel paraje húmedo y frondoso, ataviada con un abrigo rojo como la sangre para protegerla del frío y unas botas de agua que impedían que la nieve que cubría el suelo mojase sus pies. Bajo un brazo llevaba una pala, y en el otro nada más y nada menos que una urna con las cenizas de su abuela envueltas en una manta que la misma mujer había tejido para los fríos inviernos como este. Por eso estaba allí, en el bosque. Las ventanas de la casa de su abuela daban al pinar y ella siempre le decía a su nieta que cuando llegase su hora desearía reencarnarse en uno de esos árboles que se encontraban en lo más profundo del bosque y descubrir los secretos que escondía la naturaleza.
Y hacía dos semanas su hora había llegado y Halley estaba dispuesta a cumplir el deseo de su abuelita y darle un nuevo hogar. Compró una urna biodegradable que cuando la enterrase en el bosque, las cenizas de su abuela, mezcladas con tierra y una semilla de pino, cobrarían vida en forma de un nuevo árbol mezclándose con el resto de la floresta. Era la mejor manera de honrar la memoria de Margaret y cumplir su deseo.
Halley había pensado que después de plantar el árbol podría venir a visitar a su abuela y con los años verla crecer. Pero estaba cambiando de idea en esos momentos. Eran las seis de la tarde y empezaba anochecer. Las copas de los árboles impedían que entrase por completo la poca luz que había y Halley empezaba a tener miedo.
¿Habría animales salvajes? ¿Osos? ¿Jabalíes? ¿Coyotes? ¿Lobos?
Halley solo esperaba no cruzarse con ninguno de ellos si es que los había. Alargo la mano para tocar una de las ramas bajas de un pino y ver como la nieve que descansaba en ella caía al suelo. Le encantaba la nieve. Tan blanca, tan perfecta...Pero no tenía tiempo para entretenerse con ella. Quería volver a casa antes de que anocheciese del todo y todavía no había encontrado un sitio donde dar descanso a su abuela. Siguió caminando hasta encontrar un pequeño claro con la suficiente amplitud para darle espacio para crecer al árbol de Margaret.
—Espero que te guste este sitio, abuela —dijo en voz alta esbozando una sonrisa triste.
El tiempo sanaría las heridas que había dejado la muerte de la que fue más madre que abuela para la joven de diecisiete años. Depositó la urna en el suelo y clavó la pala en la tierra para empezar a cavar.
Geri la había olido a pocos kilómetros de su zona de caza. Era un olor totalmente nuevo y desconocido para él. Al principio no le dio importancia y siguió acechando a la presa que se convertiría en la cena para él y su familia esa misma noche. Un par de conejos. Ya había cazado uno y le faltaba el otro que corría despavorido. Era rápido pero Geri tres veces más y no tardó en apresar al conejo entre sus fauces. Normalmente iba de caza con sus hermanos y con ellos acechaban a presas más grandes, pero hoy había tenido que ir solo y un par de conejos del tamaño que eran estos dos ejemplares bastarían para esa noche.
Volvía a casa con la cena en la boca cuando el olor se volvió más fuerte. Aquel ser desconocido se acercaba poco a poco. Aún se encontraba muy lejos del pueblo, pero Geri, siempre curioso y siempre desconfiado escondió al par de conejos y cambió el rumbo para dirigirse hacia la fuente de aquel olor que le causaba tanta intriga.
En su forma de lobo medía metro y medio sin ponerse sobre dos patas, y dos metros y medio desde el hocico hasta el rabo, pero si no quería que le viesen, nadie se percataría de su presencia.
Y la chica que se encontró en el pequeño claro, cavando un hoyo en el suelo, no fue una excepción.
Ella era la poseedora de aquel especial olor. Llevaba un abrigo de un rojo que contrastaba con su largo pelo rubio. No era un lobo, eso estaba claro, pero tampoco un vampiro ni una bruja. No olía como ellos aunque físicamente se pareciese, y era demasiado diferente a los demás seres como para confundirlos con ella. Era algo que Geri no había visto en sus veinte años de vida y quería saber que era y que hacía en su territorio. Si había venido con malas intenciones, Geri no dudaría en tomar represalias y la cosa no acabaría bien para aquella chica.
La muchacha cantaba para si mientras cavaba, sin percatarse del depredador que la observaba entre la maleza. Cuando cavó lo suficientemente profundo como para dar cabida a la urna, la recogió del suelo y la desenvolvió dejando la manta sobre la nieve. Le dio un beso de despedida y la depositó en el hoyo. Con las manos desnudas, desprovistas de guantes, tapó el hoyo con la tierra que había sacado y cuando hubo terminado se levantó del suelo y se sacudió las manos en los vaqueros.
Geri la observaba detenidamente, preguntándose que estaba haciendo. La chica recogió unas piedras del suelo y rodeó con ellas aquello que había enterrado, como para marcar su posición. Lo hacía todo con muchísimo cuidado, con mimo. Era hermosa, pero no era de aquí y eso no provocaba nada más que aprensión.
Mirando cada simple movimiento que ejecutaba observó que en las botas de la chica estaba escrita la palabra hunter.
Cazador.
¿Acaso eso que había enterrado en el suelo era una trampa?
En este territorio no cazaba nadie más que su manada, así que no dudó en salir de las sombras para enfrentarse a aquella mujer que se cayó al suelo de la sorpresa cuando le vio, gruñendo, ante ella.
—¡Dios mio! —exclamó Halley con voz temblorosa mirando a la inmensa criatura que se alzaba ante sus ojos. Se arrastró para alejarse, pero el animal se acercó unos pasos más, acechante—. Lobito bueno...tranquilo...
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Beware Of The Girl In Red
Hombres LoboSi algo sabían los humanos era que no debían adentrarse en los bosques. Si algo sabían los monstruos era que no debían salir de ellos. Y si algo tenían ambos por seguro, era que las leyendas eran solo eso, leyendas. Reglas no escritas. Cuando se ro...