Capítulo 4

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El resto de la tarde permanecí en mi habitación, recostado, con el sentimiento de incertidumbre carcomiéndome.

Evité encender la luz.

Tal vez lograba engañar a mi subconsciente y me quedaba dormido.

 Pero las palabras de Angel aun resonaban en mi mente…

 No… no podía ser… ¿O sí?

 La misma persona que cuidó de mí, durante mi cautiverio, la misma persona que me dio fuerzas para continuar, para tener esperanzas.

 No, definitivamente no podía ser. Seguramente mi mente jugaba con la necesidad que tenía de darle un rostro a la persona que me había negado a olvidar.

 Miré mi reloj en la mesita de noche, ya eran cerca de las ocho de la noche y no había salido de mi habitación desde que habíamos terminado de comer.

 Había sido el momento más incómodo que había pasado en mucho tiempo, mi madre, en silencio miraba a Angel con desdén aunque sus acciones y sus palabras demostraran lo contrario.

 Me levanté en silencio para retirarme a mi habitación. Angel imitó mis movimientos por lo que decidí apresurarme para llegar antes y evitar estar a solas con él. Lo cual, logré con éxito.

 Tenía que admitir, que me hacía sentir extraño. Si, poner distancia era lo mejor.

 No faltaba mucho para que mamá llamara para cenar, tenía que pensar en un pretexto para no bajar.

 Me di vuelta sobre la cama. Miré hacía la ventana. Podía ver, como a través de las cortinas se colaba un poco de luz de las lámparas de la calle… tenía que dejar de pensar… cerré los ojos e inmediatamente después… me quedé dormido.

 ******

 Otra vez el mismo sueño.

 Como todas las mañanas me rendí ante el insomnio y me preparé para el colegio.

 Martes.  Uniforme azul con corbata roja.

 Hice todo lo posible por tardarme y salí de mi habitación a penas a las siete y media de la mañana, el tiempo justo para desayunar y salir corriendo de casa.

 No esperaba que Oscar pasara a recogerme, después de lo ocurrido el día anterior, estaba seguro que estaría bastante disgustado conmigo.

 “Buenos días ‘má” Saludé mientras tomaba asiento en la solitaria cocina.

 “Buenos días…” respondió con voz apagada. Se notaba en su semblante que no había podido dormir nada.

 Me sirvió enseguida un plato con huevos fritos y dos rebanadas de tocino. Tomé los cubiertos en silencio, tratando de contener la pregunta que mis labios intentaban formular.

 “¿Y Ángel?”  Diablos…

 Mi madre rodó los ojos en señal de disgusto no sin antes azotar el plato con el pan tostado frente a mí.

 “Salió desde muy temprano”

 “¿Dijo a donde?”  Cállate…

 “No soy su madre, ni su niñera” Me respondió disgustada.

 De acuerdo, estiré demasiado mi suerte.

 En silencio, continué con el desayuno. Miré el reloj que estaba sobre el marco de la puerta abatible de la cocina.

 Faltaban ya quince minutos para las ocho de la mañana, debía apresurarme o llegaría tarde.

 “Adiós” Me despedí cortante.

ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora