Capítulo 3

252 19 5
                                    

—Los lobos no son tan grandes, Halley. ¿Qué habías fumado? 

—¡Te lo juro! Parecía que el puto lobo se había chutado esteroides.

—Fingiré que te creo.

—Eres una mala amiga —le dijo Halley divertida.

—Eloise, será mejor que te vayas —entró su tío por el pasillo—, tengo que hablar con Halley.

—Ya me iba, sheriff  Perkins —le guiñó un ojo a su mejor amiga antes  de darle un beso en la mejilla a través de los barrotes— ¿Nos vemos mañana?

Halley asintió con una sonrisa y agarrada a los barrotes de la celda, observó marcharse a Eloise. Cuando la hubo perdido de vista, dirigió su atención al sheriff.

—¿Era necesario encerrarme? —preguntó enfadada.

La había metido en el calabozo como si de un delincuente se tratase. Ella solo había entrado al maldito bosque, no había robado ningún banco.

—Eres una civil más, Halley. No voy a hacer excepciones contigo. 

—¡El castigo son seiscientos euros de multa, no una noche en el calabozo!

—No te preocupes, también pagarás  la multa.

Jadeó indignada. Era tan injusto. Solo por ser la sobrina del sheriff  la utilizaba para dar ejemplo. Todo el condado sabría ya lo que había ocurrido. La secretaría de la comisaría era una maldita cotilla y seguro que ya habría telefoneado a medio pueblo.

Como si de una película se tratase, su tío le había dejado hacer una llamada, y como Halley no tenía más familia, llamó a su mejor amiga, Eloise. No conseguiría que la sacase de ahí, pero si servía para entretenerla un rato y eso había hecho.

—No saldrás de aquí hasta que me digas que hacías en el bosque, señorita —miró a su sobrina severamente.

La muchacha no le respetaba. La única hija de su difunta hermana no llevaba ni dos semanas viviendo con ellos, pero  no había hecho ningún esfuerzo por integrarse en la familia. Ella lo había pasado muy mal, pero él era el sheriff y no iba a permitir que Halley incumpliese la ley.

—No te debo ninguna explicación. ¡Castígame y punto!

—Háblame con respeto.

—Disculpe, señor sheriff —se burló.

—Halley —dijo en tono de advertencia.

Un ladronzuelo al que habían pillado esa misma tarde se rió desde su celda, pero se calló de inmediato al sentir la mirada del oficial sobre él.

—¡Fui a esparcir las cenizas de mi abuela! ¿Contento? Ya está hecho así que no me vas a volver a ver por allí —eso último era mentira. Halley tenía claro que iba a volver a por las cosas que se había olvidado y a visitar a su abuela.

Había pocas cosas que dejasen a Joe Perkins sin habla, pero oír hablar a su sobrina sobre su difunta abuela era una de ellas. No había conocido a la señora. Ni siquiera sabía que había sido incinerada. Suspiró y abrió la celda para llevarla a casa.

—No te vas a librar de pagar la multa, así que ya puedes ir ahorrando.

—Lo que tu digas.

Esta era la familia de Halley ahora, y no se sentía como una familia feliz.

***

Geri agarró a una de las trillizas que correteaban transformadas por el salón y la elevo en el aire. Esta se retorció para intentar morder las muñecas de su hermano mayor divertida. Riendo, Geri la dejó en el suelo y fue a la cocina para hablar con su madre.

—Siento haber tardado —besó a Filipa en la mejilla y se sentó en la encimera. 

Si no se hubiese distraído con la misteriosa chica, su madre no estaría cocinando todavía y ya estarían todos cenados.

—Díselo a tus hermanos, que no paran de gruñir como un par de cachorros.

—¡Nos quería matar de hambre! —se defendió Freki al escuchar a su madre—. Tengo todo el derecho del mundo a gruñir.

—Yo te perdono si me das un cuarto de tu cena —le dijo Fenrir sonriendo inocentemente.

—Ni lo sueñes, capullo.

Riendo, Geri pasó un brazo por los hombros de Fenrir y, agarrándole del cuello para que no escapara, le revolvió el pelo. Su madre suspiró como si no tuviesen remedio. Dado que eran cuatrillizos, tenían la misma edad, pero los hermanos F, como les solían llamar en el pueblo cuando se referían a ellos dos, eran sumisos a la vez que Hati y él eran dominantes, con lo que Geri era muy protector con ellos y les trataba más como hermanos pequeños.

Las trillizas entraron corriendo jugando a algún juego.

—Vosotras tres, ¿no deberíais vestiros? —dijo Freki llamándoles la atención.

Filipa se dió la vuelta poniendo los brazos en jarra.

—¿Os habéis vuelto a transformar con la ropa puesta?

Las tres niñas pararon de golpe y se pusieron en fila. Geri y Fenrir se miraron sonriendo recordando su infancia cuando la bronca les caía a ellos.

—Os he hecho una pregunta.

—Si.. —murmuraron las tres al unísono.

—Ya van dos veces esta semana que he tenido que ir a comprar ropa, ¿os parece normal? Contestad.

—No.

—¿Entonces por qué seguís haciéndolo?

Silencio.

—Como volváis a hacerlo no os compraré más ropa; iréis desnudas al colegio.

Las tres se miraron horrorizadas.

—¡Pero mamá..!

—¡Ni se te ocurra protestar, Calypso! Ahora iros a vuestro cuarto castigadas hasta que esté la cena. ¡Y no quiero lios!

A las niñas les temblaron los labios a punto de llorar, pero su madre tenía nueve hijos y se había hecho inmune a los pucheros. Cuando Filipa se dio la vuelta y las niñas se fueron, los tres hermanos que habían presenciado la reprimenda, sigilosamente se dirigieron al cuarto de las trillizas.

—¿Como están mis princesas? —preguntó Geri sonriendo tiernamente a las tres niñas que intentaban contener las lágrimas

—¡No quiero ir desnuda al colegio! —dijo Cyra con el labio inferior tembloroso. Freki la abrazó.

—Mamá solo lo ha dicho para asustaros —dijo sonriendo—. Os daría su ropa antes de dejaros ir por ahí desnudas.

—A nosotros nos amenazó tanto como a vosotras cuando teníamos vuestra edad —Fenrir se sentó junto con Cleo, dejando a Geri con Calypso para consolarla—. Y ni una vez cumplió esas amenazas.

Las pequeñas de siete años mostraron pequeñas sonrisas al saber que su madre no cumpliría ese castigo.

—Pero eso no quiere decir que os podáis seguir transformando cuando queráis —a Geri no le gustaba ponerse serio con las niñas, pero a veces tenía que hacerlo—, Papá y mamá no pueden gastar mucho dinero en ropa, lo necesitamos para otras cosas.

Eran una familia humilde. Tenían el suficiente dinero para mantener a siete de los nueve hijos que aún vivían con el matrimonio, pero tantas bocas para alimentar no daba mucho lugar para los caprichos, y mucho menos para comprar ropa todas las semanas. Los Hombres Lobo tenían descuentos en ropa para niño, porque los demás seres estaban al tanto de que a esa edad los cachorros aun no controlaban sus transformaciones, pero aun así suponía un gran gasto.

Las tres asintieron, entendiendo las palabras de su hermano. Geri confiaba en ellas y sabía que intentarían controlarse.

Así que para dar ejemplo, se quitaron la ropa y se transformaron para jugar con las niñas, que no tardaron en hacer lo mismo. Hati entró al escuchar el escándalo y se unió a la juerga hasta que Filipa les llamó para ir a cenar.

La familia de Geri, era una familia feliz. 


Beware Of The Girl In RedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora