III

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El viaje resultó ser más movido de lo que el Doctor había previsto en un principio. Las luces de la sala de control no dejaron de parpadear hasta quedar casi a oscuras, y se sucedieron algunas explosiones en el interior de la TARDIS, aunque ninguna de ellas especialmente dañina. El Doctor y Clara tampoco resultaron muy magullados, aunque tuvieron que cogerse fuerte de la consola central y agazaparse para no salir disparados.

Al fin, se hizo la quietud. Las luces de la sala comenzaron a estabilizarse lentamente, los pequeños incendios se fueron apagando, el humo de la sala comenzó a disiparse, y el Doctor y Clara pudieron incorporarse sin miedo a saltar por los aires.

– ¿Te encuentras bien? – preguntó el Doctor.

– Un poco mareada, pero sobreviviré...

– La TARDIS parece un poco dañada; creo que tendremos que permanecer unas horas aquí mientras se repara.

– ¿Qué ha pasado, Doctor?

– No lo sé... Quizás el flujo de energía ha sido demasiado fuerte y la TARDIS ha decidido escapar para evitar males mayores.

– Hablas de tu nave como si fuera un ser vivo.

– Hace cosas raras. ¿Sabes? En ocasiones tengo la sensación de que es ella quien decide a donde voy a ir... Lo que me lleva a pensar que aún no tengo ni idea de dónde estamos en estos momentos.

– Voy a echar una ojeada.

– Yo miro unas cosas y enseguida estoy contigo; no te alejes mucho.

– Tranquilo, Doctor. Abriré la puerta, daré algún que otro paso, miraré un poco... Ya sabes, lo clásico.

Mientras Clara abría la puerta de la TARDIS y se encaminaba al exterior, el Doctor examinó brevemente la consola central; lo que vio le pareció desconcertante, pero no hizo ningún comentario al respecto.

– Doctor – dijo Clara, llamándolo desde el exterior de la TARDIS –, estamos en el mismo sitio.

– No puede ser... – contestó mientras se dirigía rápidamente a la puerta y salía al exterior – Es...

Como si nada hubiera sucedido, la TARDIS reposaba en el mismo sitio donde el Doctor la había dejado. Reacio a aceptar esta sensación de normalidad, sacó su destornillador sónico, apuntó hacia adelante, y comenzó a girar sobre sí mismo mientras analizaba el lugar.

– ¿Ocurre algo, Doctor?

– No lo sé... Esto no debería haber pasado. ¿Dónde estamos? ¿Dónde estamos?

– ¿Todavía no te has dado cuenta, Doctor?

El Doctor y Clara se giraron instintivamente hacia el origen de la voz. En el otro extremo de la sala había una puerta abierta, y apoyado en el marco se encontraba un hombre que los observaba. Una figura delgada vestida completamente de negro, con una levita de terciopelo y unos guantes de piel que le daban un cierto aspecto de enterrador, o de un vampiro de la literatura clásica.

El desconocido comenzó a avanzar lentamente hacia ellos y el Doctor pudo fijarse más en su aspecto. Su cara no era especialmente angulosa, pero el largo cabello peinado hacia atrás provocaba la sensación de una cabeza más estrecha de la que poseía. Por sus facciones, se diría que se trataba de un hombre de mediana edad, quizás incluso joven. Lo que sus ojos decían era todo lo contrario.

– ¿Sabes? – dijo el desconocido mientras se acercaba – Llevaba un buen rato preguntándome cuál sería la cara que pondrías al verme, aunque... Disculpa si sueno decepcionado, pero viendo tu expresión, creo que hubiera podido sobrevivir sin saberlo. Me alegro de volver a verte, Clara – dijo, desviando la mirada hacia ella, volviendo después al Doctor para inclinar la cabeza en un saludo –. Doctor...

El Doctor observó al desconocido con perplejidad. Se fue acercando lentamente, como temeroso de algún peligro, mientras lo escrutaba con la mirada en busca de algún indicio que validara o negara las ideas que discurrían por su cabeza. Finalmente se dio por vencido, su boca dibujó algo que pareció una media sonrisa, y devolvió el saludo.

– Hola... ¿Yo?


El Doctor Perdido (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora