Capítulo 7

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(Aileen, 15 años)

Quince minutos.

Es todo lo que tardaba el autobús en llegar a la parada del instituto, ahora había que añadirle los cinco minutos que tardaba yo en coger los libros de matemáticas de mi taquilla; y eso era exactamente lo que debería estar haciendo si no estuviera sorteando el tumulto de gente que ocupaba el pasillo principal. El mismo pasillo que debía tomar para llegar a mi taquilla a menos que entrase por la puerta del ala norte, la cual estaba demasiado lejos de la parada de autobús, o que pasara por la puerta del ala sureste, en la cual había una pelea entre dos chicos de último curso.

Una chica me empuja y por instinto le dedico una mueca de desagrado, avanzo a trompicones hasta llegar a una intersección.

-Que se le va a hacer, habrá que dar un rodeo -pienso.

Me cuesta llegar a mi clase, pero lo consigo con el tiempo justo. Mi asiento no es uno de los mejores, por no decir que es el peor; no por la distancia o la gente de la que estaba rodeada, de hecho esos factores no son tan importantes. Mi sitio tiene un sencillo inconveniente: está justo detrás de una columna, y por si fuera poco a la izquierda hay una pared. Esto lo convierte en un lugar de visión casi nula y usualmente asfixiante, además de que los profesores no te quitan el ojo de encima porque piensan que al estar tan tapada podría estar escribiendo notitas. Nada más lejos de la realidad.

El profesor entra con aire melancólico, no es algo anormal verle así; al principio pensé que estaba deprimido y por eso tenía ese semblante desvaído, pero no era así. Andrew Blythe fue el nombre con el que se presentó ante nosotros el primer día de clase, y desde entonces sigo sin tener un adjetivo que le describa. Hay algo en él que me recuerda a los vestigios de la década de los 80, tampoco tengo una explicación para tener esa intuición, a lo mejor se debe a sus camisas anchas de cuadros; el caso es que cualquiera podría decir que no era una persona cualquiera.

Andrew cruza la clase para llegar hasta la pizarra y echa una mirada periférica a todos los alumnos, hasta que su mirada recae en mí. Todos los demás están hablando con sus amigos y no le dan mucha importancia al profesor. Andrew se acerca hasta mi sitio y con una sonrisa amigable me pregunta:

-¿Qué dimos el otro día?

-Nos explicaste los productos notables -respondo girando el cuaderno para que le eche un vistazo a la teoría que nos explicó el otro día.

Él vuelve de nuevo a la pizarra y empieza a escribir con una caligrafía pulcra una serie de ecuaciones y cosas por el estilo. Siempre es la misma rutina desde que empezó el curso y Andrew se dio cuenta de que era la única con interés en la clase: él entra con aire cansado en la clase, deja sus libros sobre la mesa, se acerca a mí y me pregunta qué fue lo último que dimos, luego empieza a escribir en la pizarra o dicta la teoría para luego hacer algunos ejercicios. Siempre la misma cómoda y afectiva rutina.

La clase se me pasa rapidísimo, y no me avergüenza afirmar que en parte se debe a que me gusta la clase de matemáticas; antes me parecía una materia carente de sentido, pero poco a poco y con la ayuda de los apuntes de Andrew he mejorado bastante.

Camino por el pasillo en dirección a mi taquilla cuando una chica, algo desorientada, me aborda sin posibilidad de escapar.

-Perdona, ¿no sabrás dónde está la taquilla número 249?-dice mientras me mira de una forma... conocida, yo también miré así una vez, y la cosa no me salió tan bien como sé que le va a salir a ella.

-Sí, creo que tengo una idea de por dónde puede estar. -le digo al mismo tiempo que noto que he sonado un poco borde, venga puedes hacerlo mejor, intenta ser amable- Si quieres puedo llevarte hasta donde está.

Ya está, no era tan complicado. El único problema es que ahora tengo a una novata a mis espaldas y eso llama la atención, llama demasiado la atención. Solo espero que a la humanidad le importen más sus cosas durante un rato que yo.

-Vale -dice ella relajando los hombros, obviamente aliviada.

Comienzo a andar hacia la zona donde están las taquillas 200 a la 250, seguida por la chica de la cual todavía desconozco el nombre. No soy lo que se dice un modelo de compañerismo, pero tampoco es por falta de amabilidad (bueno un poco sí) sino por exceso de timidez. Un ruido repetitivo me saca de mis pensamientos, es casi tan acompasado como un taconeo. Miro a mi alrededor, nadie lleva tacones. Echo una ojeada a la chica, que me sigue con dificultad por la rapidez con la que ando, observo sus zapatos, son de charol y de un color extravagante parecido al vino burdeos, apostaría lo que fuera a que sus zapatos son los que realizan el incesante taconeo.

La chica avanza un poco y se coloca a mi altura cuando yo empiezo a subir las escaleras.

-Y... hem...-no le he dado buena impresión, está dudando demasiado en hablarme- ¿en qué curso estás?

-En tercero-le suelto sin pensar, pero ella reacciona bien porque ahora está sonriendo.

-Yo acabo de llegar del instituto francés, donde acababa de terminar cuarto para empezar tercero, creo que por eso han pasado de la burocracia y me han puesto directamente en tercero -dice ella con un atisbo de duda por saber si la estoy pillando la diferencia de cursos, es en estos casos en los que doy gracias a la profe de francés por explicarnos su sistema educativo que va justo al contrario que el nuestro.

-Pues menos mal que no te han hecho repetir-comento yo mientras giro hacia otro pasillo, ya casi estamos, y tan solo hemos tardado dos minutos, me quedan tres para ir a mi taquilla y a la siguiente clase.

-Pues sí -responde ella sin saber muy bien cómo evitar volver a ese silencio incómodo- Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Aileen ¿y tú?-le respondo, supongo que si no quiero pasarme todo el curso marginada tendré que relacionarme de alguna manera, ¿quién mejor que ella para empezar?

-Leena -responde.

-Pues Leena tu taquilla está justo...-hago una pausa para que dé los tres pasos que nos separan- aquí.

Ríe brevemente y acabo riendo con ella.

-Bueno, gracias por traerme -me dice introduciendo su despedida tímidamente.

-De nada, hasta otra.

-¡Espera!-me llama cuando estoy a punto de dar media vuelta para irme a mi taquilla- ¿Sabes dónde está la clase de Historia?

-Claro, espérame aquí, tengo que ir a por mis libros. Enseguida vuelvo -le digo.

Me echo a correr parando varias veces por la cantidad de gente que hay en el pasillo, doy gracias al cielo porque nuestras taquillas no estén tan lejos como parecen. Cojo mis libros de historia dejando desordenada mi taquilla, ni siquiera me he preocupado por cerrarla bien, en fin...Corro hacia donde dejé a Leena y me tranquilizo al verla en la distancia, me saluda con la mano disimuladamente.

Para bien o para mal, presiento que hoy Leena y yo vamos a pasar mucho tiempo juntas.








El Camino del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora