Capitulo 8

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Quería prepararme adecuadamente para la fiesta así que me puse a investigar sobre aquella celebración. Saqué mi móvil de la mochila y conecté el WiFi con la esperanza de no tener que gastar mis megas pero me encontré con una señal inexistente; al parecer no me acompañaba la suerte, no se de que me extrañaba, ¿como iban a tener Internet o siquiera conocerlo en aquel pueblo perdido en medio de la nada?
Así que ayudándome del navegador intenté encontrar algo, lo que fuese, pero nada, ni un resultado relacionado, ni una foto. A vistas de aquello decidí utilizar mi imaginación; aquella festividad se trataba de algo que se realizó desde la antigüedad así que las mini faldas ajustadas o pantalones muy cortos a conjunto con zapatos de tacón aguja descartados no encajaban muy bien, tampoco sería apropiado los vestidos pomposos y con mucho brillo (un alivio para mi persona, eso era de agradecer), vestidos cortos y ajustados con botas altas tampoco...Se me estaban acabando las opciones así que, en vez de seguir intentando adivinar la vestimenta "tradicional", opté por abrir mi gran mochila y ver que tenía.
Saqué todo lo que llevaba, los ordené por conjuntos encima de la cama y me quedé de pié, pensando en cual elegir. Finalmente opté por una falda negra, por encima de la rodilla y una camiseta con toques dorados de tirantes anchos, que tapaba un poco la falda, con escote redondo. Lo combiné con accesorios dorados y botines negros con unas cadenas en la parte trasera; pensé que esas botines elegantes pero cómodas eran adecuadas para ese pueblo ya que los tacones no serían apropiados (a parte de ser para nada mi estilo). Por si refrescaba añadí una chaqueta elegante de cuero marrón.
Recogí unos mechones de mi pelo con un par de horquillas y me puse un poco de maquillaje, no más que perfilar mis ojos y un poco de color a mis labios con un tono oscuro.
Cuando terminé de prepararme el sol ya se estaba escondiendo y los preparativos estaban listos, para mi sorpresa y dando un toque extra de misterio al lugar, el sol se escondía con bastante antelación para la estación en la que nos encontrábamos.

Me disponía a salir de la habitación, cuando una música comenzó a sonar por unos grandes altavoces antiguos. Me recordaba a los cánticos de las tribus indígenas de las películas que mi abuelo veía cuando yo era pequeña; de fondo sonaba una melodía totalmente diferente, armónica y suave, como la música de la flauta de pan. Era extraño porque aun siendo tan diferentes, las dos juntas formaban una canción melódica y con ritmo que incitaba a bailar al rededor de una hoguera.

Bajé rápidamente las escaleras y me quedé en la puerta de entrada observando el panorama. Todos los aldeanos se encontraban en medio de la plaza, con unas vestimentas con varios colores apagados y unos ponchos hippies donde predominaba el azul y rojo. Las mujeres vestían unas faldas que, dependiendo de la edad, llegaban por las rodillas(las más jóvenes) o los tobillos (señoras a partir de los 50). En cambio los hombres llevaban pantalones largos marrones y mocasines, no parecía que llevaran en la parte de arriba.

Salí un poco avergonzada por el conjunto que había elegido. Me quedé apoyada en la pared de lo que parecía una tienda de aparejos extraños, mientras observaba como bailaban.
Era muy extraño, su baile combinaba el estilo "clásico principesco" con algunos movimientos extraños, levantaban las manos, agachaban la cabeza y la agitaban...

En el cielo aún podían apreciarse los colores anaranjados y violetas de la puesta de sol. Siempre me han fascinado los diferentes colores que se creaban en el cielo dependiendo del momento del día, las diversas formas que adoptan las nubes por las corrientes de aire, el brillante y estrellado cielo nocturno; todos esos fenómenos que la mayoría de las personas no prestan atención.

No pasó más de 10 minutos antes de que el sonriente chico de la barra me encontrara.
- Hola - me saludó con una de sus grandes sonrisas.
- hola -respondí a su saludo.
- Vaya - me miró de arriba a bajo - Vas muuuy...
-Sí, lo sé, inapropiada.
-Bueno, puede que sí pero está bien que haya alguien que rompa con la moda tradicional. - sin comprender muy bien por qué, ese comentario consiguió sacarme una sonrisa. -Espera aquí, quiero presentarte a alguien.
Se fue un segundo después de decírmelo y volvió arrastrando a una chica del brazo.
- Aquí estamos - plantó a la chica delante de mi y carraspeó - te presento a Amaya, es más o menos de nuestra edad así que creo que os llevaréis bien. - Después de eso desapareció.
- Hola - Amaya me extendió la mano para saludar.
- Hola. - Estreché su mano mirándole a sus grandes ojos. Era una chica un poco más bajita que yo, con el pelo castaño claro y una mandíbula marcada y pómulos altos, tenía un rostro bonito.
- ¿No te animas a bailar?
- Uy no, yo no bailo - Prefería quedarme aparte observando la extraña danza tradicional.
- Vamos, baila conmigo.-me insistió cogiendo mi brazo.
- No, da igual - Tenía la esperanza de que no insistiese.
- oh vamos, es una fiesta - Aunque me negaba una y otra vez ella acabó arrastrándome a "la pista de baile".
Ella me enseñó los pasos sobre la marcha que al final resultó más sencillo de lo que esperaba. Bailamos durante horas; el cielo se oscureció y la luna resaltaba en el firmamento. La plaza estaba iluminada por la gran hoguera y la luna llena.
Todos se regocijaban, parecía que se divertían. Me sorprendió el cambio de "ánimos" de los aldeanos.

Comencé a soltarme, incluso me puse un poncho; quería que aquella fiesta siguiese hasta el amanecer, pero cuando dieron las 12, sonaron unas campanadas por los altavoces cortando la música y todas las personas comenzaron a correr desesperadas a sus casas, incluso mi compañera de baile.
Me quedé tan sorprendida que solo podía quedarme paralizada viendo a los demás mientras corrían despavoridos. Parecía que estuviesen huyendo de algo.

El chico tabernero apareció de la nada agarrándome del brazo.
- Corre!- me gritó con los ojos fuera de las órbitas.
- ¿Pero qué pasa?¿Por qué corremos?
- No hay tiempo, sólo corre - me arrastró hasta la taberna donde nos esperaba la dueña.
Tal cual entramos la señora cerró las puertas reforzando el cierre con tres gordos pestillos y tres vueltas de llave, más una gorda cadena plateada.
El empleado zombie cerró las ventanas enrejadas con contraventanas de madera maciza y unas maderas del mismo largo atravesadas horizontalmente.
No sabia la razón de tanta seguridad pero en lo único que pude pensar en ese mismo instante es en lo protegida que me iba a sentir por las noches.

Cuando todo el local estuvo "fortificado" la propietaria dispersó a la gente y nos mandó a nuestras habitaciones.

Subí a mi habitación, con preguntas que seguro no serían contestadas.
Me senté en la cama imaginando los diferentes escenarios posibles para esa locura que se había desatado por las campanadas de media noche, hasta que me quedé dormida.

Sintiendo la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora