|Pieza musical número tres|

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|Él|

«Music is for people who can't handle their own toughts.»
—Matthew Timothy Healy

El color de la obscuridad en una noche de destellos plateados, dentro de una habitación blanca, con muebles color chocolate, flores, velas, partituras regadas por todo el piso, y un piano, se quedaban en mi mente por horas hasta que él me sacaba de la sub-realidad de mis pensamientos elocuentes y me hacía ver la vida de una manera completamente diferente. Subjetivo.

Cierro los ojos, y recuerdo las dulces suites de Bach que Matthew tocaba mientras yo leía un libro y olíamos el olor a leña quemada sobre la habitación. Sus pulsos y sus respiraciones cada vez que cambiaba de nota en una misma pieza o sus sonrisas al oír el minúsculo sonido al yo cambiar la página de algún libro.

Era como una obra maestra. Escrita con una tinta y una pluma sumamente fina, con caligrafía perfecta y con un papel viejo y arrugado.

Al estar con él, era como ver las cosas desde un punto totalmente diferente. Ver al sol de color rojo, y ver a las nubes con destellos lilas.
Descubrir nuevos horizontes con una sola persona. Y de millones que hay en el mundo, una sola que te hiciera sentir lo que nadie pudiera hacer. Sentir que hay una nueva razón para enamorarse de esa persona cada día más, o tratar de encontrar un defecto en ella sin poder sin siquiera hallarlo.

Y es verdad. Yo me había enamorado de él. Así de sencillo, una afirmación simple, pero con mucho que dar.

Constantemente luchaba con la idea del por qué me hacía provocar reacciones eléctricas sobre todo mi cuerpo cada vez que tocaba mis labios.
Los suyos, eran suaves y carnosos, de una rosa pálidamente suave y delicado, que no te cansarías de observar durante horas.

Así era él. Nunca terminabas de descubrirlo, y mucho menos te cansabas de admirarlo.

Era escribir la historia más bonita de todo el mundo. Sentir las páginas con las llemas de tus dedos, las palabras impresas. Las emociones encontradas en algún capítulo. Cerrar aquel libro, y querer volver a abrirlo. Saber más. Sentir más. Era como imaginar un mundo perfecto junto a él y no saber si lo podría tener hasta pasar a la siguiente página. No esperar un final.
Era sentir el cansancio de noches largas frente a una computadora, una máquina de escribir o simplemente la tinta de una pluma y un pedazo de papel, pero aún así, querer seguir haciéndolo.
Oler las páginas de ese libro nuevo y que te llene de esperanzas.
Era la emoción de haber terminado un libro, haber terminado cada palabra, cada letra o cada punto. Era disfrutar cada pequeño detalle y transformarlo en algo grande.

Él era mágico. Como una fotografía. Quedar impresas las memorias en un papel y que nunca cambien en él. Seguir mostrando las sonrisas en esa fotografía y que queden marcadas para siempre. El amor de él, era como una fotografía. Era constante. Y tal vez, infinito.

Saber que su amor te pertenece, pero temiendo de que algún día se vaya. No por otra persona, sino por él mismo. Ese miedo, de saber si duraría para siempre, o se acabaría muy pronto. No saber lo que el futuro tendría para ti, y no saber lo que el presente es, y era. Pasaba tan rápido, que todo lo que vivías en un instante, ya formaba parte de tu gran pasado. Un beso. Fugaz. Segundos. Minutos. Y pasaba. Sólo quedaban tus recuerdos, y tus ganas de vivir más.

Disfrutar sus dedos entre mis cabellos. Y cómo me miraba con esos ojos discretos y profundos. O cómo sonreía y enredaba su lengua tras los dientes.
Había algo en él que lo diferenciaba de cada una de las personas en mi vida.
Podía haber personas prepotentes. Grises. Sin nada más en el centro de su corazón.
Pero aunque él fuera de color negro, un color obscuro, tenía más. En el fondo, el negro, era la mezcla de todos los colores existentes, terminando en uno sólo. Y tenía todas esas facetas en una única persona.

Y eso era lo que le hacía especial.
Mezclar emociones en un segundo.

Se enojaba cuando sonreía. Y cuando no había alguna sonrisa en su rostro, ese era el día en que el estaba más enamorado de ti.

Cuando acariciaba mi mejilla izquierda al manejar en una carretera mojada y sola. O simplemente disfrutar del silencio y sentir el pulso de nuestras respiraciones a través de la noche.

Sus dedos apretando los míos intentado enseñarme a tocar las teclas del piano sin poder obtener resultado alguno.

O soportarme cuando el sol salía hasta cuando la luna llegaba.

Eso, eso era amor.

Como la lluvia fría al caer del cielo, finamente, hasta llegar al concreto, estrellándose y regándose por toda esa extensión plana.
Así se sentía enamorarse.

Caer libremente, y después llegar a algún lugar, quedándote por siempre en él hasta que te absorba y te deje justo dentro sus entrañas.

El amor es como la sonrisa más pura de un niño al sentirse entre los brazos de su madre. O la sensación de estar perdido pero con un rumbo. Tener un cambio pero no saber a qué dirección ir. Y quererlo todo, pero al mismo tiempo nada.
Sentirse en el punto más alto de las nubes, ver las estrellas y respirar aire, bajar la mirada y ver pequeñas luces, todo tan diminuto, como si todo lo que te importara estuviera allá arriba, y todo lo demás allá abajo. Era sentir ese sentimiento consumidor con aquella persona y que todo lo demás no importe.

¿Besos bajo la lluvia? Vamos, claro que no. Prefería un beso en la montaña, mientras que todas las hojas secas que caían durante el otoño se regaban entre nuestros cabellos. Él agarraba mi cuello y cintura mientras yo acariciaba sus mejillas. ¿O tal vez café en la playa?

Y me pregunto, ¿seré olvidada cuando los dos ya no existamos más? ¿Seré alguien de verdad? ¿Él me recordará?
Y todas las posibles respuestas retumban en mi cabeza, pero por más que las busque, más que las anhele y deseé, sé que todas serán inciertas, porque al fin y al cabo, él y yo seremos polvo al final.
Puede ser que nos unamos o tomemos caminos distintos. Pero si la primera opción se cumple, sólo deseo que aquel polvo dure para siempre junto. Viajando entre el viento, y visitando los lugares en donde alguna vez estuvimos en carne y hueso. Parando en desiertos y siguiendo por mares. Parar juntos. Y seguir de la misma manera.

El amor como polvo entre él y yo.
Y la nostalgia de vivir algo que algún día perdimos.

Y el miedo de perderlo. Pero la felicidad de tenerlo.

Era él sin remedios. Como una pieza de arte, con escrituras sobre todo su cuerpo. Ojos adormilados y profundamente negros.
Como una gota de rocío al caer de una flor en primavera.

Éramos como juntar el aceite con el agua. Partes diferentes de un rompecabezas aún esperando por ser unidas.

Y al final, sólo éramos dos piezas en un universo infinito.
Intentado estar juntas. Teniendo el miedo de ser separadas. Y teniendo al mundo de cabeza.
Recordando sus besos. Sintiendo sus abrazos en mi mente. Su aliento y suspiros en mi cuello. Y sus manos en mi piel. Como dos locos enamorados a punto de perderse en un laberinto.

Éramos dos. Éramos él y yo. Intentando hacer sobrevivir un amor. Con dos corazones. Con dos almas.

Hasta la muerte. Hasta que quede un sólo corazón y una sola alma. Muerte.

El amor no es perfecto por si solo, sino porque necesita a sus imperfecciones para poder serlo.

|Final de la tercera pieza musical|

«Elysian» ||M.H|| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora