IV

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Pese a haber llegado a una conclusión, las dudas seguían filtrándose en la cabeza del Doctor. Dándose cuenta, el desconocido llevó una mano al interior de su levita y extrajo un objeto que alzó teatralmente mientras extendía la palma de la mano libre para dar más énfasis al momento. Le estaba mostrando su destornillador sónico.

El Doctor observó aquel objeto que tenía enfrente. Sacó el suyo y lo comparó con el que el desconocido le mostraba. Aun ignorando la identidad de aquel hombre, aquél era un destornillador sónico auténtico, lo que provocó que la media sonrisa que se dibujaba en su rostro mutara hacia una risa ronca, mientras que la expresión del desconocido seguía sin variar.

Clara había observado la escena desde una distancia prudencial, sin acabar de comprender lo que sucedía. Se acercó, quedando a media distancia de ambos doctores, mientras sus ojos iban de uno al otro tratando de encontrar alguna explicación.

– Perdonad, chicos, pero... ¿Me he perdido algo? ¿Podéis explicarme lo que sucede?

– Somos viajeros del tiempo, Clara – dijo el Doctor –. A veces suceden estas cosas.

– Nuestras líneas temporales se han cruzado – prosiguió el desconocido –. Soy una encarnación futura.

– ¿Quieres decir que eres...? – respondió Clara – ¿Eres él? Es decir... Si eres él, te veo... Eres distinto... ¿Acaso te has operado, o algo por el estilo?

– Algo por el estilo sería más correcto – dijo el Doctor –. Se ha regenerado. Es algo que los Señores del Tiempo hacemos cuando estamos a punto de morir.

– Nuestra manera particular de engañar a la muerte.

– ¿Señores del Tiempo? ¿Qué clase de trabajo es ese?

– No es un trabajo, Clara – contestó el Doctor –. Es nuestra raza.

– ¿Raza? ¿No sois...?

– No – dijo tajantemente el desconocido –. No somos humanos.

– ¿Eres el siguiente? – preguntó ahora el Doctor.

– No.

– ¿Cercano?

– Tampoco.

– ¿Entonces?

– ¿Importa cuantos han habido entre nosotros dos? Tú eres el décimo; por lo que a mí respecta, puedes considerarme el Último Doctor.

– Como quieras... De todas maneras, hay algo que no acaba de cuadrar. Cuando te he visto en la puerta era como si nos estuvieras esperando, y me has dicho que te preguntabas por la expresión que pondría al verte. Has recordado...

– Te has dado cuenta; sí, he tenido una sensación parecida al recuerdo.

– Eso es imposible; nunca recordamos un encuentro.

– Cierto, aunque... Creo que este encuentro tiene un elemento diferenciador que no ha existido en otras ocasiones – dijo mientras sus ojos se desviaban un instante hacia Clara –. Algo capaz de vulnerar la Ley del Punto Muerto.

– ¿Perdonad? ¿La ley de qué? – interrumpió Clara.

– Hace mucho tiempo – respondió el Último Doctor –, cuando los sabios de Gallifrey comenzaron a experimentar con los viajes en el tiempo, se dieron cuenta de la posibilidad de que la línea temporal de un viajero se entrecruzara, o dicho de otra manera, que el viajero se encontrara consigo mismo en otro momento de su existencia.

– Sí, bueno... Es lo que habéis explicado antes – contestó Clara.

– Exacto – prosiguió el Último Doctor –. Para prevenir esta situación se formuló la Ley del Punto Muerto, aunque hay gente que prefiere llamarla Ley del Olvido.

– El olvido es una medida de auto conservación – añadió el Doctor –. Imagina que supieras en cada momento qué es lo que sucederá a continuación; tarde o temprano esto te llevaría a un exceso de confianza, y probablemente, a cometer un error fatal.

– Por otro lado – dijo el Último Doctor, cogiendo el testigo de las explicaciones –, ¿te imaginas reviviendo episodios concretos de tu vida un número indeterminado de veces? Podrías acabar loco... Para eso se formuló esta ley.

– Cuando dos o más encarnaciones de uno mismo se cruzan se produce un bloqueo en las líneas temporales; un punto muerto, como ahora. Cuando las líneas temporales vuelven a separarse, todas las encarnaciones olvidan, salvo una; sólo recuerda el más anciano. Cuando todo esto finalice, olvidaré, y en un futuro volveré a vivir esto, aunque entonces yo seré él, y me encontraré conmigo, que ya no será el yo actual sino mi yo pasado...

– Raza extraterrestre, viajeros en el tiempo, encontrándoos con vosotros mismos... Chicos, sois una auténtica caja de sorpresas. ¿Nunca se os ha ocurrido quedar todos juntos para tomar algo, o celebrar los cumpleaños?

– Ya se ha hecho – respondió el Último Doctor, ante la mirada de sorpresa su antecesor.

– ¿QUÉ?

– Mi encarnación anterior tuvo la ocurrencia; digamos que era excéntrico incluso para nuestros cánones... Un día decidió que ya estaba bien que sólo nos encontráramos en situaciones de peligro, así que se puso a redactar invitaciones en papel azul TARDIS en las que indicaba unas coordenadas espaciotemporales, y las fue dejando en distintos momentos de sus anteriores encarnaciones, asegurándose de que las recibieran.

– ¿Y después?

– Pues pasó lo que tenía que pasar... ¿Ha habido algún Doctor que no se resista a un enigma? El punto de encuentro era un restaurante muy exclusivo del planeta Medianoche; para evitar problemas de equipaje, y dado que en total eran un número par, estableció que cada uno de los presentes llevaría un único regalo, que intercambiaría con otro comensal.

– Mmm... – mugió el Doctor en tono pensativo – ¿Así que de ahí salió esa larga bufanda de colores que tengo en el ropero?

– Y probablemente otros objetos que tengas sin identificar.

– Doctor, si me hubieras dicho que tenías una vida tan interesante – dijo Clara –, no te hubiera hecho falta contratarme; habría venido sin rechistar... Aunque no tenga ni idea de dónde estamos.

– Cierto. ¿Dónde...? – preguntó el Doctor, deteniéndose ante la mirada del Último Doctor, que le hizo darse cuenta de su error – No, espera... "Dónde" no es la pregunta correcta. Es "Cuándo"...

– Y tú ya conoces la respuesta. La TARDIS está dañada, pero sus sensores no están equivocados. La TARDIS nunca se equivoca... Aproximadamente, estamos en el año 100 trillones. Bienvenidos al fin del universo.


El Doctor Perdido (Doctor Who)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora