Gris

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—Hola, Tom —me saluda Ki Hong cuando entro al restaurante. En su cara está esa típica sonrisa alegre que empequeñece sus ojos, y debo reconocer que me fastidia un poco el verlo tan feliz mientras yo estoy hecho un desastre.

—Hola —contesto, bosquejando una débil sonrisa. Luego sigo mi camino hasta el lugar donde solo entra personal autorizado.

Saco mi uniforme de la mochila antes de guardarla en mi casillero y mientras hago esto, veo a Ki a través de mi visión periférica.

—Oye, ¿pasa algo?

—Pasa de todo —digo con una sonrisa irónica y cierro el casillero para dirigirme a los baños junto a él.

—¿Dylan?

—No sé qué hacer, Ki. De verdad no sé qué más puedo hacer para ayudarlo —replico desanimado.

Llegamos al baño y me quito la camiseta, reemplazándola por una camisa de tela blanca que es parte de mi uniforme. Me da igual si Ki Hong está presente, porque somos amigos cercanos; el cambiarme de ropa en el baño tiene qué ver mucho más con el pudor, ya que llevo casi un año trabajando aquí y no confío en nadie más que el chico asiático que está frente a mí.

—Pero ¿es adicto? —Suspiro al terminar de abotonar mi pantalón y comienzo a doblar los jeans y camiseta, sosteniendo las dos prendas en mi antebrazo derecho.

—Creo que sí. No es solo hierba, sé que hay más cosas que consume y esconde de mí. ¿Recuerdas que hace un mes te comenté sobre esas pastillas que encontré en su mochila? Era una cantidad enorme de cajas y ahora desaparecieron todas, ayer me di cuenta. —Ki Hong asiente y me observa atento—. ¿Qué pasa si... si también es adicto a la cocaína? La heroína, no lo sé. Hay tantas drogas que puedes probar y nunca escapar de ellas.

—Tienes que hablarlo con él —dice—, ¿le preguntaste sobre esas pastillas?

—Sí, ayer, pero me dijo que no eran suyas y no insistí demasiado. No me gusta pelear todo los días, así que prefiero no irritarlo mucho. —Exhalo profundamente y me apoyo en la pared más cercana. Ki se cruza de brazos; tiene una expresión compasiva en su rostro, dispuesto a escucharme todo lo necesario—. Lo peor es que si no puede pasar un día sin fumar esa mierda, imagina sin qué otras cosas no puede vivir. Ayer gastó su sueldo en vaya a saber qué. De seguro drogas que su buen amigo Will le ofrece.

—¿Su sueldo? Espera, ¿cuánto le pagan? —pregunta sorprendido.

—1.100 dólares al mes. Siquiera se me ocurre en qué pudo haber desperdiciado todo el dinero en una sola noche.

—Es imposible... 1.100 dólares...

—Lo sé, pero lo hizo. Le pagaron ayer y se supone que él se encargaría de comprar comida y otras cosas, y yo pagaría la renta, aunque ahora no sé qué mierda haré... —Me paso una mano por el rostro y exhalo con cansancio, sintiendo un desasosiego absoluto que crece y crece dentro de mi pecho. Las lágrimas se acumulan en mis ojos y hay una escasez de oxígeno en mis pulmones, como también se vuelve mucho más difícil hablar—. C-Cuando le pague al dueño, no sobrará mucho dinero para lo demás y... y no sé qué hacer con Dyl porque quiero ayudarlo, y él no...

Entonces, todo se mezcla. La rabia, el temor, la preocupación y la pena se convierten en un solo nudo dentro de mi garganta. Siento una fuerte presión en mi pecho, tal como si algún tipo de peso inmenso estuviera sobre este y no me permitiera respirar de forma normal. La piel de mis mejillas se humedece con tibias lágrimas, una tras otra cayendo; algunas llegan hasta mi barbilla, otras, mi nariz, y la mayoría toca mi boca, causando el desagradable sabor salado en mis papilas gustativas al relamerme los labios. Intento mantener la calma, tomando grandes bocanadas de aire al cerrar los ojos y recargando la cabeza en la fría muralla de cerámica.

Colors ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora