-¿Qué te pasa, Carol? Llevas todo el día en la luna.
Carolina sorbió por la pajita de su daiquiri de fresa, evitando responder a Laura. Vagó la mirada por la magnífica vista del Hotel Urban, dándole vueltas al extraño encuentro de aquella mañana. Tenía todos y cada uno de los detalles de la tienda grabados en su retina, y un rostro masculino se cruzaba en su mente una y otra vez.
«Me encantaría mirarla con él puesto».
Esa palabra encerraba un matiz distinto. No verla. Mirarla. Contemplarla. Fetichista, sí. Pero también voyeur. ¿Cómo sería exhibirse ante un completo desconocido?
Fantaseó con la imagen de su cuerpo cubierto por un delicado conjunto de encaje, posando frente a un hombre. No percibió que su boca se entreabrió, y se pasó distraídamente la lengua por los labios. Su respiración se hizo más rápida y profunda y sus pezones se erizaron. ¿Cómo sería...hacerlo para él?-Carol, ¿estás bien?
La expresión intrigada de Laura provocó que se echara a reír, volviendo a anclarse a la tierra. ¡Ridícula! Sacó un tema de conversación cualquiera y su amiga la siguió, entusiasmada. Pero sus pensamientos acariciaban esa fantasía una y otra vez, hasta que el cansancio y los tres daiquiris marcaron el fin de la noche.
Domingo. Había pedido el "late checkout" y podría remolonear hasta tarde. Comprobó que, de hecho, acababa de perderse el desayuno, pero aquella enorme cama era demasiada tentación.
Se desperezó, disfrutando de los rayos de sol del mediodía, valorando si debería emplear sus últimas horas en Madrid en algo productivo, cuando sonó su móvil. Distraída, contestó sin mirar la pantalla.
-¿Diga?
-...Hola.
La voz masculina, profunda aunque titubeante la hizo incorporarse bruscamente sobre la cama. Era él. ¡Era él! ¿Era él?
-¿Sí? -preguntó, imprimiéndole toda la suspicacia que fue capaz de reunir en unas pocas décimas de segundo. No. Había escuchado mal. No podía ser.
-Escucha, por favor. Ayer empezamos con mal pie- Carolina se llevó una mano al pecho. De pronto, su corazón latía de manera brutal-. Me porté como un cerdo y me gustaría pedirte disculpas.
-Oh. Ah. Sí. Eres el hombre fetichista- ¿Qué? ¿Qué demonios acababa de decir? -quiero decir...eh... -de nuevo esa risa atronadora y espontánea. Recordó a la perfección los ojos oscuros y la boca perversa.
-Me lo merezco. Soy Miguel. Por favor, acepta comer conmigo. No sé qué demonios me pasó ayer...-se detuvo unos segundos, dudando -al menos un café.
Carolina se debatía entre el sentimiento inmenso de curiosidad y atracción por el desconocido, y el sentido común, que le advertía que huyera exactamente en la dirección contraria. Pero tenía que comer, ¿no? Las palabras de Laura resonaron en su cabeza. «Tienes que vivir». Perfecto. Hoy era tan buen día para empezar a hacerlo como cualquiera.
-De acuerdo, Miguel. ¿Dónde nos vemos?
Debía de estar loca. Loca de remate.
Mientras se daba los últimos retoques frente al espejo, una mezcla de entusiasmo y temor fue fraguando un nudo de nervios en la boca de su estómago. Iba a llegar tarde. Se había demorado una eternidad en elegir entre el escaso vestuario de su maleta lo que luciría en aquella comida. Un vestido azul marino con lunares blancos, un cinturón ancho de color rojo y sus sandalias de charol. Un estilo veraniego y pin-up. Sofisticado sin ser excesivamente arreglado.
Habían quedado en la puerta de Goya del Museo del Prado, pero cuando el taxi frenó en el cruce con la calle Felipe IV, su resolución empezó a flaquear. ¿Qué coño estaba haciendo? ¿Estaba loca o qué? Todos los convencionalismos sociales de su educación desfilaron ante sus ojos, provocando un duelo a muerte entre su instinto y su raciocinio. Divisó por la ventanilla del taxi la figura varonil de Miguel, de pie, inmóvil y de espaldas a ella.
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El hombre fetichista
De TodoCarolina descubre, por pura casualidad, una tienda muy especial, casi clandestina. Mientras contempla la maravillosa oferta de lencería, recibe una proposición muy atrevida. ¿Se atreverá Carolina a llevar a la realidad una fantasía?