Capítulo 2

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Desperté de nuevo en medio de la noche…

Respiraba agitadamente y me encontraba completamente empapado en sudor.

De nuevo ese sueño…

Había pasado apenas un año desde mi rescate pero aun tenia vívido el recuerdo de mi encierro.

Miré hacia el reloj que estaba sobre mi mesita de noche. Las cinco de la mañana. Aun faltaba una hora para levantarme y prepararme para el colegio.

Sequé mi sudoroso cuerpo con la sábana que me cubría e intenté conciliar el sueño de nuevo.

Puedes descansar.  

La frase aun resonaba en mis oídos, aunque ya no podía recordar el tono de su voz. Recordaba que me brindaba tranquilidad en mis momentos más oscuros. Deseaba que en ese momento me pudiera brindar la misma seguridad para poder volver a dormir.

Apoyé la cabeza sobre la almohada y cerré los ojos en un intento por conciliar de nuevo el sueño, pero fue imposible la labor. Finalmente, después de un par de vueltas sobre la cama, me rendí.

Me levanté y me dispuse a darme un baño.

Encendí la luz del cuarto de baño. La imagen que se reflejaba en el espejo me devolvía una mirada cansada y sin vida.

El color verde de mis ojos resaltaba extraño por las profundas ojeras que había ganado durante mi secuestro y que no había logrado desvanecer con el paso de los meses.

Con lentitud, me quité la ropa. Mi delgado cuerpo apenas había recuperado el tono muscular que había perdido a causa de la acelerada pérdida de peso y la falta de ejercicio durante mi cautiverio.

Mientras abría la llave del agua caliente de la ducha, las cicatrices de mis muñecas llamaron mi atención. Distraídamente, recorrí la cicatriz con un par de dedos, tratando de recordar el tacto frio de mi guardián.

Ojalá le hubiera preguntado su nombre. Aunque sabía que quizás jamás me lo habría dicho.

 El vapor caliente me volvió a la realidad. ¿Por qué diablos no podía dejarlo ir?

Tal vez, en verdad, el encierro me había vuelto loco… Al menos es lo que insistía mi psiquiatra. Supongo que se debía a que una vez más, él, había salido a colación durante mi última sesión.

Mis padres estaban preocupados por el poco avance que presentaba en el tratamiento. Insistían que debía olvidar lo ocurrido… pero, aunque lo intentara… no lo lograba.

Sentí el agua caliente caer sobre mi cuerpo en cuanto entré bajo el chorro de la ducha. Los tensos músculos de la espalda gritaron en protesta. Vivía en tensión continua, el estrés ya era parte de mi vida diaria.

La paz y tranquilidad me fueron robadas desde el primer minuto de mi secuestro. De hecho, no recordaba cuando había sido  la última vez que me sentí en calma. Quizás, la última vez fue…

Maldición…

Una vez más mi cerebro daba vueltas por terrenos que ya no debía recorrer.

Traté de concentrarme en la tarea de darme un baño.

Salí de la ducha más a fuerzas que con ganas y envolví mi cintura con una toalla. Me dirigí al closet en busca del uniforme del colegio.

Lunes, tocaba el uniforme blanco. Miré de soslayo el reloj. Las 5:45 am. Aun era muy temprano para cambiarme.

Me recosté de nuevo sobre la cama, quizás si lo intentaba de veras, podría dormir una hora o dos más.

Me fue imposible poner la mente en blanco.

ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora