XI

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Querido Finn:

Mi abuela ha despertado de su inconsciencia hoy, Elliot, y no sabes lo feliz que me puse por eso. Lo primero que hice fue tomar su mano y apretarla, mi sonrisa era casi aterradora, pero completamente sincera.

Entonces sus ojos de cocodrilo me observaron. Mi sonrisa decayó y mi mano dejó de apretar. Su mirada era... perdida. Como si no estuviera aquí realmente, como si... como si no me reconociera. Mi corazón dejó de latir, sentí un mareo terrible y mis ojos se llenaron de lágrimas cuando ella quitó su mano de las mías y comenzó a preguntarme quién era. Sentí que cada una de mis esperanzas era pisoteada y tirada a un basurero; mi corazón dolía tremendamente y, te lo digo, era mucho peor que cualquier dolor físico que haya experimentado antes. Y aumentó cuando ella comenzó a gritar, rogando que me sacaran de la habitación; tu madre entró y me detuve a escuchar con más atención: la que gritaba tan desesperadamente era yo.

"¡No! ¡Ella no! ¡Abue, abue, soy yo! ¡Soy yo!"

Mis recuerdos son borrosos gracias a las lágrimas que salían a borbotones y al tranquilizante que debieron inyectarme, cual caballo salvaje. Sólo quería que me recordara, ¿cómo te sentirías al ver que esa persona que amas tanto no te recuerda? ¿que esa persona, la única en la que realmente confías, no sabe quién eres? Como la mierda, Elliot. Sientes como si ya no hubiera nadie por quién vivir, pues la única razón de tu existencia ya te ha olvidado. Sophia intentó calmarme, el tranquilizante no estaba haciendo ningún efecto en mí; me dijo algo que me dejó devastada: mi abuela sufre de alzheimer. Algo común en gente de su edad, según tu madre. Trató de consolarme y hacer todas esas cosas que los doctores hacen cuando te acaban de dar una mala noticia, lo que yo no sabía era que venía otra luego de esa: mi abuela estaba deshauciada.

Morirá, Finn, y pronto. Eso fue mucho peor, de hecho, terminé por desmayarme. Acabo de despertar en una camilla, con una bata de hospital puesta y con tu madre observándome desde el final del lugar. Debía quedarme en observación, había tenido un colapso de estrés y un ataque de pánico, ambos al mismo tiempo, y digamos que no es algo de verdad bueno.

Así que sí, mi vida ha vuelto a ser un caos, ha vuelto a ser una mierda. El destino me odia, desea quitarme todo lo bueno que me ha pasado y tengo miedo. Tanto, Finn, de que tú también te vayas, de que ya nadie me quiera tener cerca. Al parecer mi misión en esta vida es estar sola, después de todo, me ha ido bien en eso hasta ahora.

Por alguna razón ya no he vuelto a llorar, y para qué hacerlo, si de todos modos, no arreglará nada. Tu madre me dio otro diagnóstico médico: estaba en shock. Aún no proceso las noticias que me han dado porque mi cerebro no las asimila en un acto de autodefensa, blá, blá, blá.

Pero no he dejado de pensar que todos los que quiero se van de alguna u otra manera. Y deseo dejar de quererte, Finn, porque te juro que no aguantaría que te fueras. Ya no aguantaría más. He tenido suficiente durante estos diecisiete años y lo que menos quiero es más pérdidas, pero no tiene sentido alguno, ¿verdad?

Porque, ¿Cómo es posible perder algo que nunca tuve?

Es estúpido, lo sé. Y también sé que deberías dejar de leer cartas de una lunática con muchos problemas que te adora inmensamente. No es saludable para ti.

Y tú, aunque no lo creas, eres lo único saludable que conservo en mi desequilibrada y problemática vida.

Devastada y en shock,

-A.

Anonymous. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora