XI

156 14 0
                                    

Habían estado tan preocupados por escapar que en ningún momento habían mirado atrás. En su loca carrera por salvar la vida habían dejado atrás a un compañero, y ahora sentían que ya era demasiado tarde.

Seguían igual, sentados en el suelo, con las espaldas apoyadas contra el armario que bloqueaba la puerta, pero sus caras tenían la mirada perdida mientras cundía el desánimo. Nunca se deja a un compañero atrás, y menos si es un compañero tan peligroso como el Amo; los doctores lo sabían, y esto los intranquilizaba aún más.

El silencio reinante en la sala no fue roto por ninguno de ellos, sino por una voz que sonó por la megafonía de la nave. Una voz que reconocieron al instante.

– ¿Hola? ¿Me escucha alguien? ¿Estáis todavía vivos? Bueno, tampoco importa mucho si habéis muerto ya... Chicos, chicos, chicos... Diría que ha sido un placer haberos visto, pero ya sabéis como soy, y la respuesta es un rotundo NO. Ahora estoy con mis nuevos amiguitos... Sí, esas esferas tan simpáticas están ahora de mi parte. Qué ironía, ¿verdad? Me habéis abandonado a mi suerte para que dieran cuenta de mí, pero esta suerte se ha girado en vuestra contra. Por mi parte, cuando este mensaje finalice me dirigiré a mi TARDIS para largarme de esta apestosa nave; tened en cuenta que en cuanto me marche, los Toclafane darán caza de vosotros, así que yo iría pensando en qué hacer en estos últimos minutos de vida. Disculpad si no me quedo más tiempo charlando con vosotros, pero tengo un universo al que someter y unos aliados muy interesantes. Por cierto, Doctor, Harold Saxon me gusta; gracias por la sugerencia. Hasta nunca, chicos...

Cuando el Amo cortó la comunicación volvió a producirse el silencio, que se prolongó todavía por un tiempo. Finalmente, fue el Doctor el primero en hablar.

– No podemos dejar que se marche.

– Ya es tarde; no podemos hacer nada... – contestó el Último Doctor.

– Pero... ¿Lo has oído? ¡Va a marcharse! ¡En una TARDIS! Nosotros estaremos encerrados en esta nave mientras él puede irse a cualquier punto del espacio y del tiempo.

– Lo sé, Doctor, lo sé...

– ¿Y no piensas hacer nada al respecto?

– ¡NO PUEDO HACER NADA AL RESPECTO! – gritó de repente, perdiendo la compostura.

El Doctor y Clara quedaron sorprendidos ante este ataque de ira; el Último Doctor fue consciente de ello, y prosiguió, tratando de recuperar la calma.

– Sé que para ti puede sonar confuso, pero, créeme... Tiene que pasar.

– Pero...

– No te preocupes, no irá muy lejos.

– ¡Pero tiene una TARDIS!

– ¡SÍ! ¡Tiene tu TARDIS!

– ¿QUÉ?

– Lo siento... – dijo mientras trataba de alterarse más – Bien, parece que voy a tener que hablar de tu futuro mucho más de lo que me gustaría... Su TARDIS es tu TARDIS. Te la robará y huirá con ella abandonándote a tu suerte.

– Como va a hacer ahora.

– Pues ahora que lo dices, sí, será algo parecido... La cuestión, Doctor, es que tú bloquearás las coordenadas de tu TARDIS antes que las puertas se cierren, inutilizándola. El Amo sólo puede viajar a dos puntos: el punto de origen y el de destino del viaje que habrás realizado cuando lo encuentres.

– ¿Yo hice eso? – preguntó el Doctor con una sonrisa de orgullo.

– Lo harás... Si salimos de esta. Ahora hay que buscar un plan de escape. Doctor, muéstranos el mapa de la nave.

El Doctor apuntó con su destornillador sónico y ante ellos apareció el esquema tantas veces visto, con tres puntos parpadeantes indicando dónde se encontraban ellos y un cuarto indicando la posición del Amo. El Doctor hizo unos ajustes en su destornillador y mostró también el mapa, que superpuso sobre el del Doctor; el suyo mostraba muchos más puntos parpadeantes, en un color distinto.

– ¿Los Toclafane? – preguntó Clara, señalando los nuevos puntos.

– Los mismos; no podía unir las dos señales en un mismo mapa, de ahí que necesite los dos. Bien, ¿qué vemos?

– Aquí está el Amo, probablemente dirigiéndose a su TARDIS – señaló el Doctor –. Parece que no está sólo.

– ¿Su guardia personal? – preguntó Clara.

– Posiblemente – respondió el Último Doctor –. La lástima es que no son tantos como me gustaría; dejará a la mayoría en la nave para que nos den caza.

– Fijaos en este otro grupo – dijo el Doctor –. ¿Eso no es...?

– El compartimento de carga de babor – respondió el Último Doctor –. Parece que van a impedir que subas a tu TARDIS.

– ¿Y la tuya?

– Ahora saldremos de dudas...

El Último Doctor siguió con la mirada los puntos que indicaban la posición del Amo y los Toclafane que lo acompañaban. Se encontraban en el compartimento de carga de estribor, allá donde también había dejado su TARDIS. Al cabo de unos instantes, la mayoría de esos puntos desaparecieron, quedando sólo unos cuantos que comenzaron a desplazarse por la nave.

– Parece que se han ido... Y que no la han encontrado – dijo aliviado el Último Doctor.

– Pero han dejado una especie de escuadrón de caza – añadió el Doctor –, más los que vigilan mi TARDIS.

– Podremos encargarnos de tu TARDIS desde la mía; al fin y al cabo son la misma... Hay que trazar un plan.

Volvió a manipular su destornillador sónico para dibujar un nuevo mapa, que superpuso de nuevo sobre el que proyectaba el Doctor.

– ¿Qué es este mapa? – preguntó Clara.

– Pasillos. Rutas alternativas. ¡Conductos de ventilación!

– ¿Quieres que nos metamos por ahí? – preguntó el Doctor.

– No; quiero que tú te metas por ahí, mientras Clara y yo llegamos a la TARDIS por una ruta alternativa; en caso de necesidad podemos crear una distracción que te permita seguir avanzando sin problemas.

– Parece un buen plan... Si no me atasco en algún punto. ¿Cabe la posibilidad de que alguno de esos seres se meta por ahí?

– Para eso tendrían que perforar alguna rejilla. No creo que se les ocurra, así que lo más seguro es que se dediquen a patrullar los pasillos. Igualmente, procura no hacer mucho ruido.

– ¿Arrastrándome por una superficie metálica? Será complicado...

– Ahí ya no puedo ayudarte, Doctor... Ahora tenemos que buscar una vía de entrada.

No tardaron mucho en encontrar una en la misma habitación. A ras de suelo, una rejilla daba a un túnel estrecho por el que apenas podía pasar una persona. Desmontaron la rejilla y el Doctor entró a desgana, para volver a montarla una vez estuvo dentro.

– Doctor, tienes en tu destornillador el mapa de los conductos. No uses el comunicador si no es estrictamente necesario, ¿de acuerdo? Cuando llegues al compartimento de carga de estribor, házmelo saber

– ¿Y si por el camino me encuentro con alguno de esos bichos?

– Entonces grita tan fuerte como puedas.

– Gracias por el consejo... Será de mucha ayuda.

– Buena suerte, Doctor... Mantente con vida.

– Igualmente, Doctor. Bien, vamos allá... Allons-y!



El Doctor Perdido (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora