Lila

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Me despierto por la mañana y todo parece estar en calma. Los rayos de sol entran a través de la ventana, hace calor dentro de la habitación y me doy cuenta de que tengo mechones de cabello pegados a la frente gracias al sudor en mi rostro. Quito las sábanas de mi cuerpo, sintiendo frescura por unos cuantos segundos, y observo el techo, analizando ciertas manchas y la pintura blanca algo descascarillada. Al ver la hora, me doy cuenta de que aún es muy temprano y podría aprovechar de dormir unos 45 minutos más, sin embargo, hay muchos motivos que me lo impiden: el calor, un dolor de cabeza similar a un martilleo, el saber que tendré que levantarme y enfrentar un nuevo día y, por último pero no menos importante, Dylan.

—Dylan —le hablo mientras me giro, quedando frente a él. Sigue recostado en la misma posición de anoche, su está boca entreabierta, hay un poco de saliva cayendo de ella, y su respiración es acompasada —. Dyl, despierta.

Ni un movimiento. Frunzo el ceño y es como si una diminuta alarma se encendiera en algún lugar de mi cerebro.

—Dylan —lo vuelvo a llamar en un volumen mucho más alto, pero no obtengo respuesta.

Dylan nunca ha sido alguien de tener el sueño pesado y después de un par de llamadas o unos cuantos movimientos, suele despertar. Esta vez es la excepción. Me pongo de pie y rodeo la cama, encontrándome del otro lado con algo que no noté anoche debido a la escasez de luz y porque los objetos estuvieron en el suelo todo el tiempo, el colchón escondiéndolos de mi vista: una botella de whisky barato y pastillas coloridas, la mayoría blancas y azules, desparramadas en el piso. Hay un frasco pequeño, transparente y de color castaño cerca de la mesa de noche, ladeado y abierto con píldoras blancas dentro y fuera de él. Tomo la botella, viendo que el licor restante es menos de la mitad, y luego recojo el frasco, leyendo una etiqueta que me indica que son pastillas para dormir.

—¡Dylan! ¡Despierta! —exclamo exasperado y lanzo el frasco lejos, causando que las diminutas pildoras salten y reboten hacia un sinfín de direcciones. Sé que se encuentra relativamente bien, pero no puedo evitar sentir miedo y también rabia, pensando en cada desenlace posible.

Veo cómo su cuerpo se mueve, sus piernas estirándose con lentitud y su cuerpo cambiando de posición a la vez que sonoros quejidos salen de su boca. Es un alivio saber que está bien, que no sucedió algo malo, pero también es el enojo, ese fuerte sentimiento, el que brota y rebosa en mi ser. Con la ira en su punto más alto, tiro hacia la pared más cercana la botella de licor y la veo convertirse en mil trozos de vidrio y líquido ámbar que se esparce por el piso, y mancha las murallas. Mis ojos comienzan a arder, advirtiéndome sobre las lágrimas que se aproximan, y Dylan se sienta en la cama en un parpadeo; luce muy despierto, sus ojos están abiertos como platos y mantiene la mirada fija en mí.

—¿Q-qué? —tartamudea con voz ronca y muevo mi cabeza en forma de negación, cerrando los ojos y deseando que la situación cambie al abrirlos—. Thomas, qué... ¿Qué mierda pasó aquí?

—Eso te lo debería preguntar yo, ¿no crees? —espeto y contengo un sollozo, inhalando profundamente y cerrando los ojos una vez más— ¿Qué significa esto, Dylan? ¿Pastillas? ¿Alcohol?

—¡Oh, vamos! —contesta en un tono relajado mientras se frota los ojos y  pasa sus dedos por su cabellera— Me estaba entreteniendo, nada más. Ayer no estabas, me aburrí y... No es nada.

—¿No es nada? —replico, mi voz débil quebrándose con cada palabra— Por un segundo creí que te perdí. Por un segundo, Dylan. ¿Para ti eso no es nada?

—Tommy, no seas exagerado. Solo...

—¡Siempre me dices lo mismo! ¡Creí que estabas inconsciente! ¿Piensas que es algo lindo despertar al lado de tu novio y ver que no despierta con nada? Y para rematar, encuentro unas malditas pastillas y whisky en el piso —bramo, mi respiración agitada y mis manos empuñadas con vigor.

Colors ↠ dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora