Capítulo 5

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(Aileen, 15 años)

Estoy de nuevo en el bosque, pero ya no queda ningún rastro de la lluvia torrencial que me abordó esta tarde. El cielo está oscuro, aunque gracias a los primeros rayos del alba soy capaz de deducir que no debe faltar mucho para que amanezca, todavía puedo vislumbrar algunas estrellas en el firmamento y las luciérnagas giran en el aire con movimientos caprichosos.

Doy un paso y puedo notar el suelo húmedo, rugoso y blando, advierto que estoy descalza, nunca tendría la sensibilidad necesaria para saber a ciencia cierta de qué se forma el suelo bajo mis pies. Camino descalza por el bosque, sin rumbo fijo y haciendo crujir las ramas caídas con la oposición de mi peso. A medida que avanzo, las luciérnagas se congregan a mi alrededor, iluminando fielmente mi camino.

Cada vez me acerco más al río, el agua fría acaricia cuidadosamente mis pies y, como atraída por un ente extraño, me introduzco más y más en la masa de agua. En un determinado momento dejo de tocar el lecho del río, pero incontrolablemente yo sigo mi paso. Sin razón alguna dejo de nadar, estoy en mitad del río, justo en la parte más profunda. Todo mi cuerpo sufre una ráfaga de pinchazos causados por el agua helada y, a continuación me sumerjo involuntariamente hacia el interior del río, me hundo sin control alguno, mi cuerpo ha dejado de responder a los movimientos que le impongo hace un rato y me quedo en una suspensión infinita. Mis pulmones empiezan a arder y sé que necesito aire limpio urgentemente, sin embargo, no soy capaz de realizar ningún movimiento, como si estuviera congelada. Expulso el aire residual de mis pulmones, ya no puedo respirar; esto ya no es un paisaje idílico, me estoy ahogando.

Me he rendido, sigo sin poder moverme y mis extremidades se han entumecido.

Sin previo aviso una piel cálida roza mis dedos para luego aferrarlos fuertemente y tomar mis manos en un intento de elevarme, pero me siento pesada. Abro los ojos para averiguar quién tira de mí, pero veo todo difuminado.

Me despierto en mi cama con el corazón en la boca y la respiración entrecortada a punto de ser nula. Este es el sueño más intenso que he tenido nunca, todo se sentía tan real. Miro el despertador un poco más calmada, falta menos de cuarto de hora para levantarme a mi hora habitual, así que aprovecho esos minutos de descuento para tranquilizarme. Ese bosque tiene una influencia extraña en mí, por el día es precioso, y siento una tremenda necesidad de reflejar esa hermosura en cualquier parte para que quede constancia de ella, pero en mi pesadilla, nublaba mis sentidos hasta el ahogo, a menos que la mano salvadora decidiera ayudarme. Es como si mi vida estuviera ligada a ese bosque.

Aparto esa idea de mi mente en un intento de volver a la normalidad, pero es indudablemente un intento fallido, puesto que la alarma del despertador vuelve a acelerar mis pulsaciones.

-Mi corazón debe de estar a punto de sufrir un infarto -pienso con humor- o por lo menos debe de faltarle poco si la mañana sigue este ritmo.

Río descaradamente ante mi propio comentario y apago finalmente la alarma que todavía sigue emitiendo un sonido repetitivo. Me levanto de la cama, aún somnolienta; me dispongo a la difícil (aunque rutinaria) tarea de elegir mi vestimenta. Al final me decanto por unos vaqueros negros y una camisa de cuadros; normalmente, suelo dejar preparada ya la ropa para el día siguiente, y así poder evitarme elegir la ropa por la mañana cuando mi cabeza todavía está embotada por el sueño, pero por lo visto, ayer estaba demasiado agotada como para otra cosa que no fuera dormir.
Cuando ya estoy preparada, avanzo hasta la puerta de mi habitación, sin embargo, nada más llegar al umbral, me detengo y cambio mi rumbo; me acerco a mi escritorio, había olvidado coger el trébol de cuatro hojas que siempre llevo. Me lo meto en el bolsillo.

Bajo las escaleras con rapidez, llegar tarde ya es una rutina, pero no puedo descuidarme demasiado si no quiero que el profesor me deje fuera de clase. Al llegar al último escalón algo llama mi atención, no se oye la radio de mi padre; entro en la cocina y encuentro una nota:

Aileen, hoy he salido antes, tengo una reunión a primera hora y no podía llegar tarde. Espero que lo entiendas, intentaré llegar antes hoy, pero ya sabes que no prometo nada.
Tu padre
P.D.: ¿Podrías intentar (aunque solo sea por una vez) llegar a tiempo?

Hice una mueca ante la nota de mi padre, él era consciente de mi tardanza para ir al instituto, pero no me gustaba que me lo recordara. Me senté en la mesa alargada de la cocina y tomé el desayuno que amablemente había hecho mi padre. Cuando terminé, comenzó la carrera que era prepararme; me lavé la cara, cepillé mis dientes, peiné mi pelo y me eché un poco de colonia, listo unos ocho minutos en total. Me dirijo a la entrada y me calzo unos botines negros, los zapatos más sencillos y rápidos de poner; cargo mi mochila a la espalda y salgo cerrando con llave la puerta principal.

Comienzo a andar con el sol de frente, provocando que los destellos no me dejen ver bien, aparto mi mirada y acelero el paso; por lo menos hoy me ha dado tiempo a desayunar en condiciones, ¡algo es algo! Llego a la parada del autobús, la calle está desierta y miro rápidamente mi reloj para asegurarme de que no es muy tarde; me sorprendo a mí misma, he llegado cinco minutos antes de lo normal, debe de ser mi récord. Se oye en la distancia a un coche intentado arrancar, prueba una, dos, tres veces, quien quiera que sea está a punto de tirar la toalla, pero lo intenta una vez más y a la cuarta se pone en marcha, no pasa mucho tiempo hasta que atraviesa a toda velocidad la calle en la que estoy. Miro de nuevo el comienzo de la calle, está en una intersección poco transitada, me estoy empezando a impacientar cuando al inicio de la calle se atisba un autobús color mostaza.

Subo en él y dedico una media sonrisa al conductor, solo por ser amable, nunca se sabe cuándo vas a necesitar que el autobús te espere un poco para subir; él me devuelve una sonrisa sincera. No sé desde cuando tengo esta clase de detalles con la gente que me rodea, supongo que siempre he pensado que hay que ser educada con todo el mundo (exceptuando a la gente que está decidida a amargarte el día, como por ejemplo: la diva de turno). Me siento en la zona media del autobús; creo que ya le ha quedado claro a todo el mundo que ése es mi asiento, aunque nunca me fío, no soy nadie para reclamar nada y mucho menos para encarar a alguien en defensa del asiento, así que siempre vivo con la duda.

Enciendo mi MP3 y dejo que elija aleatoriamente las canciones, por la mañana no soy capaz de pensar razonadamente una lista de reproducción en condiciones. El autobús vuelve a parar otra vez, y tan solo hecho un vistazo para ver quién es porque una brisa fría se ha colado en el autobús.

Un chico alto, de pelo castaño casi negro, con unos ojos profundos azules, del tipo de azul congelado... como si fuesen de hielo, pero de mirada perdida. Identifico quién es, el chico que me observaba ayer, o por lo menos eso fue lo que me pareció; se sentó con parsimonia unos asientos más atrás y entonces el MP3 con irónica coincidencia eligió una nueva canción.

[Nowhere Man-The Beatles]

(He's a real nowhere man, sitting in his nowhere land )

Le miré disimuladamente, se había sentado solo al igual que yo.

(Making all his nowhere plans for nobody )

Había sacado el móvil y parecía que escribía a alguien, a lo mejor solo estaba mirando algo de los deberes (los cuales puede que no hubiera hecho).

(Doesn't have a point of view, knows not where he' s going to )

Rechazo mi espléndida teoría cuando empieza a mirar por la ventana, observando el paisaje solitario, aún con el móvil en las manos.

(Isn't he a bit like you and me? )

Cambia momentáneamente de opinión y conecta unos cascos al móvil, está escuchando música al igual que yo.

(Nowhere man please listen, you don't know what you're missing )

Tiene una mirada melancólica, o tal vez solo sea el sueño mañanero.

(Nowhere man, the world is at your command! )

Empieza a marcar un ritmo pegadizo casi inaudible con el pie.

Aparto mi mirada, no le conozco de nada y casi me he inventado su vida. Puede que en realidad las personas veamos en los demás el reflejo de nuestros pensamientos.


El Camino del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora