II

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En otro momento del espacio y el tiempo, una estrella brillaba con el característico tono azulado de las estrellas jóvenes. Como otras estrellas de su edad, su destino era seguir brillando durante millones y millones de años, cambiando su tonalidad primero hacia tonos amarillentos, y más adelante, cuando sus reservas de combustible se estuvieran agotando y fuera tornándose más y más fría, hacia el rojo.

Sin embargo, esta estrella estaba viviendo sus últimas horas de vida. Su verdugo esperaba pacientemente, a una distancia prudencial.

La SS Madame de Pompadour, con la característica forma de C angulosa de las naves generadoras de energía, hacía girar los gigantes aspiradores de sus extremos, absorbiendo la materia oscura del universo para procesarla. En su momento, había sido dañada por una tormenta de iones en el cúmulo Dagmar, y su tripulación exterminada por los androides de reparación, encargados de mantener la nave en funcionamiento a cualquier coste. Finalmente acabó flotando sin rumbo cuando éstos fueron desactivados.

La nave había sido abordada y puesta de nuevo en funcionamiento para una nueva misión, quizás la última. Su nueva tripulación era mucho más reducida que la que había tenido en sus tiempos de gloria: solamente dos personas. Un hombre y una mujer eran ahora los únicos seres vivos en el interior de la nave.

Uno de ellos se hallaba en el compartimento de carga de babor, todavía en la nave que había utilizado para abordar la SS Madame de Pompadour. Con su perenne aspecto exterior de cabina de policía inglesa de los años 60, la TARDIS reposaba, completamente ajena al torrente de actividad que bullía en su interior. La décima encarnación del Doctor, una figura delgada, de facciones angulosas enfatizadas por un cabello en punta y un ceño que fruncía constantemente en los momentos de concentración, no paraba de moverse tocando controles, revisando consolas de datos, o jugueteando incesantemente con unas gafas que sacaba de su traje marrón para ponérselas, quitárselas, y volverlas a guardar de nuevo, en una especie de danza sin fin.

Su acompañante, una chica menuda de cabello largo y oscuro y facciones gatunas, con grandes ojos, mejillas redondas, y una casi perenne media sonrisa, se encontraba fuera de la TARDIS, ajena a todo ese bullicio. Controlaba los procesos de absorción de materia oscura en una sala de control anexa a la zona de carga. Pulsaba botones, ajustaba diales, revisaba el correcto desarrollo de todas las operaciones, y ocasionalmente tomaba notas en una libreta electrónica que sacaba de su mono de trabajo de colores oscuros y un poco ancho para su talla. Su índice de actividad era parecido al del Doctor, aunque su actitud y semblante eran, a ojos de cualquier observador, infinitamente más relajados.

– ¿Cómo vamos con la absorción de materia oscura? – se escuchó la voz del Doctor a través de los altavoces de la sala de control.

– Por ahora sin problemas – contestó ella con un tono de gran seguridad –. ¿Sabes? No esperaba encontrarme una nave tan antigua; por suerte, los controles han seguido un patrón estándar. En estos momentos tenemos los tanques al ochenta por ciento; en unos minutos podremos detener los aspiradores.

– Perfecto. Todavía necesito un poco más de tiempo para finalizar unos cálculos y todo estará listo.

– Y dime, Doctor... ¿Para qué necesitas toda esta materia oscura? Estamos en un extremo del universo, por aquí no hay nadie a quien puedas abastecer de energía o colocarles la materia sin procesar. ¿No te saldría más a cuenta vender esta nave como chatarra?

– No he venido a hacer negocios.

– ¿Entonces?

– Necesito esa energía para mí. Cuando los tanques estén llenos y tengamos los generadores funcionando a pleno rendimiento, voy a proyectar la energía a esta estrella que tenemos a media UA* de nosotros para hacerla arder y conseguir energía extra. No te preocupes por esta sobredosis, la TARDIS podrá absorber y canalizarlo todo sin problemas.

El Doctor Perdido (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora