El tiempo me hizo ver que pese a la arrogancia natural de Beto, realmente era un gran amigo y un ser humano único. Sin embargo eso no quería decir que no dedicáramos gran parte de nuestra dinámica en pelear.
Siendo sincera, que el tarado me conociera tan bien me ponía de muy mal humor, y que yo lograra estresarlo con mis teorías conspiracionistas provocaba que Alberto me gritara exasperado en la cara. Claro está, a los pocos segundos volvíamos a reírnos el uno del otro y volvíamos a tener esa relación de amistad-bullying tan propia de nosotros. El resto de primer año pasó volando, entre conociendo a los nuevos profesores y mi empeño en hacerle ver a mi amiga Karla y a Beto que era posible vidas en otros planetas y que además en otras galaxias más desarrolladas que la nuestra se formaba un plan macabro para conquistar la Tierra. Ellos no compartían mis teorías pero al menos me dejaban hablar. Cuando llegaron las vacaciones para entrar a segundo año, mi papá me dio a elegir entre ir a la capital del país y visitar a sus amigos allá o quedarnos en nuestra casa e ir unos días al hospital en el estaba internada mi madre. La decisión no fue sencilla. Por un lado quería salir del pueblo y pasar tiempo con los amigos universitarios de mi papá; quienes eran lo suficientemente sarcásticos, alocados e inteligentes como para pasar tiempo con ellos y no aburrirme. Por el otro lado, el poder ver a mi mamá y abrazarla aunque ella no reaccionara entre nada y por mucho tiempo me hubiese abandonado, la seguía amando y quería pasar tiempo con ella. Para el momento en que me tocó decidir estaba tan enredada que tuve que llamar a una reunión de emergencia con mis dos mejores amigos para que me dieran su opinión. Por lo que tuve que suplicarle por días y días a mi papá, hasta que aceptó solo para que me callara.
El día que mis amigos llegaron para dormir en la sala de la casa, la misma estaba repleta de edredones, almohadas y cojines en el piso, mientras que en la mesa central se podía encontrar cualquier comida chatarra inimaginable, al igual que todo tipo de película. Estaba emocionada ante la expectativa de pasar toda la noche en vela con mis mejores amigos, pero a la vez me ponía nerviosa tener que ventilar mis dudas sobre mis planes vacacionales. A las cuatro de la tarde Beto y Karla entraron hechos una tormenta de gritos y más comida, provocando un alboroto de proporciones épicas que desencadenó una guerra de almohadas. Las risas, gritos e insultos inteligentes y todavía hoy, estoy segura que se escuchaban en toda la cuadra de la urbanización. Tal fue el desastre que mi papá bajó temeroso de que estuviésemos heridos, pero al ver que solo estábamos divirtiéndonos decidió participar. Al paso de unos minutos lanzó un grito de guerra de “todos contra el viejo” refiriéndose a su padre quien bajaba emocionado con un cojín en mano, para incluirlo. La guerra campal era tan ruidosa y divertida que llamó la atención de mi hermanita-prima, haciendo que la enana bajara corriendo en busca de participación. Al momento en que se unió bajamos la intensidad de nuestros golpes pero mantuvimos los gritos y las risas. Una hora después de haber comenzado oficialmente la pijamada todos terminamos tirados y esparramados en el suelo de la sala, tratando de recuperar el aliento entre los restos del ejercicio que habíamos realizado. Al calmarnos los tres mosqueteros, como nos llamaba la mamá de Karla, nos turnamos para cambiarnos dentro del baño del pasillo del piso de abajo y en cuanto estuvimos listos comenzamos hablar tonterías. De la nada Carolina se sentó en mis piernas, instalándose, buscando participar de la pijamada. Sin embargo, en vista de que éramos mayores que ella y que necesitábamos nuestro espacio, los adultos la sacaron de la sala. Carolina no lloró pero su desilusión fue tal que lo menos que pude hacer fue reunir la mayor cantidad de comida que ella pudiera digerir, entregársela y prometerle que veríamos una película juntas después de que mis amigos se fueran. Después de hecha esa promesa, el resto de mi familia subió y se mantuvo al margen por aproximadamente quince minutos, luego papá y el abuelo pasearon “disimuladamente” por nuestro territorio.
Para las doce de la noche decidí dejarme de tonterías e ir directamente al grano, la razón por la cual había organizado ésta reunión en primera instancia. Al contarles a mis amigos mi predicamento sus rostros se llenaron de incertidumbre. Derrotada cambié el tema pidiéndoles que escogiéramos una película para ver. Ellos se decidieron por una de acción y yo me escabullí a la cocina con la excusa de buscar más refrescos y otro embace de cotufas, cuando en realidad me quedé perdida en mis pensamientos, hasta que sentí que alguien entraba en la cocina. Al voltearme Alberto se estaba sentando a la encimera de mármol donde el abuelo hacia la pizza casera de fin de semana; iba a reclamarle para que bajara su sucio trasero del lugar para que no contaminara el sagrado espacio cuando él me dijo:
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Yo No Nací Para Ésto
Cerita PendekElla era su mejor amiga. Él era su pañuelo de lágrimas. Ambos comienzan una historia de amor que al parecer no tiene un final positivo... Pero como todo, los planes divinos no siempre se cumplen, y las voluntades son más fuertes que el destino.